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Irónico Forteza

Lo más curioso del personaje era su tendencia a hacer como que no estaba allí donde estaba

Otro que se va, todavía relativamente joven. A este paso, nos quedaremos solos, sin más compañía que los jóvenes, que también se las piran, aunque con otras esperanzas. Lo conocí hace miles de años, cuando en las manis de la predemocracia iba José Luis de reportero gráfico con toda su altura a cuestas, y era tan visible para las fuerzas del orden que esa tirada de piernas le supuso algún que otro disgusto más o menos pasajero. Pero no se crea que destacaba solo por su altura. Fue culto, aunque lo disimulaba a conciencia, supongo que por si acaso, y se hacía el tímido fingido mientras se atusaba su imponente bigotazo expulsaba sin reparo el humo de sus interminables cigarrillos. Creo que nunca lo vi sin el cigarrillo amarrado entre los labios, un cigarrillo que apuraba hasta las colillas insignificantes que iba dejando tras su paso humeante, y más de una vez pensé que ocultaba su cara tras el humo incesante de su máscara fumadora.

Luego creó una empresa de vídeo, con sede, creo recordar, en la calle Islas Canarias, o un callejoncito de por allí, y me invitó a acudir para ver cómo se montaban los reportajes y otras ocurrencias de autor. Cuando andábamos con el grupo de Teatro Uevo vino una tarde por la sala de ensayos y grabó un ensayo general con su cámara de video, tan misteriosa entonces para nosotros, que dejó a los actores un tanto desconcertados porque aquello es que se veía de otra manera, y uno de ellos no pudo dejar de comentar que así visto parecía que todo aquello iba en serio. Y tan en serio que va esto, ya veréis, comentó Corteza liquidando su cigarrillo a medias de una inmensa calada.

Creo que después le perdí la pista durante un tiempo, aunque no el suficiente como que una noche dejara encolomada a una de sus novias, de la que ya no quería saber nada, en mi casa del barrio del Carmen, y allí que estaba yo, que tenía a otra chica en una habitación, pensando cómo hostias salir del apuro. Después se marchó a Barcelona, y allí trató de fundar una empresa de cine con él de productor y Josep-Vicent Marqués y Joaquin Jordà como guionistas. Aquello acabó como el ball de Torrent, como era esperable, pero por entonces Forteza, que más o menos siempre cayó de pie, se vino para acá como director de la Mostra del Mediterràni, no recuerdo ya si de la mano de Vicent Garcés o de Pérez Casado. La rueda de prensa celebrada al efecto fue un alarde memorable de hacer ver que él estaba allí de paso y que no tenía mayor interés en remendar nada. Pero esa actitud así como a la fresca no tenía nada de desvergonzada ni de arribista, sino que se trataba de José Luis Forteza in person: Si el destino ha decidido que yo sea rey, que se me corone sin mi intervención.

Lo más curioso del personaje era su tendencia a hacer como que no estaba allí donde efectivamente se encontraba, que siempre estaba de paso en todas partes, que ni por asomo pensaba discutir con los políticos si le daban de comer en lo suyo, y sobre todo el arte de cultivar una presencia como de transeúnte sin destino que le proporcionó munición para activar sus querencias. Eso, y una ironía risueña que rara vez recurría a la severidad para autoafirmarse. Con su estatura, casi siempre distendida, le bastaba.

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