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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Antes está el derecho a dudar

Raimon es ejemplar también en sus dudas, las propias de un intelectual y de un valenciano catalanista y responsable

Lluís Bassets

En la duda y no en la certeza está la clave. Sin duda no hay pensamiento. Tampoco deliberación, ni confrontación racional de argumentos. En la duda y no en la certeza está el fundamento de la ciudadanía activa y en consecuencia de la democracia.

La duda no sirve a quienes quieren reducir la democracia a depositar una papeleta en una urna cada cuatro años. Pero menos sirve todavía a quienes quieren organizar una votación única y definitiva, un vuelco inexorable, determinado por una dinámica de la historia inscrita en los astros.

Los dubitativos, y todavía más los dubitativos conscientes y reivindicadores, son un estorbo para quienes quieren aprovechar una oportunidad inesperada. Las dudas no convienen a creyentes, convencidos y conformistas. Menos todavía a acomodaticios y oportunistas que se han pasado de bando y se han dejado empujar e intimidar. Nadie más intransigente que un converso. En tiempos de hegemonías oceánicas y unanimismos, las preguntas ofenden.

Veamos lo que nos dicen las certezas. La hoja de ruta está ya trazada. No hay marcha atrás. Sí o sí, o incluso sí y sí. Hay líneas rojas que no podemos pisar. Tenemos un calendario y una fórmula irrenunciables. Hay plazos perentorios. Tenemos prisa. No reconocemos ninguna vía tercera o intermedia entre la nada que identificamos con lo que tenemos y el todo que queremos y creemos obtener de inmediato.

¿Qué papel queda para el ciudadano que duda? Quien dude de la fecha, las preguntas y el objetivo histórico, merecerá quedar descalificado, ya no como enemigo de la patria, sino incluso como enemigo de la democracia.

Y sin embargo, la duda no excluye el problema. Al contrario, le da profundidad y amplitud. Si partimos de la duda, podemos al final incluirnos a todos. Si partimos de la certeza dictada por alguien que ha decidido ya el camino y el destino, entonces es seguro que nos dividiremos y fracasaremos. Todos por igual, por cierto.

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El problema es real y consistente. Es una cuestión de democracia: una población circunscrita en un territorio perfectamente reconocible no puede ser gobernada civilizadamente sin su consenso, algo que todos sabemos cuándo y por qué se rompió.

El lehendakari Urkullu ha señalado los pasos y el orden de los factores, sea cual sea la sustancia: diálogo, negociación, pacto, y al final, ratificación democrática. El presidente Mas, en cambio, ha situado las urnas por delante, en forma de una consulta para la independencia. Todo lo ha decidido unilateralmente sin pasar antes por unas elecciones con un programa claro como los nacionalistas escoceses: Junqueras sí esgrimió la independencia; CiU, solo el confuso Estado propio dentro de Europa. Mas quiere el derecho a decidir lo que ya está decidido. Por eso quienes dudan estorban.

El derecho a decidir está muy bien. Lo avala el Tribunal Constitucional. Pero antes y por encima está el derecho a dudar, obligación incluso para quien quiera pensar por sí mismo. Y eso es lo que ha avalado en sus declaraciones y en sus recitales, con su tranquila apología de la duda, el último Premi d'Honor de les Lletres Catalanes, Raimon Pelegero.

Ya es notable y merecido que vaya a Raimon el premio que da Omnium Cultural a quien "per la seva obra literària o científica, escrita en llengua catalana, i per la importància i exemplaritat de la seva tasca intel·lectual, hagi contribuït de manera notable i continuada a la vida cultural dels Països Catalans". A fin de cuentas, es el primer cantante y autor de canciones que lo recibe. Pero más notable es que sea porque, en efecto, ha contribuido como muy pocos a la preservación de la lengua y de la cultura de los ciudadanos de habla catalana sin dejar de expresar dudas ni de interrogarse, incluso ahora mismo, en el tiempo de las grandes certezas y unanimidades.

Independencia o asimilación, tal es la dicotomía radical que plantean quienes han impulsado el proceso, convencidos, nos dicen, de que no hay terceras vías en el futuro de Cataluña. Es una tesis que exige la foto fija del actual momento político, desde que han descarrilado los consensos y la crisis ha corroído las instituciones. Desde Valencia y también desde Mallorca, no tan solo es legítimo sino racional y obligado, incluso para la más plena visión catalanista, evaluar la tercera vía con algo más de cuidado. No está claro que la independencia sea más beneficiosa para la unidad de la lengua y la cultura catalanas de lo que pudiera serlo combatir por la continuación de la convivencia de todos los ciudadanos catalanohablantes dentro de una España plural, organizada como un Estado federal y plurinacional.

Si en las dudas de Raimon despunta la tercera vía, no es solo por su temple de intelectual crítico sino también por su preocupación por la unidad catalana y por el futuro de la lengua en Valencia y Mallorca. Omnium Cultural ha premiado, quizás sin calcularlo, la ejemplaridad de sus dudas. Por eso el Premio y los cuatro recitales en el Palau desde el pasado jueves hasta ayer, además de un goce para sus numerosos admiradores y amigos, son una incitación a la duda y un llamamiento a que todos las respeten, tanto las del cantante como de quienes quieran seguir su ejemplo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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