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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mayúsculo

Su lección magistral había tenido prólogo en la actuación de la jovencísima Courtney Marie Andrews

Afirmaba el de Seattle en los días previos a su visita, con cierta suficiencia, que su guitarra y su voz son las únicas dos armas que necesita sobre el escenario. Podría entenderse el órdago como una forma gráfica de hacer de la necesidad virtud (tercera actuación en nuestra ciudad en los últimos cuatro años, las tres sin banda: también se disculpó por ello anoche en La Rambleta) pero lo cierto es que no hay más remedio que dar la razón a un compositor que, pese a una austeridad fundamentalmente motivada por motivos presupuestarios, es capaz de extraer tan inagotable gama de matices exprimiendo los recursos propios de una autoría sobrada de raza y delicadeza.

Así las cosas, el formato no difería del de sus últimas actuaciones por aquí, pero la solemnidad del entorno y su propio estado de gracia obraron ese efecto multiplicador (o esa magia que prende, dirán algunos, no sin razón) por el que su actuación remontó cotas de belleza afiladísima, casi hiriente. Apenas cinco minutos le bastaron para conjurar casi todo el abanico de espectros de su voz. Desde el arrullo, el aullido, el falsete o la flexión quebradiza de esas estrofas que se prestan a la fragilidad emocional: todos y cada uno de los registros de su versátil garganta resultan aún más desarmantes en directo, probando que puede transitar de la calidez de la costa oeste a la gelidez del deshuesado folk norteño en solo unos segundos, sin necesidad de mayor instrumental.

Damien Jurado+Courtney Marie Andrews

Damien Jurado: voz y guitarra. Espai Rambleta. Valencia, martes 11 de marzo de 2014.

Como correspondía a un álbum de tono conceptual como es el reciente Brothers and Sisters Of The Eternal Sun, la primera mitad de su bolo versó exclusivamente alrededor de él, arañando el logro de que prácticamente nadie echase de menos la panteísta exuberancia formal que su partenaire Richard Swift otorgó a sus surcos. Y la recta final fue un portentoso tour de force (sin frenos: no es amante de los soliloquios, aunque a última hora destapase su sentido del humor contando la poco glamurosa experiencia de llevar semanas en la carretera) por pasajes más antiguos de su temario, que resplandecía-ya sin coartadas ficcionales-en todo su crudo magnetismo. Desde Museum of Flight hasta Cloudy Shoes, pasando incluso por alguna recuperación del Caught In The Trees de hace seis años (Everything Trying). Argumentos expuestos con todo el hondo y descarnado aliento emotivo de alguien que une a su conocimiento del medio las dosis justas de inspiración y audacia como para haberse ganado a pulso un lugar entre los grandes.

Su lección magistral había tenido prólogo en la actuación de la jovencísima Courtney Marie Andrews (también vecina de Seattle), quien se mueve con tiento, lejos de lecturas oblicuas (más cerca de Joni Mitchell que de Marissa Nadler, vaya), pero al menos esbozó-a falta de aristas marcadas-un par de cosas que son exigibles si se quiere abordar el género con red, sin riesgo de palidecer hasta el blanco roto ante la magnitud de lo que venía después: sentido y sensibilidad.

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