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Lavapiés se organiza para combatir a los chinches

El Ayuntamiento facilita la recogida de colchones y fumigará casas pobres

Elisa Silió
Servicios de limpieza por una calle del barrio de Lavapiés.
Servicios de limpieza por una calle del barrio de Lavapiés. samuel sánchez

En Fortunata y Jacinta Benito Pérez Galdós llamaba a la iglesia de San Lorenzo, del castizo Lavapiés, “la parroquia de los chinches”. Pasados 130 años el antipático insecto sigue incordiando, tanto que el Ayuntamiento de Madrid, la policía y los vecinos, se han sentado a atajar el problema antes de que termine convirtiéndose en una gran plaga por toda la ciudad. Se acabó ver durante días los colchones infestados a la puerta de las casas, un foco de propagación rápido. “Se han puesto carteles en los portales para que la gente, antes de sacar los muebles o los colchones, llame al 010. En media hora vienen a por ellos y se evita que alguien se quede con ellos", cuenta Manuel Osuna, presidente de la Asociación de Vecinos de Lavapiés.

El cartel "tiene chinches" en los jergones no obstaculizaba que arramblase con los enseres su población inmigrante (el 32% del total, el doble que la media madrileña), necesitada y en muchos casos un escaso conocimiento del español. El Ayuntamiento no puede intervenir en las casas —son propiedad privada— pero cuenta con un procedimiento para que las familias sin recursos puedan atajar el problema sin coste alguno. El proceso cuesta de 250 euros en adelante y obliga a ausentarse de casa, lo que aumenta el gasto. Fuentes del Ayuntamiento explican que 15 familias se van a beneficiar de esta iniciativa por el momento.

En la última década la presencia de chinches en España casi se ha duplicado, pero este año se ha hecho especialmente fuerte en Lavapiés, con 40.000 habitantes. Su picadura no trasmite enfermedades, pero produce prurito y enrojecimiento. “Las empresas nos cuentan que si antes tenían cinco servicios a la semana en esta zona, ahora tienen 15”, explica Osuna. El 2010 también se recuerda en Lavapiés como complicado. En la farmacia de la plaza solían vender cuatro cremas para tratarse las picaduras al mes. Ahora es diario.

Isabel, que vivía en una corrala de la calle Esperanza, ha terminado mudándose dentro del barrio. Dos veces el casero mandó fumigar la casa por indicación suya, pero no hubo manera. “Tiene que ser una actuación integral, de todo el edificio. No servía de nada que yo siguiese el protocolo, porque mis vecinos eran extranjeros y les daba miendo quejarse y que les echasen del país, o de renta antigua sin ganas de líos...”, relata. A la puerta de la corrala, una veinteañera de acento eslavo reconoce que en su casa también hay chinches. Expresa frustración y su intención de cambiarse de vivienda ya.

Diego Cruz, portavoz adjunto socialista en el Ayuntamiento, se felicita de la actuación, pero echa en falta más premura: “Hace tiempo que los vecinos se quejaban, pero a los de Lavapiés se les trata como ciudadanos de segunda. En otros sitios se hubiese actuado antes”. Una campaña informativa entre los inmigrantes sería recomendable, pero Cruz no lo ve posible. “A los inmigrantes se les ha alejado del sistema de salud, ¿cómo hacer una campaña?”, se pregunta.

La picaresca reina y hay intrusismo entre los fumigadores. Milagros Fernández de Lezeta, directora general de la Asociación Nacional de Empresas de Control de Plagas (ANECPLA),  es clara: “El problema no es que te quiten los chinches, son las posibles intoxicaciones”. Por eso recomienda consultar la lista de empresas profesionales de su página.

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Sobre la firma

Elisa Silió
Es redactora especializada en educación desde 2013, y en los últimos tiempos se ha centrado en temas universitarios. Antes dedicó su tiempo a la información cultural en Babelia, con foco especial en la literatura infantil.

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