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ROCK M-Clan
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un cumpleaños rejuvenecedor

Los murcianos se conceden un baño de masas y de colaboraciones enriquecedoras para grabar en directo la celebración de su vigésimo aniversario

Juan Pérez fajardo

En tiempos en que no se venden discos, y mucho menos aún soportes audiovisuales, que los murcianos M-Clan se concedan el gustazo de celebrar su vigésimo cumpleaños con un CD y DVD para la posteridad parece casi un anacrónico gesto de orgullo. Buena cosa es, puesto que Carlos Tarque nunca ha ocultado su pertenencia a la vieja escuela rockera, el gusto por una escritura que en los inicios tenía mucho de revivalista y aún hoy, inmersa en una envidiable madurez, mira sin disimulo hacia algunas de las mejores bandas que poblaban la geografía estadounidense cuatro décadas atrás: Allman Brothers, Doobie Brothers, Little Feat. Lo asombroso es que, con unas referencias tan añejas y melómanas (añadan a Free y el primer Rod Stewart por el flanco británico), Tarque y el guitarrista Ricardo Ruipérez lograran pulverizar las localidades del Price tanto el viernes con el sábado y despertasen en la pista y el graderío un nivel de entusiasmo como llevaba tiempo sin percibirse en la Ronda de Atocha.

Habrá que comprobar cuánta de esa excitación habrán sido capaces de capturar las cámaras y la mesa de sonido. A los testigos presenciales seguramente les quede el recuerdo de unas noches vigorosas (casi dos horas y media por sesión) e impregnadas en sudor y adrenalina. Tarque puede lucir alguna franja blanquecina en su cabellera, pero nunca había atravesado por un momento tan dulce en su faceta de agitador: consigue poner en pie al respetable a la menor insinuación, incita braceos y ovaciones unánimes, brinca sobre los monitores con elasticidad juvenil, canta con una garganta más negroide y rasgada de lo que nunca imaginó y se concede un memorable baño de masas final cuando interpreta Maggie despierta paseando entre el público e inmortalizando la escena con una pequeña cámara de bolsillo.

Carlos y Ricardo, su mucho más sosegado socio, plantean un menú eminentemente clásico: eluden la tentación de estrenar temas inéditos, omiten por completo su mediocre último álbum (Arenas movedizas) y ahondan en sus dos discos anteriores, Memorias de un espantapájaros y Para no ver el final, los de la madurez sin hipotecas de radiofórmula. En realidad, la gran apuesta de las dos noches radica en la abultada nómina de invitados, un recurso que a menudo desemboca en cortesías huecas, besamanos fingidos e interpretaciones de trámite. No fue el caso, ni siquiera con Bunbury, el más insólito de los colaboradores. El zaragozano tira de tics pero sale casi ileso de Miedo, una balada a lo Aerosmith que le pega más bien poco.

Miguel Ríos estrena condición de septuagenario con un notable trabajo en el espléndido Roto por dentro, Alejo Stivel se divierte con Usar y tirar y Ariel Rot alardea de pulso guitarrístico en Me estás atrapando otra vez, que evoca a Wonderful tonight pero con la mano menos lenta. Los argentinos Guasones se suman a la adaptación al castellano de Like a rolling stone, pero el triunfador indiscutible de la noche es El Drogas, erigido en una especie de maravilloso Quasimodo antisistema para Las calles están ardiendo. El antiguo líder de Barricada ejecuta, precisamente, lo que demanda el guion: incendiar el pabellón con un discurso vitriólico y una voz tan profunda e inquietante como una psicofonía.

La banda, que por momentos suma hasta diez efectivos, viste prendas rojas y negras y se comporta con demoledora eficacia, si acaso con algunas carencias de profundidad por parte de los metales. Pero los jefes son los jefes y, ya casi al final, el tándem Tarque/Ruipérez se permite recrear en solitario (voz y guitarra acústica) Dónde está la revolución, una pieza que hoy resuena más honda y dolorosa que 17 años atrás. Milagros y paradojas propios de un cumpleaños rejuvenecedor.

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