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Genios de patio de colegio

El aprendizaje para crear proyectos ayuda a los estudiantes a resolver sus problemas diarios

Jesús y sus siete socios acudieron a su cita con el director de una sucursal bancaria para pedir un préstamo. Bajo el brazo, la presentación de su proyecto para ahorrar agua y mantener limpias las calles: un paraguas con un embudo en la copa y una botella en el poste que conserve el agua de la lluvia y la reutilice para regar las plantas o lavar los platos. Después de ocho meses de trabajo, Jesús quiere que su aportación social, unos 10 euros, se transforme en los beneficios que anticipaban sus registros de contabilidad. Este emprendedor que abandonó la sucursal bancaria con una mochila a cuestas tiene 13 años.

“Hay que cambiar, estos niños viven en otro siglo. Hoy en día es muy difícil que llegues a clase a hablarles y te escuchen. Tienen que ser ellos los que participen”, explica Marisa del Río, coordinadora del proyecto del grupo de Jesús en el colegio Padre Piquer. El paraguas es uno de los 196 proyectos con los que unos 1.500 estudiantes entre 10 y 16 años buscaban este miércoles la confianza de 120 inversores de empresas como Google, Jazztel, Bankinter o Endesa en los exteriores de la Caja Mágica. Se trata de Expokids, la culminación de un proyecto en el que han participado 22 centros con la colaboración de la Fundación Créate. “Los niños ponen su dinero y tienen que aprender a manejarlo, ver si compensa invertir en determinados productos, algo que nunca se habían planteado. Han hecho muchas cosas por primera vez en su vida”, añade esta profesora de matemáticas y música.

“Emprender es una capacidad que va más allá de construir una empresa. Ayuda a los niños a enfrentarse a sus problemas, tanto en el mundo económico como en su vida”, explica el filósofo y pedagogo José Antonio Marina. Muy pocos de los niños que corretean por los pasillos pidiendo compulsivamente a los transeúntes que visiten su stand realizarán una aportación a la ciencia, pero habrán descubierto una herramienta para resolver los problemas del día a día. “Tienen que plantearse metas, buscar la información que hay para llegar a ella, tener la tenacidad suficiente y evaluar si están progresando. Esto vale tanto para inventar Zara como para cuidar a tu hijo”, añade Marina, que ha dirigido el proyecto de la Fundación Príncipe de Girona Aprender a emprender.

Jesús piensa en un paraguas gigante para cubrir una pista de baloncesto. Aunque no cree un mecanismo para techar recintos deportivos, su esfuerzo ya tiene réditos en su batalla diaria: “Antes me ponía nervioso cuando me tocaba hablar en público. Después de tener que explicar el proyecto a todo el mundo ya no tengo problemas”.

La originalidad es un bien especialmente preciado en los adolescentes. En pocas edades es más marcada la necesidad de pertenencia al grupo. Jesús reconoce haber dudado “muchas veces” cuando sus compañeros calificaban de “tontería” su idea. “Necesitan una educación positiva que premie los esfuerzos. Hay que enseñarles a fallar con alegría, a buscar otra fórmula para obtener el resultado deseado”, asegura Beatriz Valderrama, autora de Creatividad inteligente: guía del emprendedor (Pearson, 2012). La coordinadora del proyecto del paraguas reconoce los obstáculos que hay en las clases ordinarias para transformar cualquier fracaso en un éxito futuro: “Es difícil ver lo bueno de una mala nota. En un proyecto no hay suspensos, hay cosas que se podrían haber mejorado”.

Esta actividad no formará parte de su evaluación académica. Aunque se vislumbran proyectos innovadores, el sistema sigue anclado en una rigidez que no facilita comportamientos flexibles como alargar una clase o juntar varios grupos. “Yo les digo a los buenos profesores que esto lo tienen que hacer a escondidas de la inspección. Siempre estamos rozando los límites de la legalidad”, cuenta José Antonio Marina, director de la Universidad de Padres, un proyecto para explotar el talento de los niños. Fomentar la creatividad es el objetivo pendiente de un sistema que si algo añora son planes a largo plazo. “Hay que cambiar la cultura y para eso hay que regar mucho. Que no solo miren a emprender como un producto de negocio”, añade Valderrama.

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Juan, un alumno de 11 años del colegio Santa Helena, sujeta orgulloso una zapatilla unida por piezas que permiten ampliar la suela. “Así puedes seguir poniéndote una zapatilla que te guste cuando te crezca el pie y hacemos que nuestras madres se gasten menos dinero”, explica. El proyecto tuvo momentos de dificultad, especialmente a la hora de cubrir la parte superior del calzado. Sobreponerse a ellos ha fortalecido la tenacidad de este niño: “Me he dado cuenta de que todos los problemas tienen solución. No jugaba del todo bien al fútbol, sobre todo en defensa, y esto me ha ayudado a ir mejorando día a día”.

Los puestos empiezan a desmontarse, pero los niños siguen buscando oídos a los que transmitir sus pequeñas obras: un bote de lápices con ruedas pensado para que las personas con dificultades para moverse puedan pasárselo; una mochila con un chubasquero incorporado o un sistema para facilitar la adaptación de minusválidos en el transporte público. El latido de la realidad que les rodea es ahora más intenso. Quizás no cambien el mundo, pero ahora cuentan con una herramienta más para enfrentarse a él.

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