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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Erotismo ferroviario

Esos dos trenes de Mas y Rajoy chocando juguetonamente han logrado hacer el convoy más largo y el Estado social más débil

Jordi Gracia

Entre el blindaje budista de Rajoy y el empuje rupturista del Gobierno de Mas yo no veo hoja de ruta alguna por ningún lado. Veo más bien la firme determinación —interesada, deliberada— de seguir espachurrándose los dos trenes, uno frente al otro, mientras alertan precisamente contra el choque de trenes. Pero están ya morro contra morro, en una suerte de cortejo erótico trufado de mordiscos y amagos de mordiscos, cobras y semicobras, roces atrevidos y algún rasguño tan morboso como excitante, que es de lo que se trata. Lo que es seguro es que si renunciamos al vicioso voyeurismo y dejamos de mirarles allí, en las partes y en los morros, los dos Gobiernos enfrentados mantienen imperturbablemente sus políticas neoliberales y la población sigue disfrutando de los recortes con una redentora paciencia evangélica.

Aunque resulte desconcertante, esos dos trenes chocando feliz y juguetonamente han conseguido hacer el tren más largo y al Estado social más débil. Parece que se hayan puesto de acuerdo las respectivas tripulaciones para insistir en aplastarse en cada nueva embestida, mientras la política real de los Gobiernos en Madrid y Barcelona sigue haciendo lo suyo: minimizar el vendaval terrorífico que sigue cayendo sobre una tupida capa social de desprotegidos, desesperados y desamparados ciudadanos que jamás imaginaron un retroceso vital vertiginoso, el fantasma del paro crónico, la angustia de la sequía financiera radical. Contra las apariencias útiles, Wert y Rigau, Mato y Boi Ruiz se me antojan más hermanos que adversarios (aunque anden a la greña por los símbolos, que es la manera más tramposa de hacer política).

El resto del campo tiende al vacío, como si no fuésemos los demás capaces de apartar la vista del morboso espectáculo de dos amantes en fase fiera y dejásemos escapar la oportunidad de ir pensando en otra cosa más saludable, menos enrocada y viciada, menos enfermiza también. Es lo que está intentando hacer la izquierda y quizá ni siquiera un solo partido de la izquierda sino varios, y sus varias fracciones. Pero a falta de la pasión erótica que se ha despertado entre amantes traidores y desleales, tan productiva en el terreno de los gestos y los despechos, quizá sería balsámico poner algo de música, algún ritmo bailable y enérgico, con swing contagioso y hasta con algunos timbales. Pero a ser posible sin rastro de las tristezas sádicas de los boleros, de los tangos y las milongas.

Artur Mas ha aprovechado su excelente francés para explicar en Le Figaro la viabilidad de unas elecciones plebiscitarias, cosa que como todo el mundo sabe, nadie sabe lo que es

Ahora Artur Mas ha aprovechado su excelente francés para explicar en Le Figaro la viabilidad de unas elecciones plebiscitarias, cosa que como todo el mundo sabe nadie sabe lo que es. Requerirían un improbable acuerdo en un punto explícito y claro de varias fuerzas políticas, o de algunas, o de todas, o de casi todas, o de muchas. Un lío, por tanto, y un jerogífico interpretativo ante la presumible pluralidad de lecturas y la fragmentación potencial del electorado.

En apariencia constituyen el mal menor, la opción resignada de Mas. A mí me parece que son literalmente la salvación: no solo la salvación del proceso desde la óptica de un partido de poder con mucho poder que perder, CiU, sino desde la óptica del independentismo conservador, burgués, emprendedor y empresarial, que es el que encarna su cúpula, desde el invisibilizado David Madí (ora pro nobis) hasta la actual directiva con Homs, Rull y Turull. Y es sobre todo la salvación para mantener las cuotas de poder convergente que hoy peligran como no han peligrado en treintaytantos años de democracia.

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El misterio es ERC porque el crecimiento de su expectativa de voto nace de la ausencia del líder y la ausencia del partido en cuanto no atañe al proceso: ni una declaración, ni un gesto público, ni una protesta fuerte y rotunda que recuerde a los demás que se trata de un partido de izquierdas. La CUP custodia con su independentismo anticapitalista y su empuje desacomplejado la honradez de las convicciones a cualquier precio y ya solo quedan dos más en la izquierda: ICV, que tiene un sector todavía integrador, y el PSC.

El electorado potencial socialista escapa o se abstiene por presión ajena, sí, pero sobre todo por desintegración propia

Pero quién pone la música. El electorado potencial socialista escapa o se abstiene por presión ajena, sí, pero sobre todo por desintegración propia. Para junio anuncia Rubalcaba una ofensiva ideológica en torno a la reforma del Estado a través de la reforma constitucional. Tanto sus votantes como la izquierda que nunca lo votaría deberían estar ya agitándose, bamboleándose, quizá solo balanceándose, algunos a lo mejor aporreando la mesa con los dedos, tarareando el nuevo ritmo y hasta dando algún salto como los de Vicky el vikingo. No un cortafuegos, ni una trinchera, no una defensa contra una ofensiva.

La música ideológica de la protección del Estado social contra el expolio de los privilegiados está en la calle pero abandonada por la izquierda, quizá porque, mucho más que los ciudadanos, son los propios partidos quienes han quedado hipnotizados por tanto mordisco apasionado, de morro a morro, mientras chocan los trenes.

Jordi Gràcia es escritor y ensayista.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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