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POP-ROCK

Presente feliz

El regreso de Adrià Puntí a los escenarios llenó a rebosar el Palau de la Música

Adrià Puntí, a la derecha, en el Palau de la Música.
Adrià Puntí, a la derecha, en el Palau de la Música.MARTÍ ARTALEJO

Aquel primo lejano que marchó a América. La hermana mayor que desapareció tras un novio. El barco que zarpó con rumbo desconocido. Un sentimiento que se marchitó un día sin saberse bien porqué. Pérdidas. Se recuerdan todas ellas con dolor, pero también con el temor a reencontrarlas sin que fuesen tal y como eran, tal y como las vivimos y disfrutamos, tal y como las recordábamos antes de ser perdidas, hablándonos por ello del demoledor paso del tiempo, ese señor sigiloso que todo nos lo cambia. Adrià Puntí partió un día y se le recordaba tal y como era antes del viaje, dando por sentado aunque con secretos temores, que el tiempo no lo habría hurtado. Ahora volvía para desafiar los mejores recuerdos. Alegría y a la vez temor, temor a darse cuenta de repente de cuánto hemos envejecido. Todos. Incluidos los recuerdos.

Palau de la Música. Lleno total. Canas. Cuarentenas en flor. Expectación. Mucha esperanza y a la vez algo de miedo. Sale Puntí a escena, larguirucho como siempre, haciendo converger las rodillas al flexionar las piernas, como ayer, vestido con cierto desaliño, como antaño, con el mismo gesto, eterno, al atildarse el cabello. Canta. Toca la armónica. El catalán es en él un idioma inventado en cada frase. “Señor doctor”, ¿me vino bien la mercromina? El público responde y llevado por el entusiasmo da palmas alocadamente ante cualquier insinuación. Otro temor: el respetable torpedeará involuntariamente el concierto con su ilimitada entrega. Adrià lo conjura con sus canciones, que ya sentado al piano enmudece entregas disruptivas con El tornavís. Se cala un sombrero, canta Mirall capgirat y borda Tarda d'agost como si él, las canciones y el piano fuesen, que probablemente lo son, la mejor tarjeta de un artista que en la balada y el medio tiempo crece. Y crece. Y crece hasta perder el sombrero entre las nubes. Sí, está aquí al completo y ninguna parte de él está de viaje.

La platea lo percibió. Durante dos horas y media que quizás no fuesen estrictamente necesarias, pero ¿quién hurta a los niños su mejor juguete el día que lo rescatan del fondo del armario? Canta con trío —bajo, batería, guitarra— y grupo de cuerda, que también matiza mejor en la distancia íntima, como Adrià al piano. Suenan canciones que avanzan nuevos tiempos y canciones viejas que hablan de tiempos gloriosos, pero todas ellas son canciones de hoy. ¿Jeu?, ¿El boig del telèfon roig?, ¿Ull per ull?, ¿La prova del nou?, ¿Sota una col?.... Todas ellas sonaron a presente, bajo la advocación de una titulada sabiamente La clau de girar el taller. El barco, el primo y la hermana han vuelto para reverdecer sentimientos que se creían secos. Si vuelven a marchar ningún retorno tendrá el mismo sentido. Pero el presente es feliz. Lo fue en el Palau.

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