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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Expresiones del dolor

La filosofía artística de Gerard Mortier late en el poco habitual programa doble que une 'Il prigioniero' y 'Suor Angelica'

La ópera como espacio para la reflexión, como espejo de la dura realidad, como teatro de las emociones. La filosofía artística de Gerard Mortier late en el poco habitual programa doble que une Il prigioniero, de Luigi Dallapiccola, y Suor Angelica, de Giacomo Puccini, dos óperas italianas del siglo XX, estrenadas respectívamente en 1950 (tuvo antes una audición radiofónica en 1949) y 1918, de estéticas musicales alejadas, pero con sobrecogedores lazos temáticos en común. Tras su estreno en el Teatro Real en 2012, el montaje, coproducido por el Liceo y dirigido escénicamente por Lluís Pasqual, llega al coliseo barcelonés bajo la dirección musical de Edmon Colomer. Pasqual encuentra en la extraordinaria escenografia de Paco Azorín -una cárcel de barrotes de hierro en círculos laberínticos- el espacio perfecto para acortar las distancias que separan ambas obras.

IL PRIGIONIERO / SUOR ANGELICA

Il prigioniero, de Dallapiccola. Evgeni Nikitin, Robert Brubaker, Jeanne-Michèle Charbonnet.

Suor Angelica, de Puccini. Maria Agresta, Dolora Zajick, Gemma Comma-Alabert, Auxiliadora Toledano, Marina Rodríguez-Cusí, Itxaro Mentxaka. Sinfónica y coro del Gran Teatro del Liceo. Dirección musical: Edmon Colomer. Dirección escénica: Lluís Pasqual. Coproducción del Teatro Real y el Liceo. Barcelona, 22 de junio.

La militancia en las filas del dodecafonismo no significa en el caso de Dallapiccola ausencia de lirismo. Puccini, más sentimental, centra su mirada en la historia sentimental de Suor Angelica, en las esperanzas truncadas de volver a ver a su hijo –un niño robado, en definitiva: tiene razón Pasqual cuando subraya la vigencia de los dramas personales que reflejan ambas óperas; es dificil no pensar en Guantánamo ante las torturas psicológicas que sufre el prisionero. Dura propuesta visual, que funciona muy bien en la tensa y angustiosa partitura de Dallapicolla, pero no tanto en la más delicada de las óperas que integran el Tríptico pucciniano.

En el foso, y en su primera ópera escenificada en el Liceo, Edmon Colomer realiza un serio y riguroso trabajo ante una orquesta que cumple, pero no entusiasma. Acertó a la hora de clarificar la complejidad técnica del lenguaje de Dallapiccola, y puso de relieve la transparencia y sentido del detalle de Puccini, pero a su versión de Suor Angelica, demasiado lenta, le falta el punto justo de cocción lírica para resultar conmovedora.

El bajo-barítono Evgeni Nikitin luce con aplomo una amplia variedad de recursos en la compleja vocalidad del prisionero, desde el susurro y el canto recitado al grito desesperado: hace un gran trabajo, con medios potentes y acierto dramático en la expresión desesperada de un personaje cruelmente torturado. También el tenor Robert Brubaker muestra amplios recursos técnicos y fino olfato teatral en el doble cometido de carcelero y gran Inquisidor, mientras que la soprano Jeanne-Michèle Charbonnet da vida a la madre del prisionero con una voz potente, de colores oscuros y nervio dramático. Notable rendimiento del coro, aunque con síntomas de fatiga.

Triunfó la soprano Maria Agresta en su debút liceista con una Suor Angelica de bella voz lírica, algo ligera de peso en las escenas de mayor empuje dramático, pero siempre exquisita en el fraseo. Estuvo magnífica en Senza mamma y dio intensidad a la escena final, sin falsos desgarros ni trucos veristas. La mezzosoprano Dolora Zajick, sobrada de medios, fue una Zia Principessa de oscuros colores e implacables acentos, pero floja y anticuada como actriz. En el resto del reparto, destacaron el efusivo lirismo de la soprano Auxiliadora Toledano y la buena actuación de las mezzosopranos Gemma Coma-Alabert, Marina Rodríguez-Cusí e Itxaro Mentxaka. Javier Pérez Senz.

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