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La Gran Guerra en Barcelona
Crónica
Texto informativo con interpretación

¿La oficial o la otra?

El adelanto horario europeo no se aplicó hasta 1918 y provocó todo tipo de bromas

El reloj del teatro Poliorama de Barcelona que, precisa la placa, marca la “hora oficial”.
El reloj del teatro Poliorama de Barcelona que, precisa la placa, marca la “hora oficial”. consuelo bautista

Los horarios fabriles ya habían popularizado los relojes portátiles, que en el siglo XIX eran de cadena. En cuanto a los públicos, el más antiguo en Barcelona había estado en la catedral. Según el Libro Verde de 1848, el primero con esfera e iluminado por la noche se hallaba en la fachada del desaparecido Palacio Real de la plaza Palau. Desde ese pionero, a principios de la Gran Guerra había ya 23 mecanismos de relojería que controlaba el Servicio Horario Municipal de la Academia de Ciencias, dirigido por el doctor Eduardo Fontseré.

Desde la incorporación como barrios de las poblaciones vecinas, el servicio debía cubrir cada vez más territorio para controlar todos los aparatos desperdigados por la ciudad. En esas fechas se habían puesto de moda los relojes de pulsera, convertidos por la guerra en un objeto masculino tras años de ser un adorno exclusivamente de mujeres.

El primer diseño para varones lo realizó la firma Cartier en 1904 para el aviador brasileño Alberto Santos-Dumont. Diez años más tarde, la International Watch Company presentó uno de los primeros modelos pensado para uso militar. Fue la exactitud de los bombardeos lo que hizo que su uso se extendiera entre los soldados de las trincheras, que los compraron a miles. Poco tiempo después había muchas empresas dedicadas a fabricar estos artilugios, sobre todo en la neutral Suiza. En aquel país hicieron relojes para los contendientes firmas como TAG Heuer, Zenith, Tissot, Omega (que hizo cronómetros para la aviación) o Chopard (cuyas esferas recordaban la escotilla de un barco). Rolex lanzó el primer modelo con esfera negra y Cartier diseñó el Cartier Tank, cuya caja se inspiraba en el famoso tanque Renault FT-17. Algunos modelos llevaban rejillas y tapas metálicas para proteger la esfera de golpes y caídas.

El uso del reloj se extendió entre los soldados en las

El ejército de los Estados Unidos adquirió grandes cantidades de relojes, incluidos como parte del material que se daba a los reclutas. En la neutral Barcelona funcionaba la empresa suizo-catalana de relojes Girod —con taller en la plaza Cataluña—, que fueron los primeros en llevar nuestros abuelos en la muñeca. La popularización de los horarios, y el uso de relojes como objeto de uso cotidiano (sin el cual, el hombre civilizado deja de serlo), llevó a reflexionar sobre la organización del tiempo.

En 1907 el ingeniero británico William Willet afirmó que adelantando una hora en verano se podría ahorrar una fortuna. Esa idea no se llevó a la práctica hasta abril de 1916 y por necesidades inherentes a la guerra: la escasez de carbón y de combustible. Paradójicamente, los primeros en implantar la medida fueron Alemania y el imperio Austro-Húngaro, que empezaron por los trenes que cruzaban los Balcanes desde Berlín. Unos días después se añadió Francia y a mediados de mayo Gran Bretaña, que lo implantó entre un paquete de medidas para minimizar el impacto de los apagones nocturnos. Ese mes de julio, los alemanes anunciaron al mundo el éxito de su iniciativa, haciendo que otros países se sumaran a ella. Europa entera comenzaba a regirse por el llamado horario de verano, consistente en adelantar una hora en primavera y atrasarla de nuevo en otoño. En 1917 se les añadió Rusia —que intentaba modernizarse—, y los Estados Unidos.

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La monarquía española mantuvo su antigua organización horaria, que justo al inicio del siglo XX se había ajustado al meridiano de Greenwich. Pero en 1918 la crisis ya era inminente, la guerra se estaba acabando y muchas fábricas cerraban por falta de materia prima, había escasez de algodón e incluso de trigo para hacer pan. Así pues, se comunicó que a las 23.00 horas del 15 de abril de ese año se adelantaría una hora, para unirse a las medidas de ahorro tomadas en el resto del continente.

En 1907 el ingeniero

La prensa bromeó, comentando las dificultades que iban a tener los propietarios de relojes de sol para ponerse a la hora. En Barcelona aparecieron avisos por todas partes, especialmente en las estaciones de transporte. Por lo visto, el adelanto fue un éxito en varias ciudades peninsulares donde se celebró como si fuese Fin de Año. En la capital catalana muchos obreros se quejaron, pedían retrasar también sesenta minutos el momento de entrar a las fábricas. A la gente, cuando le pedían la hora por la calle se miraban la muñeca y preguntaban: “¿La oficial o la otra?”

Terminada la Gran Guerra, el reloj de pulsera se transformó en un objeto consustancial al ideal masculino, en Occidente no había varón que no llevara uno encima. En cuanto al horario de verano, sobrevivió a dos guerras mundiales. Gran Bretaña lo abandonó entre 1968 y 1971, pero regresó. La ley que actualmente regula el cambio horario en toda la Unión Europea data del año 2000, y con el mismo argumento que el primer día: hay que economizar energía.

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