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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Generalitat CF

El palco del Valencia CF siempre fue el mejor escaparate del PP, incluso cuando la Generalitat estuvo gobernada por el PSPV

Miquel Alberola

El patibulario episodio del intento de secuestro de un exdirectivo del Valencia CF por otro para cobrar una deuda insatisfecha, siendo material de sucesos, sobrexcede las páginas de deportes por los vasos comunicantes que el club mantiene (más que con la política) con los intereses de la derecha vernácula. Pese a que no se puede establecer una identificación absoluta entre lo uno y lo otro, a menudo, se requeriría la destreza del doctor Cavadas para delimitar a cuchillo dónde empieza y dónde acaba lo uno y lo otro. Es cierto, como siempre se consigna, que el Valencia CF prestó grandes servicios durante la transición a una derecha franquista carnicera que se puso la piel de cordero para liderar la resistencia a una artificiosa amenaza externa catalana, pero el maridaje, como la pervivencia cultivada de esa fructífera paranoia, no se detuvo ahí.

El palco del Valencia CF siempre fue el mejor escaparate del PP, incluso cuando la Generalitat estuvo gobernada por los socialistas. Por eso no extrañaba que el todavía candidato Eduardo Zaplana dispusiera de mejor ubicación en ese goloso aposento que los miembros del Consell presentes. Y ahí, sobre la imagen deportiva más resplandeciente del equipo, se fue fortificando el vínculo y el intercambio de flujos hasta conformar la perversión (vitaminizada por el extinto Canal 9) de que se trataba de una misma emoción y sentimiento. La llegada de Juan Soler a la presidencia del Valencia CF se produjo como resultado de esa promiscua correspondencia de la mano de Francisco Camps, quien, persuadido de que la épica que alimentaba Mestalla era la misma que conducía a la cúspide del Palau de la Generalitat y viceversa, intervino en el club para imprimirle un rumbo histórico que no es otro que el que ha llevado al Valencia (la Generalitat ya iba hacia ahí) a la calamitosa situación en que se encuentra.

Aquel día en el que Camps quiso escribir en mayúsculas la historia del club derribando los tabiques entre la entidad y la Administración (y entre la política y la promoción urbanística) se inició un relato con ínfulas homéricas que ha terminado convertido en un informe de la policía, con varios imputados por sus intenciones truculentas hacia una víctima cuya inocencia es poco menos que módica. En el desarrollo de los despropósitos que nutren esa trama se inserta una catastrófica operación urbanística de sucesivos pelotazos impunes con los solares del actual y futuro estadios y ciudades deportivas.

Sin olvidar el aval del Instituto Valenciano de Finanzas a la Fundación del Valencia CF (81 millones) para evitar que empeorara la pifia cuando las cosas se ponían feas y una inversora fantasma (con la intermediación de Vicente Soriano) se hiciera con la propiedad del club tras la venta de las acciones de Soler, lo cual se ha convertido en otra bola financiera encadenada a los pies una Generalitat que no puede cubrir el coste de servicios esenciales, como sanidad y educación, sin la aportación de fondos de rescate adicionales del Gobierno central.

Incluso ahora, cuando por las consecuencias de ese lastre Alberto Fabra parece que trata de poner distancia entre el Valencia CF y la Generalitat desautorizando el coqueteo de Alfonso Rus con la presidencia del club, el PP sigue utilizándolo como burladero para evadir su responsabilidad en ese disparate. Ahí está el vicepresidente José Ciscar escondiéndose tras la epopeya cuando se le pregunta por un asunto que le concierne y dice que se queda con el 5-0 del Valencia al Basilea.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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