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ROCK | SLIM CESSNA'S AUTO CLUB
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El baile del mal rollo

El negro sexteto de Denver resulta muy divertido mientras no dejemos que se nos ponga mal cuerpo

Suponemos que entre las cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, como diría la película, un concierto de Slim Cessna’s Auto Clun podría constituir una idea muy estimable. Anoche, aún en el reino de los vivos y mutando Colorado por la muy madrileña Sala El Sol, el delirante sexteto desplegó un arsenal de country ’tan chirriante y siniestro que no sabemos si tomarlo por desmadrado o tenebrista. Probablemente, en realidad, sean tan apóstoles de la diversión como del mal rollo. Algunos llaman a lo suyo “rockabilly gótico”: ayer, efectivamente, entraban ganas de bailar hasta que uno caía en la cuenta de que la cena se le estaba atragantando.

Slim, barbado, larguirucho y con visera, tiene aire de aficionado estrafalario a la serie B, pero no resultaría tan inquietante sin la presencia de su alter ego escénico, Jay Munly, de sombrero negro y porte demacrado. Los dos se alternan o coaligan en las voces, arrastran sus negros atuendos por el suelo y tan pronto intercambian coreografías y carantoñas como no se conceden una triste mirada de refilón. Hay algo de disfuncionalidad en sus personajes y las historias que mascullan frente al micrófono. No podemos descuidarnos: en la más pura tradición de los predicadores, Salim y Jay siempre aspiran a jugar la baza del desasosiego.

Por eso ayer se pusieron tan solemnes con Everyone is guilty antes de invitar a dar palmas, tal que si allí se dirimiera una tierna cancioncita estival. Por eso se arrodillan con Jesus is in my body, teatrales como si acabaran de superar un fiero exorcismo. Por eso Magalina Hagalina Boom Boom tiene un estribillo tarareado tan demencial como su título. Los maléficos amigos acaban cantando entre el público, con la audiencia acuclillada antes de enloquecer en un salto colectivo. Puestos a elegir, en efecto, mejor estar vivos.

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