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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Desviaciones desviadas

Por desgracia, abundan los casos en que la estupidez no tiene cura, sobre todo cuando el sujeto afectado se encuentra en plena madurez

Es posible que algunos pequeños mandamases de la derecha local conserven todavía aquel reflejo de algunas agrupaciones marxistas que llevaban a la exclusión de militantes de probada capacidad ante cualquier sospecha de desviacionismo, pecado mortal muchas veces penado con el ostracismo político. Pero que Silvestre Senent, concejal de Hacienda del Ayuntamiento de Valencia, haga honor a su nombre aludiendo a estas alturas en un pleno municipal a la homosexualidad como una desviación sexual, y en presencia de la alcaldesa, suena más a comentario chusco entre amigotes que a los rigores propios de su cometido institucional. Y menos mal que se privó de aludir directamente a la enfermedad como causa de esa orientación sexual, y no como otros de sus correligionarios que no tienen el menor reparo en asegurar alborozados que la homosexualidad se cura. Por desgracia, abundan los casos en que la estupidez no tiene cura, sobre todo cuando el sujeto afectado se encuentra en plena madurez. El hombre se ha disculpado de ese despilfarro dicharachero, claro, pero se teme que lo que dijo era precisamente lo que, por así decir, piensa.

Claro que todos los hombres yerran, pero muchos yerran mal. Aunque algunos se hacen clarividentes con el tiempo. Como el líder valenciano de esa benéfica institución que se llama España 2000, que hace años se dedicaba a regalar mamporros a los estudiantes universitarios en las entradas a las facultades, y ahora, caído del caballo como Saulo, organiza sainetes como el de repartir alimentos en barrios necesitados, aunque, eso sí, solamente a los españoles. No se sabe qué le habrán hecho a este hombre los alemanes, pero la discriminación de nacionalidad entre los que pasan hambre sugiere cierto desconcierto vital, o tal vez todo lo contrario, ya que el hambre y la necesidad no conoce fronteras, ciudades, ni nacionalidades. Para su mala suerte, sucede que muy cerca de esa meritoria demostración en Orriols hay una mezquita que distribuye sin discriminación alguna los alimentos de los que buenamente dispone, sin que sea indispensable la lectura previa del Corán, así que hay algo que no cuadra en todo esto, ya que entre personas dignas no es frecuente recurrir al racismo como factor discriminatorio.

Como empresario de cierto postín, aunque nada parecido todavía a la carnaza que otros socarran en el asador, el tal líder podría poner a prueba su profundo carácter solidario dándose una vuelta por los naranjales de La Safor a fin de observar la explotación que se produce en el campo valenciano con inmigrantes de diversos países, donde se trabaja en serio de sol a sol por diez euros al día. Es una explotación que linda con la esclavitud, por lo que es posible que España 2000 tuviera algo que decir sobre el asunto, aunque se trate de inmigrantes, y de paso algo más de lo mucho que ya sabe podría aprender sobre cómo se fomentan para el propio beneficio las actitudes racistas y xenófobas entre la población. Pero, claro, ocurre que nadie tira tejados sobre su propia piedra.

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