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Ateísmo capitalista

ahora asoma en Valencia una asociación de ateos que intercambia cinco euros por cada crucifijo

La buena voluntad se le supone a cualquiera, siempre que no lo conozcas bien, pero otra cosa distinta es que su ejercicio social conduzca a la resolución real de problemas de envergadura. Los políticos no están solos en el origen de su ejecutoria pública. Disponen, o no, de los votos ciudadanos precisos para erigirse en nuestros representantes, pero también, se supone, de una ingente formación teórica que les cualificaría para tomar decisiones de importancia en nombre de sus votantes o de la ciudadanía en general. Y en ese punto se cuece, entre otras cosas, una asimetría profunda, muchas veces mortal, entre la realidad y el deseo, que termina por heder como una tumba mal sellada. Incluso el núcleo inspirador de Podemos puede alcanzar sus meses de gloria a cuenta de una panoplia de afirmaciones apresuradas que coincidirían con las que rumia el hombre de la calle, caracterizadas por la sencillez de las respuestas frente a la magnitud de las preguntas. Ya explicarán en su momento cómo se las apañarán para hacer política verdadera, tan repleta de argucias necesarias como de recovecos alucinados y armarios acorazados.

La verdad es que demasiado a menudo la izquierda se ha dejado llevar por posibles evidencias que han resultado devastadoras. Incluso las de algunos de sus presuntos pensadores. Por ejemplo, todavía horroriza la frase con que se abre el libro de Simone de Beauvoir, El pensamiento político de la derecha, de tanto predicamento en fechas no muy lejanas: “La verdad es única, el error, múltiple; no es casual que la derecha profese el pluralismo”. ¿Conoce el taimado lector una declaración más transparente de autoritarismo biempensante? No cabe duda de que Fidel Castro se echó a la sierra cargado de las mejores intenciones y sufriendo calamidades sin cuento para liberar a su país de las ignominias de Batista, es cierto. Pero, ¿era necesario que poco después arremetiera contra los homosexuales cubanos hasta el punto de imposibilitarles la vida? Y el Che Guevara, ya liberada Cuba, ¿qué hace en Bolivia con quince compañeros dispuestos a liberar desde allí el subcontinente? Hay en su diario de entonces una anotación escalofriante, cuando cumple 39 años: “Con esta edad —viene a decir— tendré que replantearme mi futuro como guerrillero”. El presunto “hombre nuevo” muere en combate y se comporta como un héroe trágico: “vas a matar a un hombre”, le dice a su asesino borracho.

Y ahora asoma en Valencia una asociación de ateos que intercambia cinco euros por cada crucifijo o cualquier otra imagen religiosa expuesta en público, ya se trate de colegios, iglesias, ayuntamientos, hospitales, etc., en una operación que en cierto modo apunta hacia el ateísmo capitalista. Un pensador marxista de mucho postín, catalán para más inri, Manuel Sacristán, dejó dicho que no era ateo, ya que se prueban las existencias y no las inexistencias. J. P. Sartre prefería otra vía, acaso más cristiana: “El ateísmo es una empresa de largo aliento; creo haberla apurado hasta el fin”. Y sin percibir ni un duro por ello.

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