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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El ejemplo francés

La izquierda no tendrá el beneficio del que goza derecha

Con un evidente abuso de la alegoría, algunos comentaristas han descrito la política del presidente socialista François Hollande como el “mal francés”, aludiendo así a su reciente descalabro electoral, presuntamente provocado por la incoherencia entre sus propuestas progresistas y los decepcionantes resultados de su gobierno. No acabamos de ver la relación entre la mencionada infección sifilítica y el dar gato por liebre a sus feligreses y votantes, embaucados por unas promesas que se han incumplido, pero conforta constatar que el engaño ha sido severamente penado por una sociedad democrática madura.

El tal mal —el morbo gállico, se decía— también fue conocido en tiempos de María Castaña como la “sarna española”, por endosarle a España el mérito de haberlo difundido a la par que expandía su católico imperio, pero resulta obvio que, además de constituir un infundio, tal acepción nunca ha tenido una interpretación metafórica más allá de la estricta enfermedad. Sin embargo, quizá fuese procedente empezar a reputar de sarnosa a esa turba innumerable de delincuentes políticos que se diría contaminada por la común codicia, posiblemente contagiada por vía sexual, pues tal es su virulencia. Y esto no se cura con antibióticos, sino con buenas dosis de cárcel y prolongado ostracismo.

El corolario de esta historieta se resume en pocas palabras: los gobernantes han de ser consecuentes con sus promesas e ideario político, al tiempo que los electores deben castigar sin contemplaciones sus incumplimientos y falacias. Un enunciado que parece elemental, pero que únicamente se cumple en el marco de una democracia desarrollada, lo que todavía no es nuestro caso y explica —aunque por su dimensión aún cuesta comprender— el aluvión de falsedades con que nos han abrumado los gobiernos del PP, tanto estatal como autonómico valenciano, auténticos émulos de Pinocho tanto como de Alí Babá.

La izquierda valenciana en ciernes puede estar segura de que, puesta a gobernar esta Comunidad, mediante un tripartido o como fuere, no va a beneficiarse de la tolerancia, complacencia y complicidad que ha abrigado a los gobiernos de la derecha. Su electorado, el actual y el potencial, es de muy otra naturaleza, entre otros motivos porque se ha producido un profundo relevo generacional desde que —pronto hará 20 años— el PP se subió al pescante del poder. Así, gran parte del nuevo votante, movilizado por los recortes económicos y los desmanes penales, no está obnubilado por el auge de una supuesta prosperidad que ha terminado por sumirnos en una decadencia que no da tregua ni apenas esperanzas.

Sin el menor ánimo pedagógico, pero al filo de la rectificación sobre la marcha que está intentado el gobierno francés para recuperar el apoyo social perdido, parece oportuno recordar que, como aleccionaba Tony Judt, “la socialdemocracia no representa un futuro ideal; ni siquiera representa un pasado ideal, pero es la mejor de las opciones que hoy tenemos”. Nada que objetar, siempre y cuando se cumpla la condición que en su día apuntó Joan Fuster con la mirada puesta en el PSOE: que sea cuando menos socialdemocracia la alternativa que se pespunta y no un remedo conservador. Para eso ya estamos (mal) servidos con la derecha, esta derecha que nos va a dejar un país arruinado. Así pues, que la izquierda piense bien lo que ha de proclamar alto y claro para que no tenga que enmendar el paso.

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