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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La libreta de la Ruscalleda

Torribera es un centro de excelencia en un sector emergente: de la nutrición a la gastronomía

El mercado de Singuerlín, en Santa Coloma de Gramenet, es uno entre tantos: está en un edificio funcional que, siguiendo el modelo de esta ciudad, incluye una biblioteca. Santa Coloma crece retrepando por sus cerros, así que todo son desniveles, pero los obstáculos se aprovechan para poner más cosas en menos espacio, y el mercado no es una excepción: el techo es una plaza, está el metro —la famosísima línea 9 de cuando las cosas se hacían a lo grande—, los libros, todo en una parcela más bien modesta. El mercado no tiene alicientes pero presta servicio, con paradas mediterráneas: producto fresco, de dieta saludable, de vida. Trastean las señoras en una armonía de voz baja.

Siguiendo la calle aparece una larguísima escalera mecánica y al fondo, donde se acaba la ciudad y empieza la Serra de Marina, aparece un cartel que da la bienvenida al Campus de la Alimentación de Torribera, que pertenece a la Universidad de Barcelona. El mapa universitario de Barcelona es perfectamente metropolitano, se extiende de Castelldefels a Cerdanyola, que ya es decir. Una formidable zona cero de conocimiento. Torribera es como un puntito desconocido en este mapa intensísimo, donde el futuro es tema de cada día, donde se construye esta generación que estamos regalándole a Europa y al mundo a fuerza de no saber qué hacer en casa con ella. Torribera es un recinto inclinado, como manda la topografía, construido con una generosidad que hoy es imposible. El espacio es infinito. El césped —con los alumnos relajados, el portátil abierto, la vista fija en la pantalla—es cordial, los árboles prodigiosos. Es Oxford sin piedras góticas, Stanford sin ardillas, pero todo en pequeño, todo modesto, a escala catalana.

Es una gran finca de 34 hectáreas que la Mancomunitat compró para albergar un centro psiquiátrico innovador. La Mancomunitat, de la que ahora se celebra el centenario, fue el primer atisbo de poder político que consiguió el catalanismo. Sirvió para poner en marcha un proyecto de modernidad y excelencia en todos los ámbitos —cultura, infraestructuras, salud, enseñanza, —y acabó como solían acabar las cosas en España, con una dictadura militar que lo desmantela todo. En 1925, Primo de Rivera al mando, la Mancomunitat fue suprimida. Quedaron las piedras, quedó el proyecto a la espera de tiempos mejores. Los antiguos pabellones que albergaban a los pacientes son hoy laboratorios, aulas, instalaciones universitarias. Los edificios son austeros y noucentistas, las dos cosas van juntas, pero con esos detalles que anuncian la vocación de excelencia: las puertas tienen molduras de madera haciendo delicados arabescos entre los vidrios, como un guiño. La iglesia, que desentona por el estilo, continúa en activo.

La atención psiquiátrica se ha trasladado a un hospital construido bajo la otra dictadura, la franquista, un edificio cuadrado y seco, que ahora funciona como centro de día. Hace muchos años, cuando aún había internos, algunos días los dejaban bajar a la ciudad y “los locos”, como decía la gente con tanta crueldad como cariño, tomaban café con los vecinos en la plaza del centro. Hoy, por el campus transitan grupos de pacientes, ordenados en fila. Se les adivina un ligero desequilibrio que los distingue de los estudiantes. Pero lo que manda en Torribera es la serenidad.

Torribera es, pues, un centro de excelencia en un sector emergente: el del amplio espectro que va de la nutrición a la gastronomía, de la salud al placer, de la tradicional dieta mediterránea a las panaceas contra el envejecimiento. Somos lo que comemos. En pocas palabras, es un centro de innovación, ciencia y empresa, que se esfuerza en la “transferencia” —palabra clave— de la Universidad a la sociedad. Màrius Ruviralta, director del Campus, que de hecho lo ha creado, lo explica con ese orgullo que nace de estar haciendo lo que toca en el sitio preciso: Cataluña, dice, es uno de los “nodos” de este sector en Europa.

Mil alumnos, profesores de renombre científico para desentrañar los misterios de la alimentación y, como estrellas fulgurantes, los hermanos Roca, la Bullipèdia de Ferran Adrià y Carme Ruscalleda, imposible ir más allá en gastronomía. La Ruscalleda les ha prometido sus libretas de temporadas anteriores para que hagan, de su intuición, conocimiento. En estas aulas se toca la ciencia con la cultura, el futuro con lo cotidiano, el Bulli con el mercado de Singuerlín.

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Pero no demasiado lejos, donde el cementerio de Santa Coloma platea porque las flores están envueltas en papel de aluminio— muchas flores— las excavadoras se comen la tierra para encajar una subestación de la MAT, la línea de alta tensión que trae problemas en todas partes. Hace años se quitaron las torres de patas abiertas que punteaban el Besòs. Ahora otra vez. Todos están en contra, pero se les dice que manda el progreso. Hay realidades que chocan de frente.

Patricia Gabancho es escritora.

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