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Sorpresas en el palacete de los Vargas

Un documento hallado fortuitamente permite atribuir al arquitecto del Conde Duque, Pedro de Ribera, la fachada del pabellón de la Casa de Campo

El palacete de los Vargas está siendo restaurado.
El palacete de los Vargas está siendo restaurado.Carlos Rosillo

Las obras que la Concejalía de Hacienda dirige en el llamado palacio de los Vargas, antiguo pabellón de caza a la entrada a la Casa de Campo por la Puerta del Rey, deparan cada semana nuevas sorpresas. Fortuitamente, Luis de Vicente y Rafael Pulido, dos miembros de la organización Salvemos la Casa de Campo,que investigaban sobre el palacete en el Archivo General del Palacio Real, acaban de hallar pruebas documentales que permiten atribuir la puerta barroca del pabellón a Pedro de Ribera, uno de los arquitectos más importantes de la historia madrileña. Los documentos, de 1730, fijan una propuesta de actuación sobre la fachada del palacio asignados por orden regia.

 El Maestro mayor responsable de Obras y Fuentes de Madrid era desde 1726, Pedro de Ribera. El texto encontrado se titula: Propuesta de remodelación de la fachada sur del palacete de la Casa de Campo, y fue tramitada por el duque de Medinaceli. Comienza así: “Pone en las reales manos de Su Majestad el diseño que le ha entregado el Maestro Mayor de la Obra que es menester hacer en la Casa de Campo, en la fachada que mira al mediodía en la línea que están las columnas y arcos de medio punto, por estar muy maltratadas y amenazando ruina (…) ”.

La fecha en la que el documento fue tramitado coincide con el mandato de Ribera como Maestro Mayor de Obras de la Villa y aunque se desconoce si era competencia suya la casa de Campo, si lo fue toda la contigua ribera del Manzanares, incluida la ermita de la Virgen del puerto y, dentro de la Casa de Campo, un bello puente. Matilde Verdú, especialista en el arquitecto Pedro de Ribera resalta que el estilo de la puerta no es tan florido como otras a él atribuidas.

El arquitecto nació en Madrid el 4 de agosto del año de 1681. Hijo de un maestro ensamblador que se movía en el ámbito de los alarifes y escultores madrileños de la época. En aquel círculo, Ribera entró muy joven en relación con su maestro Teodoro Ardemans (1664-1726), arquitecto reacio al entonces rampante neoclasicismo de impronta francesa y apegado a un barroco tardío. Con él trabajaría codo con codo hasta la muerte de éste en 1726, fecha en la que le sucedería al frente de las principales obras madrileñas.

Ribera gana poco a poco nombradía en la Corte madrileña y, a partir de 1712, despliega una acelerada actividad: restaura, proyecta y tasa numerosos edificios madrileños por encargo regio, como era costumbre entonces. Cuando, en 1716, el marqués de Vadillo es nombrado regidor de Madrid, a Ribera, arquitecto favorito del emprendedor marqués, le llueven los encargos. Conocido por sus anhelos de modernización de la ciudad, Vadillo encomienda al joven urbanista la traza de un nuevo paseo, el que adoptaría con el tiempo el nombre de la Virgen del Puerto, paralelo a la margen izquierda del río Manzanares.

Poco después de culminar esta obra, Pedro de Ribera ejecuta su primera obra verdaderamente arquitectónica, la Ermita de la Virgen del Puerto, que aún hoy alza su planta, de ladrillo y piedra, sobre el mismo paseo, a la vera del río. Dos obras más, ambas de gran envergadura, le acreditarían como arquitecto apegado irreversiblemente a Madrid: la terminación del vigoroso Puente de Toledo, sobre el río Manzanares, y el Cuartel de las Guardias de Corps, hoy conocido como del Conde Duque, e identificable por su magnífico pórtico barroco. “Por todo esto, el rescate del pabellón de los Vargas demandaba una actuación completa, como actualmente realiza el Ayuntamiento, y también extensible a otros importantes vestigios de la Casa de Campo, pues lleva —presumiblemente, subraya— la impronta de dos de los más importantes arquitectos de la historia madrileña”, señala Luis de Vicente. Se refiere a Francesco Sabatini, autor de la Puerta de Alcalá y a Pedro de Ribera, cuya obra embelleció y aún embellece palacios, iglesias y conventos de su ciudad natal, donde el gran arquitecto murió en 1742.

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