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Botella elige su final

La alcaldesa dejará Madrid en 2015 sin apoyo ciudadano, repudiada por su partido y con una gestión centrada en recortar deuda y ensombrecida por el Madrid Arena

Ana Botella.
Ana Botella.SCIAMMARELLA

“No tengo prevista cosa distinta que terminar mi mandato como alcalde de Madrid”, juró Alberto Ruiz-Gallardón a finales de octubre de 201. Apenas dos meses después, tal y como había pactado con el líder del PP, Mariano Rajoy, antes de las elecciones municipales de mayo, abandonaba el Ayuntamiento. Gallardón se fue sin despedirse al Ministerio de Justicia y convirtió así a Ana Botella (Madrid, 1953) en la primera alcaldesa de la capital.

Ella también negaba por entonces la inminencia de una sucesión apuntada ya desde 2003, cuando Gallardón llegó a la alcaldía de la mano de su esposo y entonces presidente del PP, José María Aznar. “Si algo que me ha enseñado la vida es que planes hay que hacer los justos”, repetía hasta poco antes de saberse alcaldesa, pese a que siempre fue el seguro de emergencia de Gallardón para poder saltar a la política nacional. En teoría, ella era “la mejor” del Ayuntamiento. Tuvo la ocasión de demostrarlo a partir de diciembre de 2011, pero la crisis económica, acentuada por los rígidos corsés impuestos por el Ministerio de Hacienda y la descomunal deuda heredada de la etapa expansionista de Gallardón (tras más de 10.000 millones de euros invertidos en infraestructuras en ocho años), lastraron desde el primer día su gestión.

Apostó por los recortes presupuestarios, sabedora de que encontraría la aquiescencia e incluso aprobación de Rajoy, y quiso hacerlos de una sentada pese al daño político que causaría el fuerte ajuste. Pero no fue finalmente la economía la que devastó su crédito sino la tragedia de la de la fiesta de Halloween en el Madrid Arena en 2012.

Pese a que la investigación judicial libró hace dos semanas a los responsables políticos del Ayuntamiento de toda culpa, la gestión de la crisis originada por la muerte de cinco jóvenes en el pabellón municipal se llevó por delante al entonces número dos de Botella, Miguel Angel Villanueva; a su hombre de confianza, Antonio de Guindos; y a dos piezas más de su Gobierno.

Su decisión de viajar a un balneario portugués horas después de la tragedia, pese a no influir en nada, dio la puntilla a su imagen. Botella creció políticamente después de cada traspiés, equivocación o desgracia, aprendiendo de sus errores, pero siempre se encontró con un nuevo revés a la vuelta de la esquina, no en pocas ocasiones debido precisamente a su gestión.

Y la ciudadanía, que ya tenía de ella una imagen caricaturesca por sus desencuentros con la gramática o sus explicaciones pintorescas del matrimonio homosexual o la contaminación, no tuvo clemencia.

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Sólo así se explica, por ejemplo, que la derrota de la candidatura de Madrid 2020 se le achaque a la alcaldesa cuando fue pergeñada al hilo de la tozudez de Gallardón y dirigida diplomáticamente por el entonces Príncipe y ahora Rey, Felipe VI. Madrid cayó derrotada hace justo un año ante Tokio, según los expertos en los engranajes del Comité Olímpico Internacional por la diferencia de peso político de España y Japón.

Pero el principal recuerdo que queda de aquellos días fue el discurso de Botella en el que, por consejo de un experto con sueldo astronómico a cargo del erario público, mezcló inglés y español para vender al mundo las bondades de la hospitalidad madrileña.

El desdén de la ciudadanía se hizo manifiesto, según lamentan sus colaboradores más cercanos, incluso en sus aciertos. Fue así, por ejemplo, con la puesta en marcha del servicio público de alquiler de bicicletas, que Gallardón prometió durante años pero fue ella quien puso el empeño de armar. La empresa concesionaria falló, y el servicio estuvo días sin arrancar. Un éxito seguro se volvió en su contra.

Para entonces, Botella ya había desesperado de encontrar el respaldo de su partido, que muchas veces (y, fundamentalmente, tras la tragedia del Madrid Arena) torpedeó sus esfuerzos más que ayudarla. Sobre todo, desde el Gobierno regional, donde su entendimiento cordial con el presidente madrileño, Ignacio González, no alcanzó para evitar sus críticas. Desde la Puerta del Sol se llegó a filtrar incluso que Botella constituía un lastre para las aspiraciones electorales del PP madrileño. De fondo, latían las aspiraciones nunca declaradas y jamás negadas abiertamente de Esperanza Aguirre, presidenta del partido en Madrid, de acabar su carrera política (o reanimarla) en la alcaldía.

El pasado mes de enero, Botella decidió que no sería candidata. Lo que no tenía cerrado, según fuentes próximas a la alcaldesa, era el momento de anunciarlo. ¿Por qué ayer? Porque queda “un plazo razonable” para las elecciones municipales, ocho meses, y empieza además el curso político. En opinión del círculo más próximo a Botella, la incertidumbre sobre sus aspiraciones políticas no benefician en nada ni al día a día de la ciudad ni a las perspectivas electorales del PP. “Ana Botella siempre hace lo mejor para el Partido Popular”, afirmó ayer la propia Aguirre en Twitter tras conocerse la decisión de la alcaldesa.

A sus colaboradores no les sorprendió la decisión cuando se la comunicó la semana pasada, después de transmitírsela al propio Rajoy. “Ella desprecia las guerras intestinas y el personalismo. Ha aguantado el tipo hasta el momento de descartarse y seguir adelante, evitando así la actual estrategia de desgaste absurda dentro del propio PP”, afirma uno de ellos. Botella hizo el anuncio ayer, en plena crisis por la segunda muerte en solo tres meses de una persona aplastada por la rama de un árbol.

Lo hizo tras reunirse al fin con Rajoy para cerrar el tema. Pero su decisión ya estaba tomada, hablada y acordada con su familia desde el mes de enero.

No fue un mes especialmente significativo en la vida del Ayuntamiento, pero si era el segundo inicio de año (en 2013, a consecuencia del Madrid Arena) ensombrecido por una crisis de envergadura. En esta ocasión, por la huelga de limpieza viaria.

Botella concentró hace un año los principales servicios municipales en manos de un puñado de empresas, y aprovechó la competencia entre ellas para rebajar su coste hasta el 20%. En el caso de los basureros, ello desembocó luego en un expediente de regulación de empleo y, por ende, en una huelga que durante 13 días sepultó la ciudad bajo cientos de toneladas de residuos. La pasividad municipal durante los primeros días encendió los ánimos de la ciudadanía. Para cuando se resolvió el problema, su crédito, recuperado pasito a pasito, volvió a quedar devastado de un solo golpe.

Lo fundamental no fue que los madrileños o la oposición se revolviese contra ella, sino el daño que le produjo leer en la prensa como desde su partido, a nivel regional y nacional, se la tachaba de torpe e incapaz.

“Si hay algo que he hecho siempre es vivir el momento presente con la mayor intensidad. Algo que nos han enseñado los últimos tiempos es que miras a hace un mes y te das cuenta de que no te valen los planes”, dijo Botella en agosto de 2012. Ya entonces se le preguntaba por sus planes para 2015. “Se la ha puesto en duda casi desde que llegó a la alcaldía”, afirmaba ayer unos de sus colaboradores próximos.

Efectivamente, la realidad y su forma de gestionarla desbarató todos sus planes. En opinión del líder socialista, Jaime Lissavetzky, han sido tres años “perdidos”. Ahora, a Botella sólo le queda uno: terminar su mandato sin dañar las expectativas electorales del PP, y dejar la primera línea política, cerrando una etapa “muy importante” de su vida y un episodio breve y accidentado de la capital.

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