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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dolor productivo

No son buenos tiempos para los que pensamos que no hay salida a los problemas de la democracia fuera de Europa

Joan Subirats

Hace una semana, la prestigiosa revista médica The Lancet publicaba un rotundo artículo sobre los efectos de las políticas de austeridad recetadas por la troika en la situación de la salud en Grecia (http://www.thelancet.com/journals/lancet/article/ PIIS0140-6736(13)62291-6/abstract). Como decía Barbara Spinelli en La Repubblica el pasado jueves, el amplio dossier dedicado al tema por esta prestigiosa revista (una de las cinco revistas médicas más importantes del mundo), no puede ser simplemente catalogado y arrumbado como un panfleto más de los opositores al dogma de la austeridad. Lo que se dice, con datos, es que la desmesurada contracción de las rentas y los recortes en los servicios públicos han sacudido la salud de los ciudadanos griegos, incrementando el número de muertes, especialmente entre niños y ancianos, en las zonas rurales, y generando el crecimiento significativo de los afectados por el sida, entre otros efectos.

En algunos lugares, se señala, la gran mayoría de la población no tiene dinero para pagar las medicinas. Viven sin luz o agua, ya que o pagan las facturas o comen. Es una expresión dramática de lo que algunos han denominado “dolor productivo”. La Unión Europea impone condiciones pero no asume las consecuencias de las mismas. No hay duda, señalan los autores del estudio (investigadores de las universidades de Oxford, Cambridge y Londres), que la sanidad pública griega tenía problemas antes de los recortes, pero lo que ha sucedido después no ha mejorado el escenario. Lo ha empeorado. ¿Mejora la solvencia financiera de Grecia lo que está ocurriendo? ¿O más bien estamos en un proceso de disciplina social que permita acometer un nuevo paso en la peculiar y poco democrática construcción europea con la lección bien aprendida de los malgastadores?

No son buenas noticias para aquellos que pensamos que no hay salida a los problemas actuales de la democracia fuera de Europa, de otra Europa. Lo que está ocurriendo en Grecia, lo que también acontece en Italia, en Portugal, en España o aquí en Cataluña es que empezamos a constatar los efectos temibles que la cura de caballo a que se nos somete va teniendo sobre los sectores más desprotegidos, más vulnerables. Se nos dice que todo se hace con cautela, con grandes dosis de sensibilidad social, pero lo cierto es que para las personas que están en los márgenes, para aquellos que acumulan riesgos, cualquier sacudida es trágica. Los que dicen que deciden, afirman que lo peor ha pasado, pero hablan de la mejora en las tasas de exportación, en las primas de riesgo o en los índices de inversión. No hablan de si hay más becas de comedor, menos restricciones para acceder al sistema sanitario, o si se acaba con las presiones sobre las medicinas para crónicos o la falta de jeringuillas de un solo uso. Se usan modelos no dinámicos e impersonales para hablar de lo que se debe hacer. Y se parte de una idea de sistema económico que ya no funciona como la teoría describe. El amplio informe dedicado a los fondos de inversión en EL PAÍS hace unos días (domingo 16 de febrero 2014) mostraba lógicas que no tienen nada que ver con las que operaban en el capitalismo del siglo XX. Una enorme cantidad de dinero que busca tasas de retorno de manera ciega, sin que pueda atribuirse a un decisor específico lo que ocurre. En muchas partes del mundo crece la producción, crecen los ingresos de sectores antes marginales, crece la disponibilidad de crédito, pero no los salarios al mismo nivel que la productividad, y crece la economía global, pero de manera frágil e insegura. La caída del consumo en los países ricos está generando fragilidad y turbulencias en los emergentes. Nadie controla nada. Y, mientras, se nos exige confianza ciega en “aquellos que saben”. Pero, ¿saben?

Se acercan las elecciones europeas y justo ahora uno de los candidatos a presidir la Comisión Europea, el popular Michel Barnier, afirma que “en la ola neoliberal… no todo se hizo correctamente, pero globalmente se tomaron las decisiones correctas… ahora regresamos a una economía social de mercado, a una regulación inteligente” (EL PAÍS, 28 de febrero de 2014). No sé si quienes han pagado con su salud y sus vidas los costes de “las decisiones correctas” estarán muy de acuerdo con Barnier. El cinismo del que son capaces algunos de aquellos que ocupan de prestado el poder democrático no parece tener límites. Hemos pasado de “los brotes verdes” a “cruzar el cabo de Hornos”, pero mientras vamos buscando imágenes y metáforas, en los márgenes van apareciendo aquello que algunos califican de “externalidades negativas” o de “costes colaterales”. Como dicen los autores del informe de The Lancet: “El pueblo de Grecia se merece algo mejor”. Todos merecemos algo mejor.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política e investigador del IGOP de la UAB.

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