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TEATRO-DANZA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sísifo en Chueca

Jorge Pascual es básicamente un actor que quiere a toda costa usar productivamente su cuerpo para expresarse

Recientemente hubo en el Museo del Prado una exposición bajo el título Las Furias. Ticio, Tántalo, Sísifo y Prometeo desfilaban en un inmenso fresco de pinturas extraordinarias, cada uno con su tragedia a cuestas, donde a uno le saca el hígado un pájaro y otro arrastra su enorme pedrusco. Al comienzo de la pieza de Herrera y pascual se piensa inmediatamente en esas furias desatadas, incruenta batalla consigo mismas y con su biografía.

El espectáculo, de treinta minutos de duración y del que se repetían tres pases en la misma velada única, es un reto para el actor. Jorge Pascual es eso básicamente, un actor que se ha adentrado en talleres de movimiento y quiere a toda costa usar productivamente su cuerpo para expresarse. Es hoy una práctica común, actores que usan el movimiento más allá del gesto, la expresión corporal llevada a cierto grado de explotación y que se articulan en escena con una cierta dignidad interior, se exponen tal cual pueden. Su preparación corporal es limitada, pero se sabe explotar en ese juego ciertamente de luz barroca. Como Sísifo, hay en el personaje un miedo causal, su extenuación es su lírica, quizás su proyecto de escape.

No puedo evitar recordar

Compañía Rescénico. Dramaturgia, interpretación y espacio sonoro: Jorge Pascual Lobato; dirección, espacio escénico y vestuario: Aldana Herrera Möller. Sala DT Espacio Escénico. 30 de junio.

Hay en No puede evitar recordar abundancia de citas plásticas y textuales, desde Eduardo II a una gestión de la catarsis performativa dura y sin concesiones, muy reivindicativa de la propia sexualidad, del relato oprobioso de una infancia desgraciada y traumática, hasta un presente que no parece arrojar otra luz que ese desfogue.

Las transiciones están algo forzadas, cosidas con rudeza. Eso puede ser intencional o no, pero el caso es que rechina. El escenario está dominado por ese bloque-ataúd-piedra que también se vuelve ara., altar sacrificial donde el rito íntimo llega a su clímax; en ese elemento recae todo el peso físico de la acción gestual. Había poco público y los problemas de sonido desdoraron al artista, que se entregó a fondo a un ritual tan expuesto como meditado, donde no falta el escorzo, la contorsión y la repetición casi en salmodia de la frase “Tengo miedo”.

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