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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Es el fin, Serafín?

La recuperación del fantasma catalán ya solo es un síntoma de decrepitud del PP

Miquel Alberola

Hubo una época en que la exhibición recurrente del fantasma del catalanismo por parte del PP valenciano, siendo un empeño cafre, no dejaba de ser un indicio de vitalidad, de la ferocidad devastadora en su avance en marcha triunfal frente al agotamiento del principal partido de la oposición, el PSPV-PSOE. Sin embargo, ahora, cuando el secretario general del PP, Serafín Castellano, intenta crear una cortina de humo prendiendo fuego a una superficie tan carbonizada, ya solo se trata de un síntoma de la decrepitud en la que vive el partido tras dos décadas de desenfreno en el poder.

Al PP, sepultado por sus propios escombros (toda la Administración de Francisco Camps sentada en el banquillo, el grupo parlamentario saturado de imputados, la Generalitat en bancarrota, un topo en los agujeros del Palau aireando trapos sucios, las encuestas mordiéndole el pescuezo…), ya no le queda otro recurso que este y, encima, este se ha agotado. Y ni siquiera está ya Canal 9 (se la cargaron) para repiquetear el argumentario de esa manipulación cuyo delirio apenas mancha ya en los fruncidos medios pecheros. La que fue la pócima mágica del PP contra la oposición ahora ya solo genera daño interno.

El fuego amigo fríe a la consejera de Educación, María José Català (que admite pensar lo contrario de lo que dice) y alcanza al vicepresidente José Ciscar (por lo ejecutivo y lo orgánico) y al presidente de la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL), Ramon Ferrer. O resquebraja la escayola bruñida que recubre el Consell Jurídic Consultiu, pomposo chiringuito para acomodar la chatarra política del PP, forzando un informe de inequívoco interés zoológico cuyo cachondeo ha sido ampliamente celebrado por la afición y ha ocasionado una honda conmoción en el perímetro de la jurisprudencia. Ahora solo le faltaría pedir otro informe del Tribunal de las Aguas para rematar la faena. Porque el póstumo intento de Serafín Castellano por revitalizar la bronca identitaria entre los valencianos ya solo se explica en clave de reparto de restos de naufragio, que es en lo que está, aun a costa de derruir la barraca que le da cobijo y, si hace falta, el tinglado autonómico.

Tras el simulacro de banderas solo hay navajeo por quedarse con el desguace. Porque mostrar inflexible celo con la acomodación al Estatuto de la definición de valenciano de un diccionario cuando el Consell (mediante el Instituto Valenciano de Finanzas y la propia Consejería de Economía) se puso de perfil en el saqueo de las entidades financieras valencianas hasta extenuarlas y ponerlas en manos de catalanes (incluso madrileños), daría risa si no fuera porque ha dejado a muchos afectados en la cuneta y ha privado a la Comunidad Valenciana de su sistema financiero (su identidad).

Por lo demás, convertir en dogma máximo el Estatuto (el sistema geocéntrico) cuando la tierra del valenciano y el catalán es oficialmente redonda y gira desde hace 30 años con la ley de uso y enseñanza, no puede obedecer sino a la apoteosis final de una estructura de intereses que se hunde (Newton) para fragmentarse en asteroides como los del cinturón de Kepler. Que es donde el sector más precopernicano del PP ve su oportunidad de picar piedra. Pero hay que fijarse en la trayectoria de los astros, como el presidente de las Cortes Valencianas, el arcángel Juan Gabriel Cotino (santo subito), y su movimiento de retorno a la tierra mediante la parábola del caqui.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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