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Carreras clandestinas por la Gran Vía

Grupos de ciclistas organizan competiciones ilegales a gran velocidad entre el tráfico Hasta 40 corredores compiten por calzadas, parques y aceras

Los ciclistas corren a por sus bicis para comenzar un alleycat en 2012.
Los ciclistas corren a por sus bicis para comenzar un alleycat en 2012.Víctor Calvo

Unos minutos antes de que comience la carrera, el organizador entrega a los participantes un mapa con unos puntos fijos por los que deben pasar. Los corredores organizan su ruta y... pedalean. A toda velocidad, a veces sin frenos, por el centro de Madrid y entre el tráfico. No hay cartel de llegada ni de salida, nada indica al resto de los vehículos que los ciclistas que marchan junto a ellos compiten en una alleycat, el nombre que reciben estas carreras clandestinas de las que el Ayuntamiento de la capital dice no tener noticia.

Como en una yincana, los corredores atraviesan la ciudad realizando una serie de paradas obligatorias. La Castellana, Colón y Gran Vía son las más comunes. Cómo llegar de un lugar a otro es decisión de cada ciclista.

Al elegir rutas diferentes reducen presuntamente la posibilidad de formar atascos. Y, sobre todo, evitan que la policía les identifique como participantes de una carrera. Si les paran por cometer alguna infracción, los competidores no dicen que están corriendo. Llevan prisa, y punto.

Esquivar coches, motos, peatones y ciclistas sobre unaa bici sin frenos que puede alcanzar los 60 kilómetros por hora

“Es una carrera un poco punki”, explica un ciclista al que en el mundillo se le conoce como Piteras y que prefiere no dar su nombre. Este extremeño, de 27 años, ha corrido cuatro alleycats en Madrid y ha ganado dos. La adrenalina y el riesgo le incitan a participar. “No brakes” (sin frenos, en inglés), puede leerse en el tatuaje que lleva en el tobillo. Pitera ha corrido también en Barcelona, pero asegura que Madrid es más dura y divertida. “Hay más coches y más cuestas”, explica.

Las carreras suelen hacerse al atardecer, casi de noche, cuando el tráfico es menos denso y hay menos policía. Los faros de los otros vehículos hacen además que saltarse un stop sea menos peligroso para los ciclistas.

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Tráiler del documental Line of sight, de Lucas Brunuelle, sobre las alleycats de Nueva York.

Cruzar la ciudad a pedales, en el menor tiempo posible y por el camino más corto, es el objetivo de las alleycats. Las carreras pueden convocarlas tanto un colectivo de bicis como cualquier aficionado. El organizador fija un día, una hora y un punto de partida. Avisa a sus conocidos a través de las redes sociales y lo comunica en algunas tiendas. El boca a boca y la camaradería de los participantes hace el resto.

En ciudades grandes como Madrid o Barcelona la media de participantes ronda los 40 ciclistas. Aunque de vez en cuando se ve a alguna mujer, la mayoría son varones. Desde adolescentes con tatuajes y dilataciones en las orejas hasta aficionados al ciclismo que dejaron atrás la cincuentena, pasando por una mayoría de musculados treintañeros.

Cada competidor arriesga lo que quiere Piteras, ganador de dos 'alleycats'

No hay un perfil definido, y cualquiera puede ganar. La estrategia para trazar bien la ruta más eficiente es tan importante como la velocidad. El ganador obtiene un premio que rara vez es dinero en metálico. Lo más común: material para ciclismo o camisetas y gorras con el nombre de la carrera. Sin embargo, también hay alleycats que no tienen un premio físico. En estas, el corredor recibe tan solo el reconocimiento de los que comparten su afición.

Las alleycats se inspiran en los bicimensajeros estadounidenses. Las paradas de las carreras simbolizan las que estos trabajadores realizan para entregar un paquete. A partir de ahí, el estilo de la yincana depende de cada organizador. En las que prima la velocidad, el objetivo principal es encontrar el camino más rápido. Las aceras, los parques, la calzada, todo vale como pista. Otras alleycats tienen un carácter más lúdico y se centran en poner pruebas a sus participantes como bailar en una parada determinada o realizar la carrera disfrazados. En estas, los corredores no tienen pretensión de ganar, sino solo divertirse.

A Piteras le gusta emular a los mensajeros estadounidenses cuando compite. Lo hace con una bici de piñón fijo. En este modelo, los pedales no paran de girar si la rueda trasera está en movimiento. Sin posibilidad de cambiar de marcha ni frenos. Para parar, Piteras tiene que pisar fuerte en el sentido contrario al de los pedales —”clavar la pedalada”, lo llaman—, y entonces derrapa. Esquivar coches, motos, peatones y ciclistas sobre una bici sin frenos que puede alcanzar los 60 kilómetros por hora parece peligroso, pero el corredor asegura que no lo es más que cualquier otro día en el que coge la bici para moverse por la ciudad. “Cada uno arriesga lo que quiere”, explica. Nadie obliga a los participantes de las carreras a saltarse un stop o un semáforo, o a entrar en una calle en dirección prohibida. Los competidores defienden que estas yincanas pueden ser un modo original y divertido de conocer mejor una ciudad si se hace respetando la ley.

Este tipo de carreras no recibe, sin embargo, la aprobación de todo el mundo. Ni siquiera de quienes tratan de promover el uso de la bicicleta en la ciudad como transporte alternativo al coche. Enbicipormadrid, un movimiento que lleva años intentando normalizar el uso cotidiano de la bicicleta en la capital, teme que estos corredores puedan dañar la imagen de los ciclistas. “La típica frase ‘ya está el ciclista saltándose el semáforo’ es un lastre para los que queremos circular según la ordenanza de movilidad”, dice uno de sus integrantes.

Pitera asegura sin embargo que los movimientos que paran el tráfico de Madrid un día al mes para reivindicar el uso de este transpote perjudican más que los participantes de las carreras. “¿Qué mala imagen vamos a dar si la gente no sabe ni lo que es una alleycat?”, defiende.

El Ayuntamiento de Madrid confirma este último hecho: no sabe lo que son, ni tiene ninguna queja ni incidente registrados a causa de estas carreras. Los participantes aseguran que no suele haber altercados ni con los viandantes ni con el resto de vehículos. “Respetamos mucho a los peatones y solo nos ponemos en peligro a nosotros mismos”, afirma Piteras.

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