_
_
_
_
_
crítica | danza
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando la samba es un acto moral

Cláudia Dias emociona con su trabajo diáfano, directo y comprometido

El impacto que ejerce Cláudia Dias (Lisboa, 1972) en el público que llenó anoche el Auditorio 400 es tan inesperado como contundente. Su discurso es diáfano, directo, comprometido. La voluntad performativa se alía con un sobrio montaje que dispone la escena en paralelo a los espectadores; se trata de una pasarela, casi un escaparate. Todo sucede en esa franja iluminada, con suelo de arena, en la que la artista va y viene, hasta borrar esmeradamente sus huellas; allí hay cierta indefensión. Su desnudo, al que llega tras un progresivo despojo o deshojado de su vestuario civil, resulta a la postre intimista, logra con ello acercar definitivamente al espectador y a través de esa estampa metamorfosea una idea dramática, terrible, única: todos los rumbos (el norte, el este, el oeste, el sur otra vez o hacia dentro, hacia las entrañas figuradas de la tierra) son infructuosos. La arena es también frontera o confín.

Inspirada en textos de Tony Judt (una migración desgarrada) y Boaventura de Sousa (la sistemática de un nuevo pensamiento), no aparece por ningún lado la autoría expresa de su recitado, al parecer propio y de índole autobiográfica; se lo supone autógrafo y es una de las bazas fuertes de la obra. “Aunque deje de estar aquí, todavía estaré presente”. Esta frase se repite obsesivamente y se trunca, así como otras enumeraciones, como si cualquier intento de continuidad fuera peregrino.

VONTADE DE TER VONTADE

Coreografía, espacio escénico e interpretación: Cláudia Dias. Luces: Carlos Gonçalves. Música: Seu Jorge. Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía; 6 de marzo.

La consabida enseñanza de que en la sociedad global contemporánea el centro ha sido atomizado (o expulsado, o subvertido), resulta en la voz y el cuerpo de Cláudia otro pilar argumental; el viaje a ninguna parte es el de la supervivencia y el terror (a lo desconocido y a la enorme estructura que fagocita individuos, proyectos, ilusiones) asuntos conjurados con un humor sardónico; pero también hay una sensación paralela de que toda postura revolucionaria está obsoleta, como si la inconformidad y la ausencia de perspectivas reales constituyeran las dos mitades de un mismo proceder improductivo. Así la circularidad (ir hacia atrás, vestirse, alisar la arena) da un elocuente y desgarrado examen de conciencia, hecho a través del cuerpo y de la inevitabilidad del tiempo: la única certeza está que en que sumará años, los registrará en su propio instrumento: el cuerpo expuesto.

El baile (la samba como célula central del material coréutico-teatral) revisitada en una coreografía que burla toda sensualidad para convertirse en alegato, tiene lugar apenas ataviada con esos cubrepezones de lentejuelas y borlas, vulgares y humillantes, con su braga vuelta del revés, donde termina por agotar su dinámica y su visión, su protesta (para usar sus palabras) como “un manifiesto contra lo inevitable”.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_