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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una Pasionaria de secano

De Cospedal se ha convertido en una contumaz ‘cazadora de fascistas’ y los descubre en todas partes menos en sus propias filas

A principios del verano de 2010, apenas conocida la sentencia del Tribunal Constitucional que castraba el Estatuto catalán, María Dolores de Cospedal calificó de “muy antidemocrático y muy fascista” el comportamiento del presidente de la Generalitat, José Montilla, criticando con dureza la resolución del tan alto como ideologizado Tribunal. Ante los severos reproches a sus gravísimas descalificaciones, la secretaria general del PP trató luego de matizarlas confusamente.

En abril de 2013, la que además era ya presidenta de Castilla-La Mancha calificó los escraches promovidos por el movimiento anti-desahucios de “nazismo puro”, equiparables a lo que ocurría en la Alemania de Hitler. Y el pasado lunes, durante un acto del PP en Guadalajara, se permitió tachar de “fascista” al conjunto del soberanismo catalán, mezclando en demagógica amalgama el “radicalismo” de la reivindicación independentista con las “agresiones físicas” contra personas o bienes del PP de Cataluña.

Los tres ejemplos citados permiten concluir que la señora De Cospedal tiene el gatillo fácil a la hora de disparar contra sus adversarios políticos el insulto supremo en democracia. Esta conducta sería comprensible si la practicase una persona de connotado perfil izquierdista, alguien que hubiera sufrido en carne propia el verdadero fascismo y arrostrado los peligros de combatirlo. Pero no es el caso. Nada en el ambiente familiar y social de la número dos del PP apunta a la menor incomodidad con respecto al viejo aliado de Hitler y Mussolini que gobernó España hasta fines de 1975. Tampoco creo que el temario de las oposiciones a la Abogacía del Estado —ganadas brillantemente por doña María Dolores en 1991— dedicase mucho espacio a explicar qué es el fascismo y qué el antifascismo.

Por otra parte, no parece síntoma de una sensibilidad antifascista demasiado aguda el hecho de que, una vez convertida en alta funcionaria, la joven De Cospedal se afiliase al Partido Popular, la formación política creada por seis exministros de Franco; la que tuvo como “presidente fundador” hasta 2012 a ese servidor leal y apologeta irredento del franquismo llamado Manuel Fraga Iribarne; la que aún no es capaz de condenar sin equívocos el alzamiento militar de 1936.

Pero admitamos como hipótesis que, en la actual presidenta castellano-manchega, la de “cazadora de fascistas” fuese una vocación sobrevenida. En tal caso, ha tenido ocasión de practicarla sin salir de sus propias filas, verbigracia entre esos miembros de Nuevas Generaciones con peculiar tendencia —¿o será un reflejo pavloviano?— a posar practicando el saludo brazo en alto, o a enarbolar la bandera franquista, o a celebrar el 18 de julio. Sin embargo, y aunque esos especímenes juveniles son especialmente numerosos en Castilla-La Mancha, De Cospedal no sólo se ha abstenido de condenarlos, sino que se ha fotografiado junto a algunos de ellos; por ejemplo, en Alcázar de San Juan durante el verano de 2013. Las imágenes están disponibles en Internet.

La pregunta, pues, resulta no sólo lícita sino pertinente: ¿qué entenderá De Cospedal García por “fascismo”? Este lunes, en Guadalajara, ofreció una definición digna de Ernst Nolte, de H.R. Trevor-Roper, de Christopher Seton-Watson o de Pierre Milza —por citar a algunos de los grandes estudiosos del fenómeno durante el último medio siglo—, y dijo: “Creerse que uno es el mejor, que no puede haber algo mejor (sic), que a otros partidos hay que atacarlos... Eso es ser un fascista”.

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Definición bien curiosa en boca de quien, como primera espada del PP, no se cansa de repetir que su partido es, no sólo la mejor, sino la única opción de gobierno para España; en boca de quien, hace un mes (el 4 de abril) sentenció que las siglas del PSOE “son sinónimo de crisis, de caos, de retroceso”. Si afirmar que la propia oferta política es indiscutiblemente la mejor y poner de vuelta y media a los partidos rivales, ridiculizar sus propuestas y descalificar a sus líderes, si el fascismo consistiera en eso, entonces la campaña electoral que empieza hoy sería una apoteosis fascista, algo así como una versión celtibérica de los congresos de Nuremberg.

Es de justicia precisar que, en su definición alcarreña de “fascismo”, De Cospedal añadió algo más: una alusión a que el soberanismo catalán quiere “imponer el pensamiento único”. No, presidenta, se confunde usted. “Pensamiento único” es lo que usted misma, subsecretaria del ministerio del Interior el 11 de marzo de 2004, su jefe el ministro Ángel Acebes y el jefe supremo de ambos, José María Aznar, trataron de instalar en la conmocionada opinión pública española, vendiéndole con engaños y presiones a los medios que las bombas de los trenes eran obra de ETA, y no del terrorismo islamista, para conseguir rentas electorales. Todavía estamos esperando una disculpa.

Y, si quiere detectar fascistas, le sugiero echar una ojeada a ciertas webs de la ultraderecha española —webs y grupos perfectamente legales, ni que decir tiene—, donde triunfa desde hace meses una campaña con el siguiente enunciado: Derecho a decidir. ¿Es Artur Mas un hijo de puta? Sí. Sí. Sí.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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