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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sayed Kashua se va de Jerusalén

Los muertos en Gaza nos resbalan. Que los peritos señalen a los Mossos por la muerte de Juan Andrés Benítez, también

Mercè Ibarz

La masacre, otra vez, en Gaza, las cifras de víctimas que nos resbalan tanto como que los peritos hayan diagnosticado este lunes que Juan Andrés Benítez murió en el Raval en manos de los Mossos, me pillan leyendo a Sayed Kashua y su única novela traducida, Segona persona del singular (Edicions de 1984, no hay versión española). Un autor que hay que leer, un autor que acaba de explotar.

Sayed Kashua se va de Jerusalén, donde vivía con su familia y había logrado un estatus difícil de conseguir para un palestino de Israel. Se exilia. No puede soportarlo más y se larga, a Norteamérica, donde está invitado a dar clases y donde dice que se quedará y aprenderá si es preciso a escribir novelas en inglés para continuar con su vida de escritor, como antes aprendió a escribirlas en hebreo.

Nacido en 1975, forma parte, al menos hasta ahora, de lo que con gracia denomina las “nuevas especies” del entretenimiento internacional. “El mundo occidental ha descubierto el fenómeno natural conocido como los ciudadanos árabes de Israel, y lo mejor de todo para mi sorpresa es que la patente está registrada bajo el nombre de un científico ruso llamado Lieberman”, escribía en 2009. Son, poca broma, el 20% de la población de Israel.

“Zoólogos y antropólogos”, proseguía, “fueron requeridos a dar explicaciones, y después de un largo día de los más delicados experimentos de laboratorio, se llegó a la conclusión de que se trataba de un fenómeno familiar, al que a veces se refiere un pequeño grupo de historiadores por el término científico de árabes israelíes. Otros investigadores que han documentado su aparición lo definen como los ciudadanos palestinos de Israel, mientras que otros prefirieron catalogarlo por medio de números, llamándolos los árabes del 48”. En una entrevista cuando estuvo por Barcelona para promocionar su novela, Montserrat Radigales le preguntó si se sentía israelí o palestino: “Me siento mal”, respondió con un humor no lejano al de Woody Allen, “pero no sé si es por mi lado israelí o por mi lado árabe”.

Kashua ha logrado hacer oír su voz en Israel como periodista destacado, novelista en hebreo de éxito y guionista de televisión

Más le debe molestar lo de colaborador que aplican a los jerosolimitanos como él los palestinos de los territorios ocupados, las gentes de esta Gaza que ahora vuelve a arder en tormentos, sus niños y jóvenes sacrificados como de costumbre. Sayed Kashua ha logrado hacer oír su voz en Israel como periodista destacado, novelista en hebreo de éxito y guionista de televisión asimismo exitoso (la única serie hecha por árabes y en árabe es suya, es satírica y se titula Trabajo de árabes, que quiere decir exactamente lo que ustedes comprenden). Tal y como van las cosas puede que sí, que se haya sentido un colaboracionista y la vergüenza y el horror le han llevado al destierro. Creyó posible el diálogo.

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De todos ellos —palestinos y judíos, árabes de la ciudad, del campo y de los territorios ocupados— habla en su novela, centrada en los palestinos que llegan a la capital sacrosanta desde los pueblos de Galilea y del Triángulo para estudiar en la universidad, en hebreo, y lograr formar parte tal vez de la clase media profesional: abogados, contables, médicos, asistentes sociales, unos pocos profesores de universidad. Pero eso no es todo en esta historia.

Segona persona del singular es una novela de celos y piedad, fina y absorbente, que sería erróneo considerar en exclusiva un documento costumbrista de la vida en el Israel del siglo XXI. Es sobre todo una indagación de las herencias culturales que nos dominan y del juego de espejos que nuestras obsesiones nos producen, viendo enemigos por todas partes sin querer comprender que son nuestros miedos y la pereza de cambiar los que los crean, y es también un bello retrato de la comunión que pueden alcanzar las personas unidas por el desarraigo y el dolor a pesar del racismo. Consuela saber que en Israel es un libro comprado, leído y comentado por unos y otros.

En Por qué me voy de Jerusalén, su última columna en el diario Haaretz, traducida el sábado pasado aquí por el diario Ara, Kashua se desmelena. Puede que no continúe escribiendo y se haga taxista: “En el taxi no escucharé nunca las noticias. No sabré quiénes son los políticos del nuevo lugar; no sabré cómo se llaman los periodistas, los presentadores y los tertulianos; no me importarán sus opiniones, sus puntos de vista o su visión de la situación actual. Allí, intentaré con todas mis fuerzas ser un turista eterno, no tomarme las cosas a pecho, no sentirme nunca integrado”.

Desde aquí le mando un abrazo. Si no fuera porque lo que nos pasa a nosotros no se puede comparar con lo que les sucede a los suyos, palestinos y judíos de Israel hartos de tanta barbarie, le diría que estoy lo mismo. Harta de leer y escuchar simplezas y demagogias contra, por ejemplo, la sentencia que ha absuelto a los acusados de la protesta ante el Parlament por falta de pruebas (¡!) y por la actuación de los Mossos. Esos Mossos imputados por la muerte de J.A. Benítez una noche en el Raval.

Mercè Ibarz es escritora

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