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Patear mirando al cielo

El actor adora los lugares más emblemáticos de la ciudad por razones históricas o sentimentales y se pierde en cada barrio, un mundo distinto

Moncho Borrajo en uno de los rincones del Madrid de los Austrias.
Moncho Borrajo en uno de los rincones del Madrid de los Austrias.álvaro garcía

1. Triángulo vital de la pintura. Como estudiante de Bellas Artes, me es imposible olvidar el eje fundamental para la pintura que conforman el museo del Prado, el Thyssen y el Reina Sofía. Nos ponen a la altura de París o San Petesburgo y no hay que perdérselos jamás.

2. La Cibeles. No me interesa como símbolo del Real Madrid, sino por lo que representó en la Guerra Civil. La gente la cuidaba, la tapaba y es uno de los puntos de referencia de la contienda: está el Guernica como rememoración culta y la Cibeles como el rincón popular. Parece la novia de Neptuno. Los madrileños no valoran sus fuentes. Cuando se le rompió la mano en una celebración futbolística, pensé: “No es que tengan que pagarla o no, es que son gilipollas”.

3. Calle de la Cava Baja. Tengo muchos amigos que viven allí y me parece muy popular, muy de tomar vinos. Siempre tiene un ambiente muy festivo y te encuentras con gente de todo tipo. Además, está muy cerca de la parroquia de San Antonio de la Florida, que representa al pueblo llano, a las fiestas de San Isidro y recuerda a Goya. La gente no visita las iglesias de Madrid. Se van a Florencia, donde son todas iguales, y no ve las de aquí. ¡Y este espacio reducido ya vale más que cualquier ciudad de EE UU!

4. El cocido. Para mí es un lugar omnipresente. Soy gallego y valoro un buen cocido, algo que aquí tengo asegurado en muchos sitios. Forma parte de la tradición y tiene un punto de unión con la paella: sirve como motivo de reunión.

Humor quevediano

Ramón Borrajo, más conocido como Moncho, nació en un pueblo de Galicia hace 65 años y pasó una larga temporada en Valencia, pero se asemeja al carácter poliédrico de Madrid. Ahora imprime su humor en Yo, Quevedo, en el Muñoz Seca.

5. Templo de Debod. Cuando lo trajeron de Egipto pensaba que no iba a encajar, pero es tan sencillo y tan al aire libre que es de una elegancia tremenda. Su forma, su fuente y sus vistas a la Casa de Campo son maravillosas. Se habla mucho del Central Park de Nueva York y poco de lo de aquí (Ferraz, 1).

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6. Museo Sorolla. Estudié en Valencia y para mí Sorolla es la luz. Cuando tengo morriña del Mediterráneo voy a verlo. Este es uno de los museos más olvidados de la ciudad. Es recoleto y no es una galería falsa: tiene vida, se mueve, y da la sensación de que puede aparecer el pintor en cualquier momento (General Martínez Campos, 37).

7. Remates de los edificios. Madrid es una ciudad para patearla, no para ir en coche. Una vez, en una asignatura de la facultad, nos hicieron quedarnos un rato en una plaza y después pintar el remate de los edificios. Es curioso, pero caminamos por la ciudad mirando el suelo o el primer piso, sin fijarnos en los detalles superiores de cada inmueble.

8. Barrio de los Austrias. Estando enfrente de la Ópera o del Palacio Real te puedes imaginar a Lope de Vega o a Quevedo caminando por sus calles. Me encanta cómo se mantiene. Y tengo muchos recuerdos de la zona porque hace 20 años me enamoré como un gilipollas de una persona que vivía allí. Le iba a buscar, le esperaba…

9. Barrio de Chueca. Como homosexual tengo que hablar de Chueca. No por lo que supone para el mundo gay internacional, sino porque los heterosexuales también lo han hecho suyo. Y eso lo convierte en una referencia y en un bastión: la derecha no va a poder legislar contra los homosexuales porque las leyes a favor ya son del pueblo.

10. Todos los barrios. Madrid tiene encanto de barrio, no es solo un centro histórico. Sus calles son un mundo, con sus fruterías, sus peluquerías… Hasta sus estaciones.

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