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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un astro en ocaso

Ante tanta competencia antisoberanista Vidal-Quadras aparece como el colmado de la esquina, asfixiado por las grandes superficies

Entre la campaña electoral para los comicios europeos del próximo domingo agota sus últimas horas, ya es posible constatar que uno de sus actores potencialmente más fecundos en titulares no ha brillado, durante estas semanas, lo que de él cabía esperar. Me refiero a Alejo Vidal-Quadras, veterano cabeza de lista del novel partido Vox. Pese a haberse pateado esforzadamente la geografía hispana en decenas de comparecencias públicas, esta primavera don Alejo ha comprobado a sus expensas que no es lo mismo jugar con la camiseta del PP —por muy díscolo y respondón que uno se pretenda— que hacerlo embutido en la nueva y desconocida equipación de Vox.

Siendo desde 1996 un “verso suelto” del PP, gozaba de amplias complicidades sociales, institucionales y mediáticas, que se han evaporado al transformarse el catedrático y su nueva sigla en competidores del partido gobernante por unos cientos de miles de votos tal vez decisivos. Lejos los tiempos en que toda la derecha periodística madrileña le reía las gracias, hoy apenas si El Mundo le concede algún hueco, y solo los demediados compadres de Intereconomía o de Libertad Digital le siguen jaleando.

Es preciso admitir, por otra parte, que en esta liza Vidal-Quadras no partía de una posición personal cómoda. Quiero decir que resulta complicado arremeter de manera creíble contra “el duopolio PP-PSOE”, esos “dinosaurios” de un “sistema oligárquico y corrupto”, y descalificar a “los viejos partidos establecidos”, “estructuras burocratizadas y rígidas, que ahogan la libertad de sus propios candidatos”, cuando quien tal dice ha cabalgado a lomos de uno de aquellos dinosaurios durante más de 30 años, y casi siempre en butaca de preferente: concejal de Barcelona, diputado autonómico, presidente “regional”, senador, directivo de FAES y, como culminación de tal cursus honorum, tres saneados quinquenios de eurodiputado, con una vicepresidencia de propina. La credibilidad es todavía más problemática cuando existe la fundada sospecha de que, si desde la calle Génova le hubiesen ofrecido un cuarto mandato en Bruselas, el hoy enemigo del “sistema” habría seguido instalado en el cálido seno del PP. Rezongando, pero sin apearse del dinosaurio.

Contra todas estas dificultades estructurales, reconozcamos también que el despliegue preelectoral de don Alejo comenzó con un golpe de ingenio: la carta dirigida a finales de abril a José María Aznar, invitándole entre halagos a participar en la campaña europea de Vox, vista la reticencia de los de Rajoy a hacerle intervenir en la del PP. Naturalmente, tal misiva no tuvo respuesta por parte del expresidente del Gobierno —el mismo que, para serlo, sacrificó a Vidal-Quadras en aras al pacto del Majestic—, pero abrió paso a la idea vertebral de toda la campaña de Vox: el legitimismo de las esencias del Partido Popular, supuestamente abandonadas y traicionadas por la cúpula rajoyista.

En este sentido, el mordaz físico no solo ha puesto en la picota a “los gurús de comunicación que se ciñen al pensamiento políticamente correcto y a las banalidades habituales” (en transparente alusión a Pedro Arriola); ha sentenciado también que “la actual dirección del PP ha dejado de ser del PP; es otra cosa”, y que Rajoy “se ha convertido en socialdemócrata”, hasta el punto de que su Gobierno desde 2011 es “la tercera legislatura de Zapatero”.

Esta pretensión de representar al auténtico PP (“los pronunciamientos públicos de José María Aznar coinciden con lo que defiende Vox”), Vidal-Quadras la ha alimentado con toda clase de insinuaciones sobre militantes y cargos populares que le apoyan en secreto y que están a punto de pasarse a su nueva marca política, hasta culminar con un cartel electoral que reza: “Si votaste a Esperanza, José María y Jaime, ahora vota a Alejo, vota Vox”.

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En cambio, quien dos décadas atrás fuera el gran y sulfúreo debelador del nacionalismo catalán ha mostrado ahora un perfil discreto en la materia. Sí, por supuesto que tacha al Gobierno español de “débil, pusilánime y pasivo ante la ofensiva separatista”; y ha lanzado algún eslógan ocurrente (“¿Qué tienen en común Mariano Rajoy y Artur Mas? Ninguno de los dos quiere que yo sea eurodiputado”); y acusa al PP de apoyar a CiU en 7 u 8 ayuntamientos, de Premià de Dalt a Gandesa, donde se toleran “atropellos contra el orden constitucional”; y afirma que en Cataluña impera “un totalitarismo en fase aguda”; y cree que “Rajoy tenía que haber suspendido ya la autonomía”. Pero ninguna propuesta de proclamar en Cataluña el estado de excepción o de ir cargando de combustible los tanques de la Brunete, nada sobre lo útil que sería condenar a Mas a cadena perpetua revisable.

¿Pues qué, don Alejo se ha reblandecido? Es más bien que la multiplicación de la oferta está reventando el mercado del españolismo radical. Cuando De Cospedal tilda de fascista al soberanismo en bloque, cuando para el cabeza de lista de Ciutadans, Javier Nart, los independentistas son “esos memos, esos orates, esos locos”, entonces Vidal-Quadras es como ese entrañable colmado de la esquina, asfixiado por las grandes superficies.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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