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Condena a un empresario que no auxilió a un trabajador herido y sin contrato

Un juez de Alicante sentencia a un año de prisión al dueño de una carnicería El encargado ni siquiera llevó al hospital a su empleado, un inmigrante argentino de 18 años

Pablo Morganti muestra la mano en la que sufrió la amputación de un dedo al quedar atrapada en una trituradora de carne.
Pablo Morganti muestra la mano en la que sufrió la amputación de un dedo al quedar atrapada en una trituradora de carne.PEPE OLIVARES

Tenía 18 años cuando pasó. Era el 20 de agosto de 2008 y Pablo Morganti, argentino de Buenos Aires, estaba trabajando sin contrato para Salvador García Infante, propietario del comercio El País de la Carne, situado en la avenida alicantina de Alfonso El Sabio. Su jefe le pidió que limpiara la trituradora de carne y acabó con la mano enganchada en el aparato, machacada. El accidente le dejó inhabilitado para cualquier trabajo que requiera usar la mano. “Parece un gancho”, dice. Su jefe no le llevó siquiera al hospital y ha recurrido la sentencia.

Un juez ha condenado a un año de prisión al empresario por un delito contra los derechos de los trabajadores y otro de lesiones imprudentes. Deberá, además, indemnizar con 209.000 euros a la víctima, que ahora tiene 24 años. La sentencia, notificada el pasado diciembre y adelantada por la Cadena SER, condena a García Infante a pagar también las costas del juicio y los gastos médicos (21.400 euros más intereses) de unas lesiones que requirieron de 73 días de hospitalización y 241 días de incapacidad para las ocupaciones del día a día.

El juez consideró probado que Pablo ni había sido siquiera dotado por el empresario de unos guantes de protección, y nunca se le ofreció la formación teórica y práctica suficiente relacionada con su puesto de trabajo. Cuando recibió la orden de limpiar la trituradora, la máquina carecía de dispositivos de seguridad.

Pablo llevaba unas seis horas trabajando cuando sufrió el accidente. Eran las diez de la mañana y estaba a punto de almorzar con su hermano, que ya trabajaba en la misma carnicería y fue quien le recomendó al jefe después de que el restaurante en el que servía de camarero cambiara de propietario.

"El jefe no quiso llevarme al hospital, fui con mi hermano en la moto. Pasé media hora en el General de Alicante, me querían amputar hasta la muñeca pero me resistí y una doctora me habló de Pedro Cavadas", el médico valenciano considerado una eminencia en cirugía reconstructiva. Dos horas después, su hermano y él estaban en Valencia, visitando al apodado Doctor Milagro.

Allí se encontraron con García Infante, quien se había desplazado hasta el lugar en su propio coche. “La hermana de Cavadas le hizo firmar un contrato en el que se hacía cargo de las facturas por la cirugía y el tratamiento. Pero cuando llegó la primera factura, se echó atrás”, recuerda Pablo.

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“Luego la Seguridad Social no quiso hacerse cargo, siempre con cosas de si no se sabía si estaba legalizado o no como trabajador. Yo no sé de eso, solo que cuando empecé en el restaurante con 16 años me dieron un número de la Seguridad Social. Opté a una ayuda por minusvalía y no me la concedieron”. Pablo no tiene dedo corazón. De los cuatro que restan, tres son funcionales pese a no tener las falanges. “Puedo hacer las cosas del día”, reconoce con su acento porteño.

La historia de este joven de 24 años no trascendió en aquel día de agosto ni ocurriendo a plena luz del día en una de las calles más transitadas de la ciudad. “Todo pasó tres días después de que un chico perdiera el brazo en una panadería en Gandia y fuera abandonado por su patrón en el hospital. El mismo día que perdí la mano, se estrelló el avión de Madrid” en aquel accidente de Barajas (Madrid) en el que sobrevivieron 19 viajeros de un total de172.

“Son ya cinco años para seis, solo quiero que pase”, cuenta Pablo con una voz cada vez más afectada conforme recuerda hasta romper en sollozos: “Quiero poder volver a trabajar, no dar pena. ¡Que no me dejen como un cero a la izquierda! Sin la carnicería de mi hermano o mi padre no tendría nada, solo el permiso de residencia por arraigo familiar. Sin ellos estaría en Argentina sin un duro y sin mano”.

Pablo acaba la conversación desconsolado. Llegó con 13 años a Alicante, en 2003. Su padre, fontanero, partió un año antes. La madre tenía un cáncer que “se veía que no iba a durar". "Tenía que pensar en el futuro mío y de mi hermano”, reflexiona entre lágrimas. Llegó a España huérfano de madre, se buscó la vida para ayudar en casa y se topó con un jefe que ante el juez dijo que Pablo simplemente se encontraba realizando trabajos por amistad. “Me gustaría que esto no pase a nadie más, que sirva para algo. No quiero dar pena, es la vida que me ha tocado vivir”, resume tomando aire. No parece la vida que pueda soportar un cero a la izquierda.

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