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“No sé si me gusto tanto”

El escritor, músico y cantante Alejandro Dolina desembarca en Madrid con su exitoso programa radiofónico en Argentina

Juan Cruz
Alejandro Dolina.
Alejandro Dolina.KIKE PARA

Alejandro Dolina es un héroe de las ondas que desde 1985 y ante los micrófonos de una radio (ahora, Radio de la Plata, Buenos Aires) se ha convertido en la fantasía que esperan a medianoche millones de radioyentes; muchos lo siguen en su escenario. Esa presencia de los oyentes y sus frecuentes salidas a teatros y salas de Argentina han hecho de su programa (ahora La venganza será terrible) también un fenómeno teatral que gracias a Internet es conocido y escuchado en el mundo entero. Desde hace unos años, Dolina hace incursiones físicas en España; estos días (hasta el domingo en la sala Galileo, el lunes en el Colegio Mayor Argentino) él y su equipo (Jorge Dorio, Patricio Barton, sus hijos, sus músicos, entre ellos Manuel Moreira, que el 20 actúa solo en la Sala Berlín) afrontan el reto de improvisar sus historias como si se encontraran con un antiguo. En el estreno de esta serie (anteayer) tenía a algunos de sus fieles: Luis Piedrahita, Andreu Buenafuente, Daniel Gavela, David Trueba… La gente se ríe, pero él no es un humorista. Es un cantante, un filósofo, un escritor. Aquí habla de cómo concibe su espectáculo.

Pregunta. ¿Cómo se siente antes de hacerlo?

Respuesta. Se puede padecer el temor a que una catástrofe impensada venga a poner de manifiesto una impotencia que no conocíamos. Que pase algo que nos revele que no somos lo que nuestras tías creían que éramos. Y puede suceder bajo la forma de un olvido, de una súbita mudez. Para eso está el profesionalismo, para evitarlo. Siento que el desastre es posible.

P. ¿Y cómo se siente después de la función?

R. La víspera es siempre más interesante. Una vez que ha ocurrido sientes que uno sigue siendo mortal, que las cosas con las que soñábamos y que no se han producido siguen sin producirse. Anoche estaba contento por haber hecho el programa pero triste porque sigo siendo mortal. El tiempo pasa y es posible que mis mejores días hayan pasado ya. Y esa es una tristeza que ningún éxito artístico puede aliviar.

P. ¿Con esa convicción cómo puede hacer reír a la gente?

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R. Con esa convicción no se podría vivir si no hubiera alguna otra cosa que lo sostuviera a uno, los hijos, la risa de un niño. Y yo me río mucho, y no soy optimista sino más bien pesimista… Y yo creo que hay emociones que nos hacen olvidar por un rato de ese sentimiento trágico de la vida unamunesco. Los mecanismos para olvidar son las intensidades de la pasión del amor. Y la risa. Porque la inteligencia sirve para comprender que la vida es trágica y para rastrear el desatino, para reírnos un poco de él.

P. Y cuando actúa, ¿qué desata todo lo que hace?

R. Un mecanismo que inmediatamente se hace gozoso y reflexivo. Pensar es tener un plan, que a uno se le pase una cosa por la cabeza no es pensar. En el escenario aparece una imagen y uno tiene que convertirla en pensamiento y desarrollarla según una forma estética que uno ya conoce. La profesión es controlar las intuiciones.

P. ¿Y cómo inventa?

R. Un minuto antes surge cualquier conversación sobre algo que acaba de suceder. Y cuando comenzamos el rumbo cambia; no había tanta planificación, la historia se agranda, va por donde quiere, hasta el tono cambia.

P. ¿De qué se ríe usted?

R. Schopenhauer decía que el humor era poner una cosa allí donde no va. Me causan gracia las situaciones humorísticas más complejas. Por ejemplo, Les Luthiers, Jardiel Poncela, Fernández Florez… ¡Para no hablar de Quevedo! Y después está lo que se llama clima: no contamos nada gracioso, pero flota la risa que se nos escapa con cualquier pretexto.

P. Es usted un hombre dualidades, como el del que hablaba Borges…

R. Me observo desde fuera…, como él observó antes y mejor. Miro a ese profesional que soy con extrañeza, me veo a mi mismo saludar al público, y no sé si me gusto tanto.

P. ¿Y quién es usted?

R. Por suerte hay otras preguntas más interesantes… Eso lo digo siempre antes de contestar para eludir la pregunta… Sé de dónde vengo, que me he construido algunas destrezas, con mucho trabajo, y sé quién era mi padre, y mi madre. Y sé lo que he perdido.

P. ¿Qué ha perdido?

R. He perdido la juventud. Y no sé si hay mucho más que eso.

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