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ROCK | CAMEL
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los viejos apóstoles sinfónicos

Andy Latimer desempolva un sonido casi olvidado, pero conserva ese punteo lírico y cristalino que puso banda sonora a una parte de los años setenta

¿Una gira europea de Camel? ¿En 2014? ¿Interpretando The snow goose en su integridad? Muchos debieron frotarse los ojos, incrédulos, con esos carteles en los que una banda ya inevitablemente entrada en años (por mucho que alguno luciera bermudas en la foto promocional) anunciaba un advenimiento con aroma a resurrección. “No sé cuándo tocamos aquí por última vez, pero hace mucho”, admitía Andy Latimer, entre gritos de “We love you” desde el abarrotado graderío del Teatro Nuevo Alcalá. La condición de superviviente, en su caso, es literal: desaparecido en 2002 el otro fundador, el teclista Peter Bardens, él superó luego un trasplante de médula espinal. Emociona descubrir que su pulso es idéntico al de antaño, ese punteo lírico, cristalino y preciosista; generoso en vibrato y enemigo de la filigrana, pero muy fácil de distinguir entre otras mil guitarras.

Los 50 minutos iniciales correspondieron a aquel Ganso de nieve de 1975, obra conceptual y sinfónica por cada poro, con las piezas encadenadas de modo inseparable, cambios de ritmo, compases irregulares, motivos que reaparecen muchos minutos después de su exposición y demás mandamientos del rock progresivo. El público atendió con devoción esa ‘suite’ con plaza en las inmediaciones de The dark side of the moon, Thick as a brick, Close to the edge o The lamb lies down on Broadway en muchos santuarios particulares. El icónico tema de flauta para Rhayader se antoja hoy algo elemental, quizás porque tantos años atrás éramos todos mucho más impresionables. Pero hay fragmentos (el arranque de la cara B) hermosos, enfáticos. Evocadores de una ambición a ratos excesiva y a veces muy inspirada. Y paisaje sonoro para una audiencia que ejerció su legítimo derecho a la nostalgia.

Latimer reivindicó parte de su producción reciente, muy poco conocida, en una segunda parte irregular, con algún patinazo pseudocelta (The hour candle), la afectada narrativa campestre de Fox hill y la excelente balada For today, que parecía escrita por David Gilmour en uno de sus días buenos. Al final, dos horas y medio de reencuentro inimaginable; sabe Dios si hay nuevas ocasiones de encontrarse con estos viejos apóstoles sinfónicos.

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