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Describiendo lo prohibido

Tres partituras de Wagner sobre el amor

Se ofrecieron el viernes tres partituras de Wagner que abordan el tema del amor, pero de un amor prohibido, fuera de toda regla. Así, el de Tannhaüser (del que se dio la obertura), caballero que no puede reprimir la sensualidad exacerbada de sus orgías con la mismísima Venus. O el de Tristán e Isolda (se interpretó el Preludio y Muerte de amor), sobrino y prometida, respectivamente, del Rey Mark, pero que llevan adelante la intensísima atracción aparecida entre ellos. Y, después, el mayor plante a la moral convencional, protagonizado por Siegmund y Sieglinde en el primer acto de La Walkiria, que se abordó en versión de concierto: dos hermanos gemelos (ella casada ya) se reencuentran, se aman y huyen de Hunding, el marido.

Waltraud Meier, Thomas Mohr y Tobías Kehrer, solistas vocales

Orquesta de Valencia. Director: Yaron Traub. Obras de Wagner. Palau de la Música. Valencia, 14 de febrero de 2014.

Todo este sustrato pasional tiene, desde luego, una vibrante y compleja plasmación en la música. Ahí están por ejemplo, en las tres partituras (sobre todo en la Muerte de amor del Tristán), unas oleadas sonoras, a modo de progresiones in crescendo, cuya curva ascendente, hasta llegar al clímax, son indispensables en la expresión de los sentimientos y el impulso erótico. Quedaron algo desvaídas en la versión ofrecida de Tannhaüser (donde aparecen en la segunda parte de la obertura), y un punto menos en Tristán. Cuando los cantantes entraron en juego (La Walkyria), la inteligente mirada de Waltraud Meier, supo arrastrar a todos en ese descriptivo camino: buena prueba de ello se escuchó en la respuesta que dio al Lied de la primavera cantado por Siegmund. La Orquesta de Valencia se implicó poco en Tannhäuser, aunque hubo intervenciones solistas destacables. Mejor hilvanado y más dotado de unidad apareció el Preludio y Muerte de amor, a pesar de la citada imprecisión del trayecto. En La Walkiria, tras un buen guirigay al final de la persecución, la orquesta fue cogiendo el punto y Traub desgranó con claridad los Leitmotive, aunque las primeras apariciones del tema de la espada pillaron en baja forma a los solistas. El tema de Hunding, sin embargo, se hizo tan sombrío como lo reclama el personaje. Este, encarnado por Tobías Kehrer, presentó una voz rotunda, con volumen y buenos graves. Thomas Mohr, como Siegmund, lució una potencia considerable, amén de la capacidad -muy estimable en un papel de héroe- de no rebajar el tempo, sino, por el contrario, tirar de la orquesta. Sucedió, sin embargo, que su impulsiva línea de canto no fue secundada con presteza, produciéndose algunos desajustes. El flanco más débil lo presentó Mohr en los agudos, tirantes, a veces desafinados y con destructivos portamentos en las invocaciones a Wälse. Por el contrario, la zona central lució hermosa y bien timbrada. En cuanto a Waltraud Meier, principal atracción de la velada, se la vio flaquear demasiado en un personaje –Sieglinde- que requiere centro y graves consistentes. Los agudos, sin embargo, se dieron con brillo y sin gritar, incluso en el forte: como muestra, el precioso La4 que emitió al darle el nombre a Siegmund. En general, todo el final del acto mostró a una Sieglinde más en forma que en el hermosísimo relato de sus desventuras (“Der Männer Sippe sass hier im Saal”), salvado, eso sí, y a pesar de las carencias mencionadas, por el saber decir y la profundidad expresiva.

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