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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El reflejo de la ruptura

Costará ver a Guanyem reflejada en la vieja cultura. Pero me temo que todo lo que está pasando carece ya de reflejo en ella

La última peli de Gregory Peck no fue un gran qué, pero tenía una secuencia llamativa. Un grupo de revolucionarios mejicanos ocupaba la mansión de un terrateniente. Allí descubrían un salón repleto de algo que nunca habían visto antes: espejos. Es decir, ellos. Los revoluci. onarios quedaban tan impresionados ante sus cuerpos, vistos por primera vez que, de hecho, no volvían a salir de esa casa en lo que quedaba de peli/Zzzzz. De lo que se deduce que la revolución —pasa con todas; incluso más con la del bikini—, consiste en acceder a tu reflejo. Por el mismo precio, la reacción —todas; incluso ante el bikini— consiste en negarnos nuestro reflejo.

Desde hace semanas, la sensación es que los reflejos de la realidad han sido raptados. La magnitud de la tragedia se percibe en este titular, patológico, aparecido en un diario peninsular: “El rey, que sirve a todos los españoles, y el príncipe, que ama a España, son aclamados y vitoreados por la ciudadanía”. Esta cosa tan larga ejemplifica la ulterior lucha de la cultura local para no dejar ningún reflejo al azar. Ilustra, vamos, un apagón informativo —un rapto de información y de los reflejos de la sociedad—, similar al del 11-M, en el que el staff político, el periodístico y el cultural, no han tenido reparos en difundir, sin ejercer control o crítica, el punto de vista del Estado. La diferencia, en esta emisión king-size de propaganda, ha sido su mayor colapso.

En ese sentido, estas semanas, pese a haber resultado apabullantes en su elisión de reflejos, han significado un fracaso comunicativo absoluto. Hasta el punto de que toda esta violencia cultural vertida —Chomsky: “En una democracia, la propaganda tiene la misma función que la violencia en una dictadura”— ha resultado tan insuficiente que, en lo que es un dato sumamente inquietante, se ha tenido que recurrir a la violencia más convencional: censura en medios, prohibición y requisa de banderitas, suspensión del derecho de reunión. Y detenciones.

La prensa extranjera, menos dada a la simbiosis con el régimen, ha ofrecido puntos de vista/reflejos más verosímiles. Verbigracia: mientras, el día de la coronación, los medios locales celebraban el Festival Kim Il Sung, la corresponsal en Madrid de Le Monde dibujaba este reflejo de lo que veía: “On dirait plus un jour de deuil national que de fête”.

En 2011 hubo una ruptura cultural inaudita, comparable en su amplitud y profundidad a la vivida en los años 20 del pasado siglo

La prensa extranjera, por otra parte, ha dibujado reflejos verosímiles y menos sentimentales de la abdicación —a la que vincula a la corrupción y al caso Nóos, un torpedo en la línea de la flotación de la Monarquía, que se ha intentado solucionar con un ERE en la Familia Real—, y se ha maravillado ante tramos extraños al derecho de este fin de fiesta, como el aforamiento exprés. Pero la prensa extranjera no explica, por sí sola, el fracaso, estrepitoso, de la cultura local.

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Conviene recordar aquí que, cuando una cultura fracasa, es que existe otra más funcional. Y esto es lo que está pasando. En 2011 hubo una ruptura cultural inaudita, comparable en su amplitud y profundidad a la vivida en los años 20 del pasado siglo. Miles y miles de personas ya no son receptoras de la cultura, vinculada a la defensa del régimen, hasta hace poco hegemónica. Sencíllamente porque les resulta ridícula, o/y de otro país. Estas nuevas culturas emergentes, ya están adquiriendo cuerpo y vigor, y son describibles. Sabemos que dibujan una nueva cultura política, difícil siquiera de percibir por parte de la cultura vertical que no puede ver deuil cuando en jefatura dicen que hay fête.

Sabemos que esa cultura política aspira a tomar el Estado y, a través de él, intervenir en la UE para invertir la reacción democrática. Sabemos que se centra en la palabra democracia, que quiere ampliarla en lo político, lo social, lo económico, y lo territorial. Sabemos que, el 15-M, esa cosa nacida en un ciclo electoral, se reformula en cada ciclo electoral. Que no tiene una forma electoral definida, sino que va cambiando.

En las elecciones europeas, adoptó la forma de Podemos, ese fenómeno imposible de verse reflejado en la cultura local. Y que ahora se está formulando para el próximo ciclo electoral, las municipales de 2015. Para entonces habrá adoptado otra forma. Todo apunta que una forma novedosa. En muchas ciudades peninsulares, se está produciendo, en ese sentido, un nuevo fenómeno. Entidades ciudadanas se reúnen, elaboran códigos éticos y programas de mínimos y buscan la unidad amplia, una mayoría social, en torno a esos documentos. Se trata de unir a ciudadanía, movimientos y organizaciones sociales y políticas —es decir, también partidos—, en candidaturas rupturistas, con la agenda democrática del siglo XXI.

Guanyem es, hoy, el proceso más determinante en esa línea, el que está imprimiendo más vocabulario y asentando lógicas en otras ciudades. Sabemos que, si culmina su proceso, es una amenaza solvente contra el régimen del 78, esa reducción democrática que pasa por la simbiosis entre política y empresa, hoy perceptible hasta el punto de provocar abdicaciones.

Costará ver a Guanyem reflejada en la vieja cultura. Pero, me temo, todo lo que en verdad está pasando carece ya de reflejo en esa cultura.

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