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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Europa no quiere polizones del euro

Para reingresar en la unión monetaria o usar el euro tras quedarse fuera se requiere un acuerdo por unanimidad

Xavier Vidal-Folch

En el detalle viaja el diablo. El informe Les vies d'integració de Catalunya a la Unió Europea, del Consejo para la Transición, es más que voluntarioso. Sostiene que si Cataluña se segrega de España, los dos escenarios más probables serían el de una salida-reingreso de la Unión Europea (UE) prácticamente simultáneos; o el de una reintegración ad-hocy a toda velocidad.

El detalle relevante: se reconoce que en las dos hipótesis —las otras son larga espera o exclusión eterna— la integración “tampoco” sería “estrictamente automática” (página 26). O sea, por un periodo, aunque fuese breve, la Cataluña independiente quedaría excluida de Europa, pues la UE es la única Europa real existente. Y mediando el requisito de unanimidad para el ingreso, el riesgo de larga cuarentena es inquietante.

¿Qué pasaría con la moneda? “En cualquier escenario Cataluña va a estar en el euro, mientras cumpla las condiciones, como ahora. Hay países que no están en la UE y tienen euro. Cataluña lo tendrá si quiere”, aventuró Artur Mas en septiembre.

Le escriben mal los guiones. Acoger a un nuevo país en la unión monetaria depende del voto de sus socios, más que de la voluntad del candidato. Los requisitos de convergencia, además de los límites de deuda (60% del PIB) y déficit (3%) establecen que el aspirante acredite un año entero de inflación baja y un tipo de interés no peor en más de dos puntos a los tres mejores Estados miembros. Es decir, se requiere un año de antesala. Claro que eso se puede cambiar, pero con una reforma del Tratado y —sin responsabilizar ex-ante a España— a veces los referenda ratificadores son negativos (Maastricht, Niza, Constitución). Algunos toman como rehén a la UE para medrar. ¿Conviene correr el riesgo?

También se puede crear una moneda propia y pegarla a la europea, como Argentina (y otros) han hecho con el dólar. Eso exige un acuerdo formal entre ambas partes. Se establece un tipo de cambio fijo; la convertibilidad a esa paridad; y un compromiso de plazo. El Consejo de la UE decide por unanimidad (art. 219.1 del TUE).

Es el mecanismo del currency board. Pero la historia no le otorga buenos resultados, salvo en casos de países minúsculos, ciudades-Estado o pequeñas islas sucursalizadas. Es (con la variante de la sustitución completa de la moneda anterior por el euro) la planilla utilizada en los casos de Mónaco, San Marino, Vaticano y Andorra. “No es adecuado para las economías diversificadas”, concluye un estudio del FMI (Are currency boards a cure for all monetary problems?, Enoch-Gulde, diciembre 1998).

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La adopción pactada del euro (como en los casos citados) excluye a sus beneficiarios de las ventajas que da el BCE a sus socios, salvo su uso y el acceso al sistema de pagos (artículos 5 y 9 del acuerdo UE-Andorra, del 30 de junio de 2011). Y también de los flujos de liquidez que salvan a la banca. Salvo, si acaso, las cantidades más bien simbólicas para las sucursales ubicadas en la eurozona (ver esta página, 22 de diciembre 2013).

También se podría ir por la brava, usar el euro de matute: aunque eso daría lugar a ineficacia, inestabilidad e insuficiencia de suministro de numerario: escasez de monedas y billetes.

La Unión se ha manifestado solemnemente contra la adopción unilateral del euro, o “eurización” unilateral (neologismo por analogía con “dolarización”). “Es contraria al Tratado”, dictamina uno de los escasos expertos españoles en el asunto, Manuel López Escudero, (La ampliación de la zona euro desde una perspectiva jurídica, en Los Tratados de Roma en su cincuenta aniversario, Asociación de Profesores de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales, Marcial Pons, 2008). “Como la adopción del euro es la culminación de un proceso de convergencia estructurado en un marco multilateral, las instituciones de la UE y el BCE se han opuesto” a ella, añade.

En efecto, “sería contraria al razonamiento económico en que se basa la unión monetaria en el Tratado” como culminación de la convergencia, y “no puede constituir un modo de eludir las etapas previstas en el Tratado para la adopción del euro”, reza la conclusión del Ecofin del 7 de noviembre de 2000 (Consejo, 417). Es idéntica la posición escrita del Consejo de Gobierno del BCE adoptada en su reunión del 18 de diciembre de 2003.

Eso puede cambiarse, como todo en la vida. Pero habría que cambiar también la filosofía subyacente de la Unión. La de extremar la prudencia en la internacionalización del euro, que explica “la posición neutral del BCE dirigida a no promover directamente, ni tampoco entorpecer, el uso internacional del euro”, como sintetizó su consejero ejecutivo Lorenzo Bini-Smaghi (en The euro at ten: the next global currency?, Jean Pisani-Ferry y Adam S. Posen eds., institutos Peterson y Bruegel, 2009).

En suma: Europa no quiere polizones monetarios.

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