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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Unión europea, sueño o realidad

Opacidad y política de austeridad han hecho que el programa de la extrema derecha y populista pueda ser ligero y directo

Los ciudadanos percibimos a la Unión Europea (UE) como una institución lejana que en los últimos años nos impone todo un recetario de propuestas liberales que han llevado en países como Grecia, Portugal, Irlanda o España a un deterioro progresivo, y quizás definitivo, del llamado Estado del bienestar. Nos encontramos con la paradoja de que las conquistas sociales y laborales que los ciudadanos han conseguido a través de sus luchas en los diferentes estados, son eliminadas por la acción política de la UE. Una actuación llevada a cabo por una compleja estructura político-administrativa que mezcla diferentes instituciones europeas (Comisión Europea, Banco Central Europeo) e incluso, durante la crisis, otras no europeas (FMI). A este entramado no democrático se le denomina troika.

Ha sido este complejo, que no el Parlamento Europeo, el que ha decidido (con la aquiescencia de los Gobiernos) imponer unas políticas que tienen como objetivo el desmantelamiento de las conquistas sociales y democráticas de los últimos 40 años. La troika impone esas políticas a los estados miembros que son los únicos espacios reales de democracia parlamentaria y de provisión de bienes públicos. La presión ha llegado a tales extremos que, a pesar de las propuestas que figuran en los programas políticos de los partidos que han ganado democráticamente las elecciones, cuando han estado en el gobierno han tenido que rectificar.

Lo hemos vivido en España, donde partidos como PSOE o PP ganaron con propuestas programáticas distintas a las políticas aplicadas. Este cambio no ha sido resultado de la deliberación ciudadana ni de un cambio democrático de los gobiernos, sino de la presión (constatada documentalmente) de la troika.

No hay duda de que la ciudadanía debe sentirse desorientada sobre el verdadero valor de su participación en los procesos electorales que se celebran en las próximas semanas en el seno de la Unión Europea. Esta desazón se ha reflejado de forma diversa en cada uno de los países de la UE, pero en muchos se ha traducido en un claro aumento del voto de las formaciones de extrema derecha, ideologías autoritarias y xenófobas que mezclan un discurso nacionalista que acusa a los migrantes extracomunitarios, y también intracomunitarios, de ser responsables del deterioro de los sistemas públicos de sanidad y educación, y también de los elevados índices de paro, del deterioro de la vida y de cualquiera de los males que aquejan a las clases populares.

En Francia, el ascenso de Marine Le Pen se ha producido en los feudos tradicionales de la izquierda

En Francia, el ascenso de Marine Le Pen se ha producido en los feudos tradicionales de la izquierda y las encuestas le dan al Frente Nacional un 34% de intención de voto en las elecciones del 25 de mayo. El caladero de votos de estos partidos ha traspasado sus fronteras sociológicas. Ahora ya no hace falta ser un euroescéptico para votar a la extrema derecha. Solo hace falta ser una persona jubilada que le han congelado o bajado la pensión, un trabajador o trabajadora en paro, una persona joven sin trabajo y que ha tenido que exiliarse en busca de oportunidades, o un empleado público que pierde poder adquisitivo desde hace cinco años.

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No hay duda de que las políticas de la UE, la complejidad de su gobierno, la opacidad de los procesos de toma de decisiones (nunca sabemos quién toma realmente una decisión: los Gobiernos, la Comisión, Alemania), la escasa participación ciudadana y la distancia de sus instituciones (incluido el Parlamento), hacen ciertamente difícil explicar sus virtudes.

Así, opacidad política y austericidio económico hacen posible que el programa de las formaciones de extrema derecha y populistas sea ligero y directo. Se basa en unas cuantas preguntas que se responden fácilmente y que caen como una losa sobre los europeístas: ¿Por qué tenemos que formar parte de una Europa dominada por burócratas que para cuadrar sus cuentas neoliberales carga en las espaldas de las clases populares y medias todo el esfuerzo para salir de la crisis? ¿Por qué esa UE que nació, entre otras cosas, para salvaguardar la paz y la cohesión social en Europa, ha sido la que ha impuesto, con la complicidad de los gobiernos de derechas estatales y regionales, políticas de austeridad que han empobrecido a los ciudadanos de esta misma Europa?

Para combatir esas políticas, la izquierda tiene que crear un amplio movimiento para cambiar democráticamente las instituciones europeas. Ser europeísta significa estar en contra de la UE actual. Por eso es imprescindible dotar de verdadero poder decisorio al Parlamento europeo y que este elija al gobierno de la UE y controle un Banco Central Europeo democrático con funciones de banca pública. Ante el indigno espectáculo de la financiación pública de la banca privada y del mantenimiento de los paraísos fiscales en el seno de la UE hace falta una efectiva unión bancaria y fiscal.

No nos resignemos, está en nuestras manos hacer realidad el sueño de una Europa democrática, justa e igualitaria. Continuar con el sistema político-administrativo actual y con la troika no vale la pena.

Joan Boada Masoliver es profesor de Historia.

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