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Chueca pide la dimisión de Botella

El pregón del Orgullo se convierte en una sonora pitada contra la alcaldesa

Conchita Wurst en el pregón del Orgullo Gay.Foto: atlas | Vídeo: Carlos Rosillo| ATLAS
Pablo León

“Botella dimisión. Botella dimisión”. Con estos gritos recibía la Plaza de Chueca el pregón de las fiestas del Orgullo de Madrid (MADO 14). El escenario instalado en la plaza, y desde el que las pregoneras Conchita Wurst y Ruth Lorenzo inauguraron los festejos, no estará mañana. El pregón será el único acto de las fiestas, que duran hasta el domingo, que se podrá celebrar en la mítica plaza, icónica para el movimiento LGTB.

El ruido ha sacado la celebración del epicentro del barrio: “aunque otros años el Ayuntamiento ha dado el visto bueno a las actuaciones en la plaza, en la presente edición han considerado que durante los festejos se van a superar los 45 decibelios permitidos por la ley y no nos han dejado programar aquí”, explica Juan Carlos Alonso, secretario general de la asociación AEGAL (Comercio, Ocio, Cultura y Turismo gayfriendly), una de las organizadoras del evento. La manifestación anual, que se celebra el sábado, también varía su recorrido “por razones de seguridad”, según el Consistorio. Así en lugar de cruzar la Gran Vía discurrirá por la Castellana, comenzando en Atocha y celebrando el fin de fiesta en Colón. “No vamos a hacer ningún tipo de valoraciones políticas. Nos vamos a limitar a cumplir la ley”, asegura Alonso.

“No son decibelios, es LGTBIfobia”, sentencia Carla Antoneli desde el escenario. “Sacarnos del barrio es una muestra del desprecio que la alcaldesa tiene al colectivo. Eso sí, no tiene reparos a la hora de promocionar la ciudad en el extranjero haciendo gala de lo gay”, agrega la diputada socialista en la Asamblea de Madrid.

El Orgullo es la fiesta más multitudinaria de Madrid. Los organizadores calculan que este año reunirá a más de dos millones de personas y que generará unos beneficios para la ciudad de 110 millones de euros. “La gente las identifica como las fiestas de Madrid”, apunta Alfonso Llopart, director de la revista Shangay y coordinador de escenarios del MADO. “Aunque este año no son muchos por coordinar”, se queja. Los seis escenarios que otras ocasiones se han extendido por el barrio se han visto reducidos a dos: el de la plaza de Callao y el de la Plaza del Rey. Por todos los cambios, desde las organizaciones LGTB se han quejado del “doble rasero” del Ayuntamiento con respecto al ruido de los eventos y han comparado el Orgullo con las celebraciones de la Roja o las fiestas de la Paloma. “Nuestro Ayuntamiento no entiende”, resume Llopart esa percepción.

Desde Génova quieren demostrar lo contrario. “He hablado esta mañana con la alcaldesa de Madrid y tiene voluntad de buscar una solución. Es la asociación de vecinos la que se opone”, publicaba hace unos días en Twitter Iñaki Oyarzabal, secretario de justicia, derechos y libertades del Partido Popular y abiertamente gay. “No se han sacado las fiestas del barrio”, dice Esteban Benito, presidente de la asociación de vecinos del barrio. “El Orgullo comenzó como algo espontáneo y de la ciudadana, pero ha ido cogiendo fama y se ha convertido en un evento multitudinario”, continúa. Benito es urbanista y considera que la plaza es un agujero “súper peligroso en el que no cabe un alfiler”. Por otro lado, incide en al percepción de los vecinos de que la fiesta se había convertido en “un horror” debido a la música permanente, las excesivas barras en las calles y los orines.

“Me estabas intentando robar el móvil”, alza su voz un chico en la plaza segundos antes de que Conchita salga a escena. Todo se queda en un leve altercado cuando la inesperada diva saluda y canta para deleite de sus seguidores. Tras ella, Boti García Rodrigo, presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas Gays Transexuales y Bisexuales (FELGTB): “durante la manifestación no vamos a entender de decibelios”. Y continúa su discurso denunciando la vulnerabilidad del colectivo. Después de sus palabras, el himno no oficial que inaugura año tras año la cita: A quien le importa lo que yo haga de Alaska y Dinarama. Pero no el fin del pregón. Por lo menos de su cara no oficial. Una pitada espontánea asonó la plaza pidiendo la dimisión de la alcaldesa. “Ahora vamos a hacer otra pitada en Vázquez de Mella. Nos quieren estropear el Orgullo y no vamos a permitirlo”, cuenta Liam Aldous, australiano de 33 años que lleva varios años instalado en Madrid. En la plaza, cercana a la principal, se concentró un centenar de personas con silbatos de colores que iban distribuyendo a todos los interesados en “pitar al Ayuntamiento”. La protesta duró poco. A las 21.30 ya había pasado todo. “El barrio es el alma de las fiestas. Entiendo que la gente se enfade si las sacan de aquí”, cuenta Ángel, de 58 años, acompañado de sus sobrinos: Lucía, de 16, y Javi, de 11. “Me gusta mucho el ambiente y cómo va vestida la gente”, dice la joven sin dejar de mirar alrededor. “Cuando sea mayor pienso venir”, agrega con una sonrisa. De fondo, los pitidos seguían sonando por el Chueca.

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Sobre la firma

Pablo León
Periodista de EL PAÍS desde 2009. Actualmente en Internacional. Durante seis años fue redactor de Madrid, cubriendo política municipal. Antes estuvo en secciones como Reportajes, El País Semanal, El Viajero o Tentaciones. Es licenciado en Ciencias Ambientales y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Vive en Madrid y es experto en movilidad sostenible.

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