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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ANC y el señor McGuffin

En la hoja de ruta de la Asamblea no se contempla la eventualidad de una derrota electoral del independentismo

El debate suscitado a raíz de la publicación del borrador de la hoja de ruta de la ANC ha sido una prueba más de cómo en el terreno de la propaganda los impulsores del proceso van ganando por goleada. Bastó con que un relevante periodista catalán dejase ir en una tertulia radiofónica que miembros del PP (sin determinar) estaban pidiendo al Gobierno la ilegalización de la ANC para que el coro mediático independentista se pusiera en marcha de inmediato. En su apoyo acudieron los habituales columnistas descerebrados de cierta prensa madrileña que andan empeñados en que Cataluña se independice cuanto antes.

Nadie en Moncloa consideró imprescindible cortar de raíz cualquier especulación sobre una posible ilegalización de la ANC. Tampoco faltaron a su cita los de Manos Limpias, encantados de convertir en protomártir a Carme Forcadell. Y lo redondeó Alfonso Alonso, portavoz del PP en el Congreso, defendiendo que tan malo es imponer la cosas por la fuerza como por las urnas. A punto estuve de salir corriendo yo también a pedir el alta en la ANC.

El hecho cierto es que este conjunto de actuaciones ha reforzado a quien objetivamente se había puesto en una posición difícil, porque siendo evidente que ni en el documento ni en la actuación de la ANC hay nada que permita especular con su ilegalización, no lo es menos que en las dieciséis páginas del texto abundan los elementos cuestionables y no faltan algunos directamente antidemocráticos. El documento de la ANC establece que, si no se pudiese celebrar la consulta, se tendría que ir a una proclamación unilateral de independencia, ya fuese tras unas elecciones plebiscitarias o —en caso de suspensión de la autonomía— sin ellas. La famosa DUI con la que sueña el ala ultra del frente nacional. El plan asociado a esa estrategia coquetea con la idea de una movilización, a medias entre las plazas Tahrir y Maidán, con la suficiente capacidad desestabilizadora como para forzar una intervención política de instancias internacionales.

El plan asociado a esa estrategia coquetea con la idea de una movilización, a medias entre las plazas Tahrir y Maidán

La proclamación de la independencia, se afirma, debe ir seguida de “actos de ejercicio de soberanía que, en la práctica, hagan visible un funcionamiento ordinario plenamente independiente, soberano”, y ello “ha de concretarse en elementos como el control de las grandes infraestructuras y fronteras —puertos, aeropuertos…—, la seguridad pública, las comunicaciones, etcétera”. En declaraciones posteriores, la presidenta de la ANC ha asegurado que esas actuaciones correspondería acometerlas al Govern de la Generalitat. La duda surge de inmediato: ¿cómo se llevarían a cabo?, porque muchas formas de hacerlo no hay, y cabe suponer que nadie piensa en enviar los Mossos a desalojar a la Guardia Civil. ¿Se está pensando quizás en una especie de Marcha Verde para conseguir una ocupación “pacífica” de esas instalaciones? Jugar con fuego. O, peor aún, fantasear con experiencias que en otros casos han tenido éxito. Mucho cuidado con determinados espejos que devuelven las imágenes deformadas.

De todo eso ya se ha hablado extensamente estos días, pero hay algo en el documento de la ANC que ha pasado más desapercibido y que quizás merezca una reflexión. En tres de los cuatro “escenarios” que el documento analiza hay previsto algún tipo de proceso electoral (consulta autorizada, consulta no autorizada, elecciones plebiscitarias). Pues bien, en ningún lugar del texto aparece la posibilidad de que la ciudadanía catalana acabara negando a los impulsores del proceso la mayoría necesaria para alcanzar la independencia. Es decir, no se contempla la eventualidad de una derrota electoral del independentismo, algo que parece más probable que no una inverosímil suspensión de la autonomía que, sin embargo, sí es analizada como una de las situaciones que podrían darse en el futuro.

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A eso me refería antes cuando hablaba de elementos antidemocráticos del documento. La lectura del mismo lleva a la conclusión de que para los asambleístas la única salida posible y aceptable para todo este lío es la independencia de Cataluña, se consiga esta por lo civil o por lo penal. En ese sentido, la consulta pasa a ser casi una molestia pues podría darse el caso de que a la gente le diera por no votar lo correcto o, como apuntan casi todas las encuestas serias (no las del CEO, claro), por no hacerlo en la proporción necesaria como para hacer imparable una proclamación de independencia.

Por eso, cuando algunos piden que el día 8 de abril en el Congreso no se hable de independencia sino del derecho a decidir, al president y a su socio de Gobierno y jefe de la oposición les entra la risa floja. La ANC marca el camino, y su hoja de ruta descorre el velo de algo que parece evidente hace tiempo, a saber, que la consulta no es sino el McGuffin de toda esta historia. Algo que está ahí para distraer al público y hacer que la trama avance, pero que en realidad carece de importancia para lo que es el tema central de la película, que no es el derecho a decidir sino la independencia.

Francisco Morente es profesor de Historia Contemporánea en la UAB

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