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¡A la rica horchata!

Aparecida en paradas al aire libre y en cafés en el XVIII, Barcelona mantiene hoy mucho local clásico

No sé si es a causa de su dulzor, del color lechoso o de su textura característica un punto terrosa, pero el verano huele a horchata, esa bebida inocente que un adulto puede consumir con pajita y sin sonrojo alguno. Refrescante, estimulante y suficientemente empalagosa como para dejarle con ganas de beberse otra. Cuentan que el nombre es romano: procede de un brebaje denominado ordeata, un bebedizo no alcohólico que se hacía a partir de cebada triturada y macerada. Con los años, a alguien se le ocurrió emplear el mismo procedimiento con otras plantas ricas en almidón traídas por los sarracenos, como el arroz o la chufa. Fue a partir de ese momento que pudo encontrarse en España, primero en paradas al aire libre y luego en los cafés que surgieron a finales del XVIII. Muy pronto se sirvió en las barracas que aparecían cada verano, compartiendo protagonismo con otros refrescos edulcorados como la leche merengada o los zumos de fruta. En Barcelona, uno de estos vendedores ambulantes fue el valenciano Manuel Arnal, que estuvo un tiempo dando horchata en la plaza Palau, hasta que se instaló en un local que bautizó como la horchatería del Tio Nel·lo. El cronista Lluís Aymerich escribió que Arnal fue el creador de diversos granizados, que junto a los buñuelos fritos hicieron popular su establecimiento. Poco después también la ofrecían en el vecino café de las Siete Puertas, y en el café de la Constitución de la Rambla. Entonces la horchata más reputada era la que producía la fábrica de jarabes y horchatas de Francisco Fortuny en la calle Princesa, junto al actual restaurante El Foro.

Curiosamente, este producto tan veraniego siempre ha estado asociado a un dulce exclusivamente navideño como el turrón. A partir de la emigración levantina en Barcelona, comenzaron a aparecer pequeños negocios de familias procedentes de Xixona que ofrecían en una época del año una cosa, y despúes la otra. Ellos fueron los principales organizadores de la feria navideña que se hacía anualmente en la plaza Palau, hasta que en 1888 el Ayuntamiento les obligó a mudarse de allí. Su nueva ubicación fue la plaza de la Cucurulla y sus alrededores —habitualmente quioscos en la entrada de una escalera—, donde todavía perduran algunos de estos añejos negocios (como la Planelles de Cucurulla, o la Planelles Donat en Portal del Ángel). Por si fuera poco, el mismo año les salió una dura competencia: la Horchatería Valenciana situada junto al Palacio de la Industria de la Exposición Universal, que tuvo un gran éxito. Y a ésta le salió un imitador, la Horchatería Valenciana de la Rambla esquina con la calle Unió. También abrió sus puertas la Horchatería Higiénica de la plaza Catalunya, que en 1896 se trasladó a la Gran Vía con el nombre de Nueva Horchatería. Y La Campana de la calle Princesa, que todavía ofrece sus turrones y horchatas artesanales, impasible al paso del tiempo.

Con la llegada del siglo XX entra en escena la Horchatería Italiana de la plaza Catalunya, esquina con la ronda de Sant Pere. Esta pionera del helado a la italiana popularizó los spumoni y los granizados de fresa y de chufa, el chocolate a la suiza, la cerveza frappé y el “vermouth de Torino”. Fue uno de los locales más chic de su época, que atraía a gran número de familias burguesas. El año siguiente, la Horchatería Valenciana se trasladó a la calle Diputació, y poco después abrió sucursal en la avenida del Tibidabo. Y en 1908 inauguró otro clásico, Casa Colomina, que hoy cuenta con establecimientos en Cucurulla, Portaferrissa, Quevedo y Gran de Gràcia. Entonces era común que —cada verano— la prensa discutiera sobre los efectos de las bebidas heladas en el organismo.

En esas primeras fechas del nuevo siglo se crearon dos locales destinados a sentar unos estándares dentro del negocio. De una parte, La Valenciana, en la esquina de la calle Aribau con la Gran Vía (hoy unos números más arriba), considerada como una de las horchaterías de más solera y tradición de la ciudad, siempre regentada por la familia Cortés. Y El Tío Che de la Rambla del Poblenou, que sirven su horchata sin azúcar y con chufa garantizada de la localidad de Alboraya. Para muchos, dos de los mejores establecimientos de refrescos de Barcelona. Desde entonces, la horchata nunca ha pasado de moda, siempre apetece.

Ahora la sirven en locales como Bonastre de la avenida Mistral; en Refreskt, del paseo de Sant Joan (que la anuncia totalmente libre de colorantes y conservantes), en la Horchatería Gran Vía (esquina Calabria); en Verdú, de la calle Bruc; o en Brest, del paseo de Sant Joan, vía que se ha convertido en uno de los centros de la horchata en Barcelona. Aunque para los aficionados no hay lugar tan mítico como Sirvent, fundada por Tomás Sirvent en 1920 en la calle Freixures y luego trasladada en 1943 a su emplazamiento actual en la calle Parlament, que tradicionalmente se anunciaba como “Esta casa no tiene sucursales” (ahora no es verdad: tienen una en la esquina Balmes con Rosselló). Varias generaciones han saboreado su horchata, con fama de ser la más espesa de las que pueden probarse por aquí, y donde también se puede degustar el Cubano (horchata con una bola de helado de chocolate) o el Cubano de Xixona (con helado de turrón). La explicación de aquel cartel tan misterioso hay que buscarla en las otras Sirvent, con las que no guarda ninguna relación familiar. La que Sebastià Sirvent abrió en 1926 en la calle Ferran y luego trasladó a la ronda de Sant Pau, con sucursal en la calle Villarroel. I la que los hermanos Sirvent Devesa inauguraron en 1978 en la calle Escorial, y más tarde en el paseo de Sant Joan. Como ven, posibilidades de probar una rica horchata en verano hay muchas en Barcelona.

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