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“El odio es una de las fuerzas más descomunales hoy en Rumania”

El escritor Mircea Cartarescu es hoy una de las estrellas del 30º Festival de Poesía de Barcelona

Carles Geli
El rumano Mircea Cartarescu, ayer en Barcelona.
El rumano Mircea Cartarescu, ayer en Barcelona.consuelo bautista

Como emulando al ruletista de su cuento homónimo, desafiando cada vez más a la fortuna añadiendo balas en el cargador, Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956) decidió hace apenas año y medio seguir en su Rumanía natal a pesar de las amenazas vertidas contra él y su familia. ¿Cómo un hombre que dice que el mundo tiene el diámetro de su cabeza y que se ha refugiado siempre en los libros ha llegado a esa situación? Por un lado, porque entiende que la poesía, “la cosa más importante del mundo”, y símbolo de una vida interior ahora amenazada por la vida moderna, “debe hacer más que nunca de embajadora y convertir esa riqueza interior en importante también para el ciudadano y así con la poesía pasamos de lo social a lo político”. Algo de ello dejará entrever hoy el gran candidato al Nobel por las letras rumanas al recitar cuatro de sus largos poemas en prosa en el XXX Festival Internacional de Poesía de Barcelona en el Palau de la Música.

La otra razón no sabe de diplomacia porque es intransferible. “Llegué tarde a la madurez; fui un adolescente muy ingenuo: sumergido en la literatura y la poesía, leyendo casi ocho horas diarias hasta los 25 años, escapaba así de una tiranía, de un país de gente desagradable y gris”, rememora. “Cuando te pegaban los profesores en el colegio yo sólo pensaba en el libro que me esperaba en casa, leer era mi droga; pero así no veía el mundo: por eso cuando sobrepasé los 30 años tuve remordimientos por no haber luchado de joven contra el régimen comunista e inicié una mayor implicación política, que culminó como comentarista político en un diario desde 2002”.

“Cuando te pegaba el profesor sólo pensaba en el libro que me esperaba en casa”

Duró 10 años, hasta hace apenas uno y medio: lo dejó por amenazas. “Escribía contra esas fuerzas antidemocráticas que en los últimos años están llevando a Rumanía a situarla en esa zona gris, indefinida, a dejarla justo en el borde para caer de nuevo en la órbita de la antigua URSS, como Bielorrusia, o Moldavia; desde los medios de comunicación se está alimentando un odio brutal contra los grupos con los valores liberales clásicos europeos; el odio es una de las fuerzas más descomunales que hay hoy en mi país; lo que pasa en Rumanía es ya un proceso muy parecido al que está ocurriendo en Ucrania”. Cartarescu se agarra con las dos manos al frágil vaso de plástico con el café caliente. “Estuve en serio peligro en verano de 2012 pero decidí quedarme; soy obstinado y suelo escoger lo contrario de lo que la gente espera de mí; es más noble quedarse en el lugar de los problemas”, expone.

Defiende el autor de obras como los relatos de Nostalgia y los medio autobiográficos de Las bellas extranjeras (todo siempre con un componente surrealista y experimental que camufla una crítica social pespunteada por un humor gris marengo) que su escritura no ha cambiado nunca, ni con el comunismo ni con la caída del régimen de 1989… ni ahora. “No hay revolución suficientemente fuerte para cambiar mi literatura”, se permite bromear; “las obsesiones son las mismas, en realidad estoy escribiendo un único gran libro a lo largo de los tiempos; mi momento más feliz como escritor fue cuando escribía Orbitul (Cegador, parcialmente en Funambulista, unas 1.500 páginas, 14 años de trabajo): ahí escuché y entendí hasta a mi última célula”.

Actúa, dice, como hacen las termitas: excavando —y uniendo— galerías interiores. “Cavo túneles en mí mismo para encontrar mi propia realidad; un poco el método que utilizaba Ernesto Sábato, que me gusta mucho; algo parecido a lo que hacían Borges y Kafka”.

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Con ese “sumergirse en la consciencia” se “aniquilan” las diferencias entre el verso y la prosa de Cartarescu, más conocido en España por la segunda que por el primero, a pesar de que publicó siete libros de poemas antes de debutar en la narrativa. “Toda mi vida como escritor la he pensado y vivido como poeta, nunca ha dejado de ser mi corazón y el arte que me hace sentir vivo y disfrutar; sólo cuando me pareció que no podía inventar nada nuevo fue cuando salté a la prosa; cada libro mío es un poema: los argumentos no importan, lo vital es la carga simbólica y los arquetipos que contienen”.

O sea que, en parte, se conoce en España a un Cartarescu más frío porque su narrativa es “mucho más gráfica, más dura, refleja más el miedo y la falta de esperanza en la condición humana” que sus versos, porque como poeta admite que es “un neoromántico: dejo ahí la vía interior, el alma, el mundo de los sueños… He seguido más fielmente a Mihai Eminescu”, dice sobre el Shakespeare del XIX rumano, al que dedicó sus estudios filológicos.

En un gesto inconsciente, con una mano suele cerrarse a menudo el cuello de la camisa, sin abotonarlo, incómodo quizá pensando en que la vida literaria en Rumanía no ha variado mucho en las últimas décadas, con o sin revoluciones. Sí, ya no aporrea Cartarescu una mastodóntica máquina de escribir Erika de la RDA ni debe esperar, admite, 13 años a que le pongan un teléfono pero quizá la literatura en sí ha ido incluso a peor. “No es lo que debería ser ni allí ni en ninguna parte y no solo por el cambio de paradigma tecnológico; el tipo de ocio que hay y el modelo televisivo son hoy de muy mal gusto y están muy cargados políticamente; el sistema cultural va claramente a la baja y como autor es difícil ganarte la vida; ser escritor en Rumanía es hoy un hobby de domingo”.

Quizá por esa situación tiene entre manos ahora no un poemario sino un libro en prosa, que reflejará “el escándalo de que la conciencia hoy ha de morir”. No deja de ser chocante que su vida, cambiando tanto la historia, esté casi en el mismo sitio. “Sí, yo también he pensado en eso pero no es mi destino trágico sino el de mi país, que parece que nunca puede ver su sueño de formar parte de Europa; respecto a mí y a mi obra, nada cambiará; sólo me afecta que me hago mayor y la mirada, quizá, también”.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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