_
_
_
_
_
ROCK | Kongos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bailar, saltar, corear

Los hermanos de origen sudafricano estrenan en España su original y algo caótica mezcla de ritmos, pero nunca dejan de exhibir músculo

Han sido y son muchas las bandas integradas por hermanos, pero puede que ninguna tan decididamente pintoresca como Kongos. Inútil esforzarse: estos cuatro mocetones que anoche rubricaron su fulminante debut español (45 minutos de alboroto en la sala Independance) no encajan en ninguno de los parámetros recurrentes. Llegan como los flamantes teloneros de Kings of Leon, otra banda presidida por la consanguinidad, y se comprende la buena química entre ambas formaciones. Pero el espectro de Daniel, Dylan, Jesse y Johnny Kongos es mucho más amplio: desde el rock sureño al reggae, pasando por la música tradicional sudafricana y hasta los ritmos electrónicos. El resultado es igualmente dispar. Estimulante, desconcertante y divertido, aunque en ocasiones el revoltijo de sabores no encajaría precisamente en los cánones de la cocina creativa.

Llegaban los chavales directamente desde Nueva York y no les dejaron margen para una triste cabezadita, pero su vigor en escena es del todo encomiable. La exhibición de músculo arranca con Hey, I don’t know y su ritmo básico y rural, como prestado de ZZ Top. Pero la sorpresa proviene del sustento rítmico, con un batería que tira más de chaston que de caja y un teclista escoltado por un par de portátiles en los que reluce el logotipo de la manzanita. A Two Door Cinema Club, pongamos por caso, les agradaría preparar una remezcla.

Más desconcertantes son aún los acontecimientos en Kids these days, una supuesta incursión en el heavy matizada por los bocinazos traviesos del acordeón. La presencia del instrumento diatónico será a partir de ese momento una constante, fácil de comprender si nos atenemos a la genealogía. Porque la familia vive ahora en Arizona pero creció en Sudáfrica, lo que enriquece enormemente su catálogo rítmico, a veces casi tribal.

Por eso mismo It’s a good life recuerda casi al instante a Johnny Clegg, el blanco sudafricano que popularizó la música zulú en los años ochenta. Kongos varían el enfoque con su totum revolutum, pero siempre parecen tener en la cabeza la idea de que su música sea bailable, coreable (cantan los cuatro) y merecedora de grandes saltos. Y de tan pertinaz objetivo se derivan también los excesos. I want to know se decanta por el reggae, siempre tan agradecido, pero embarranca en un estribillo de sencillez ramplona. Y la versión de Come together (The Beatles), con estrofas rapeadas y la armonía estática, es, cuando menos, muy dudosa.

Confluyen, pues, elementos para el alborozo y el escepticismo. Con todo, Kongos merecen el beneficio de la duda aunque solo fuera por Come with me now, zarpazo de puro brío que genera un deseo irrefrenable de brincar, brincar y brincar. En los pabellones causarán estragos. Y en los estadios, algún día, aún más.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_