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El jazz español se cita en Madrid

Un nutrido grupo de jazzistas desfila este fin de semana por JazzEñe. Un encuentro pensado para exponer su música a programadores venidos desde Londres o Berlín. Reunimos a una representación de los asistentes para que nos cuenten los problemas a los que se enfrentan en su vida diaria

De izquierda a derecha: Carlos González, Antonio Serrano, Baldo Martínez, Antonio Lizana, Marcelo Peralta, Irene Aranda, Toño Miguel, Ernesto Aurignac y Julián Sánchez.
De izquierda a derecha: Carlos González, Antonio Serrano, Baldo Martínez, Antonio Lizana, Marcelo Peralta, Irene Aranda, Toño Miguel, Ernesto Aurignac y Julián Sánchez. Santi Burgos

El músico de jazz español trabaja demasiadas horas, duerme demasiado poco y, a veces, toca jazz”. Joe Moro, pionero del jazz en nuestro país, sabía lo que se decía. Tocarlo en España, se dice, es una forma de vivir… o de sobrevivir. “No lo tienen fácil”, opina Javier Estrella, ex director del Festival de Jazz de Madrid, “pero ahí están, cada vez más y mejores”.

 Una nutrida representación de nuestros jóvenes (o no tanto) jazzistas desfila desde ayer y a lo largo de este fin de semana por la sala Berlanga de la capital, para exponer su música al criterio de un selecto grupo de programadores venidos desde Londres, París o Berlín. El encuentro, organizado por la Fundación SGAE, estará abierto al público; Once agrupaciones en 3 días a razón de 5 euros la doble sesión.

EL PAÍS reunió el martes 16 de septiembre, a un grupo de asistentes al encuentro en torno a una mesa de café. Como fondo, la oportunidad de una iniciativa nacida para mostrar la diversidad del jazz made in Spain más allá de nuestras fronteras: “Todos estamos deseando salir de aquí”, se arranca Carlos Sir Charles González, con casi medio siglo de experiencia tras la batería. La cuestión: ¿salir, hacia dónde?: “fuera no saben que en España se hace jazz, aparte de Tete Montoliu y Paco de Lucía”.

El contrabajista Baldo Martínez, ferrolano y residente en Madrid, recuerda una reciente gira por Alemania en la que se vio obligado a rendir tributo al tocaor: “Por supuesto, me encanta su música, pero no tengo nada que ver con el flamenco, sólo que los programadores eran incapaces de entenderlo”. A su lado, Toño Miguel no puede estar más de acuerdo con su compañero de oficio e instrumento. “Viajo 3 o 4 veces al año a Alemania con [el pianista alemán] Benedikt Janhel, los clubes están llenos de anuncios de grupos de toda Europa menos de España, salvo los de flamenco. Sin embargo, cuando traen un grupo de Suecia, no les piden que toquen música folclórica de su país”, asevera.

 Tocar flamenco o quedarse en casa: esa es la cuestión shakesperiana del jazz español. “Este encuentro es una buena oportunidad para mostrar a nuestros vecinos que en España se hace un jazz de primera”, opina Antonio Serrano, casi una década tocando la armónica junto a Paco de Lucía. “Es decirles, vale, el flamenco es maravilloso y se ha mezclado con el jazz mejor o peor, pero también hay músicos jóvenes de jazz que no tocan flamenco y se pueden medir perfectamente con los mejores de Holanda o Francia”.

Indiferente al devenir de las modas, las subvenciones y la marca España, el músico de jazz aparece enfrascado en una sorda batalla contra las ideas preconcebidas. “Cada uno es lo que es”, opina Irene Aranda, pianista, con un amplio grupo de admiradores incondicionales que la siguen allá donde va. “Si tú tocas flamenco, o free jazz, es porque crees en eso. Hacer lo que sea pensando en la etiqueta es un error”. Julián Sánchez, trompetista del radical combo Sindicato Ornette, ni se lo plantea. “No es lo mismo hacer improvisación libre en Berlín que en Sevilla, basta que uno haya tenido algún contacto con el flamenco para que eso se deje ver de algún modo…”.

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Con flamenco o sin flamenco, el músico de jazz conoce mejor que nadie el precio de la libertad. “Los músicos de jazz somos esponjas que absorbemos todo lo que es de interés”, dice Baldo Martínez. Julián Sánchez con Miguel Poveda o Antonio Serrano acompañando a Paco de Lucía representan la cara amable del oficio; la de quien ha sabido sacarle partido a su condición de jazzista para acceder a terrenos vetados para la mayoría. “Tenemos algo que nadie tiene: la capacidad de reaccionar ante la música”, asegura el saxofonista malagueño Ernesto Aurignac. “El flamenco, la música clásica o los estudios de grabación piden músicos de jazz porque sabemos improvisar”, afirma Serrano. “Podemos adaptarnos a lo que sea”, sostiene Marcelo Peralta… “Sí, pero que nadie espere ganar un pastizal tocando jazz”, concluye Sir Charles.

La lucha del músico de jazz por su supervivencia adquiere en nuestros días caracteres heroicos. “Una aprende a vivir con lo imprescindible”, precisa Aranda, “y menos”.

Los representantes, los contratos en exclusividad, las costosas campañas publicitarias, son recuerdos de un pasado que, acaso, nunca existió. “Ojalá pudiera quedarme en casa estudiando mientras espero que suene el teléfono, pero no puedo, porque el teléfono nunca suena”. Después de intentarlo por diferentes medios, el veinteañero Antonio Lizana, el más flamenco y el más joven entre los presentes, asume su forzada condición de representante de sí mismo. “Uno consigue vivir de esto a base de echarle muchas horas en Facebook y Twitter haciendo amigos y contactando con compañeros. Te preguntan: ‘Tío, ¿cómo conseguiste tocar allí?”; llamando a gente a la que no conoces. Diciendole, ‘hola, soy músico de jazz y tengo este proyecto que a lo mejor te interesa’. A mí no se me da muy bien hacer éstas cosas, se me forma una pelota en el estómago, yo lo que quiero es tocar…”, indica

El músico de jazz se hace en los márgenes del camino. Vecinos, conductores de autobús y munícipes con mando en plaza son sus enemigos naturales. “En una ciudad como Madrid”, apunta Toño Miguel, “nunca sabes si vas a llegar a tu destino, depende de si el chofer del autobús está de buen humor o si es hora punta, en cuyo caso pueden decirte que no puedes viajar en el Metro con el contrabajo porque molestas”.

Otras veces, el “enemigo” está al otro lado del rellano. “Yo una vez compré 600 cartones de huevos e insonoricé mi habitación”, recuerda Ernesto Aurignac. “Estuve 6 meses con un olor a pollo que tiraba de espaladas y de vez en cuando salía volando una pluma, pero funcionó. El vecino dejó de darme el coñazo”. Cierto es que, a veces, la relación entremúsico y vecino depara sorpresas inesperadas. “Yo tengo un vecino que me pide canciones de los Chunguitos por WhatsApp mientras estoy estudiando”, describe Serrano. Y de los políticos, mejor no hablar. “Ya no vamos a pedir que nos ayuden”, sentencia Toño Miguel, “pero al menos que no nos pongan zancadillas”.

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