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LA CRÓNICA DE BALEARES

Últimas comidas, epitafios

Retrato mínimo y memorial gastronómico en Mallorca de algunos personajes contemporáneos que se fueron

La dura enfermedad y la muerte rápida los derrotaron.
La dura enfermedad y la muerte rápida los derrotaron.TOLO RAMON

En sus repetidos veraneos ante al mar y entre montañas en Mallorca, el escritor Carlos Fuentes, fallecido en 2012 a los 83 años, era de comidas lentas y escasas, se centraba en la conversación abierta y una educada atención a los comensales. El pescado sin vestuario, arroces geográficos y guisos delicados le complacían. La mesa era una excusa para lo demás, una vasta cultura vivida con personajes de la historia.

Fuentes y Josep Melià I —un exniño mexicano que murió con 61 años en 2000— compartieron una cena en Pollença que resultó un divertimento y una memoria transatlántica. Melià cultivó los encuentros amistosos en citas pantagruélicas y sutiles. Hablaba de Mallorca, de la vida, los libros, sus pintores y el poder. Los Cohibas de Castro para Suárez, las anguilas fritas, la lechona con mero quedan entre muchos menús.

Paco de Lucía se fue a los 66 años en 2014 y detestaba que para festejarle hicieran sonar su música en su presencia. Siempre encontraba imperfecciones y confesó que una época sintió fobia a la guitarra. “La guitarra no tiene hambre”, replicó a uno que le inquirió por qué no la llevó a una comida de matanzas. De Lucía era inteligente y sencillo, degustador de platos populares, el arroz de vendimia o peix sec. Era pescador y cocinero, entre pitillos.

Carlos Fuentes comía lento y Paco de Lucía bastante; ambos atendían al comensal

Con un habano en la mano, rodeado de personas interesantes cada noche, el psiquiatra y crítico de toros de La Vanguardia Mariano de la Cruz (extinto en 1999 a los 77 años), construyó su red de relaciones entre exquisiteces, ideas y sarcasmos. Su recuerdo está en las turmas de toro, los guisantes del Maresme o los pulpitos de la Barceloneta. Y en su divertida memoria vivida: el libro Mens sana in corpore insepulto.

El matemático y exrector universitario, Nadal Batle, de niño quería ser mayor para tomar, cada día como los curas, ensaimadas con chocolate. Murió fulminado a los 52 años, en 1997. La sabiduría y liderazgo de Batle se rendían, entre carcajadas, ante unas miniaturas fritas de alcachofa o raors sin nada. Los grandes vinos y los libros competían con los bits de aquel antifascista independentista de Felanitx fóbico del tabaco.

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El maestro, Andrés Ferret, tan leído, tan vivido, retenía en los bordes de una cajetilla de tabaco el meollo de siete diarios para ilustrarse para su editorial diario. Hablaba apasionado entre cubiertos y más ante un dry. Pereció a los 56 años, en 1996, tras miles de baños diarios en el mar y sus cenas, tardías. Era de platos concretos y pescado de temporada, en la que era su habitat, Gomila, antes de que el decorado se hundiera entre ruinas y lápidas de “se vende”.

A otro clásico del periodismo de ideas y temas sobre Palma y Mallorca, Sebastià Verd, no le gustaba ir a la playa ni pescar. En verano esperaba a su familia leyendo, subrayando y recortando diarios y cocinando arroces marineros y menús delicados. Verd, un tímido con criterio que nunca fumó, quedó derrotado a los 63 años, en 2010, añorando a sus amigos idos, por ejemplo Damià Huguet.

Las sobremesas acercaron a Melià, Batle, Ferret, Huguet, Verd

La sal de cocó, agua de olas del mar evaporada en huecos de la costa, la servía Damià Huguet mucho antes de su explotación como souvenir cual polvo de oro. Huguet hacía arroces —hoy prohibidos— de lapas y cangrejos y tomaba grappa y seques cazallas. Este poeta cinéfilo silvestre de Campos se fue a los 50 años en 1996 tras décadas con un purito pegado, un toscanelli retorcido de los de Stendhal, un 7/capserrat de Andorra o un caliqueño valenciano, todos de contrabando.

El exmenjars, el recuerdo de lo que no está, es otro libro inacabado y compartido del historiador Miquel Barceló. Extinto en 2013 a los 74 años por su último cáncer. Sabio y raro, fue amante del arroz de pescado clásico y del pescado al horno, que sí hacía. Era un águila para definir y narrar. Marchó sin tomar el último tumbet con llampuga que deseó; el epitafio quedó en la nevera.

Un festival de poder real se concentró en Sant Salvador, alrededor de unos escaldums de faraona —guiso intraducible—, al reunirse en las mesas de mármol un club de potentados y agregados: el hotelero Jordi Rosselló, Roxa, José María Lafuente, Guillem Marcel Don Tu, Antoni Fontanet, Miquel Barceló Gelabert —padre del pintor—, Miquel Massutí. Fontanet y Massutí —el lector insular más veterano de EL PAIS— sobreviven camino del siglo. El testigo fue Maruja Torres, que improvisa arroces de sepia.

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