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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los palmeros de Camps

Valencia era el lugar de la manufactura, ahora es la tierra de los logreros

Sabíamos que Francisco Camps fue muy fantasioso mientras duraron sus mandatos al frente de la Generalitat Valenciana. Cuando digo fantasioso me refiero a esa ideación demente de quien se sabe ungido, elegido, para proyectar grandes eventos. Cuando digo fantasioso aludo a la voluntad de completar proyectos y planes... de locura: oigan, de auténtica locura. En esos casos, no hay límite que frene.

Todo ha de brillar con el máximo esplendor, porque todo es una gran representación festiva y sandunguera, una pieza teatral de perillas y faroles. Eso eran los mítines del Partido Popular: una farsa con niños-pera y mucho farol, petulancias que sirven para impresionar y para llevarse la mano y la partida. Leo en EL PAÍS que Orange Market se encargaba de colocar también “figurantes que aparecían detrás de los mítines de Camps”, al menos en las campañas electorales de los años 2007 y 2008.

Me explico. En un mitin del PP, esa pieza teatral de perillas y faroles, el público cumple su cometido, aplaudiendo y coreando consignas y olés. Eso refuerza el espejismo y la fantasía si no te sabes distanciar. Por ello, Francisco Camps vivió artificialmente en una burbuja de respiración asistida que le procuraba Álvaro Pérez, alias El Bigotes. El propio Camps se encargaba de “supervisar el ingenio, la innovación, los atriles, la iluminación, para dar un ritmo de modernidad a lo que eran los actos del partido”. En esa quimera doméstica, en esa farsa en la que nada faltaba, unos extras eran imprescindibles: “niñas” que El Bigotes presuntamente subcontrataba, en el lenguaje de la trama.

Las “niñas” hacían bonito. Le daban al acto coloración y juventud, un fondo de figurantes que llenan, que aplauden, que jalean a Francisco Camps, siempre tan necesitado de que se le quiera. Sin duda, la presencia de extras en los mítines no es una exclusiva del PP, pero aquí ya era el colmo de la impostura.

Hace años, Valencia era el lugar de la manufactura, de la pequeña industria, del esfuerzo ingenioso, de gente adelantada que tenía planes y proyectos en la cabeza. El ingenio se asociaba a las Fallas, sí, pero eran el ejemplo o el síntoma de una energía menestral y laboriosa. Hoy, todo ha cambiado. Valencia aparece como la tierra de los logreros, gente mundana y tramposa que saben fingir y alardear para llevárselo crudo.

Entre los impostores de esta farsa y los figurantes, el país ha quedado bien retratado, un país postizo que marchaba a toda pastilla. Me entero por la prensa de los extras de Camps, como me informé semanas atrás de que dos talleres valencianos se dedicaban a fabricar Ferraris de pega. Vehículos auténticos que podían costar más de doscientos mil euros se quedaban en coches aparentes y perfectamente imitados por el módico precio de veinte mil eurillos.

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¿Para qué calcar bolsos de Prada si puedes hacerte tu propio bólido?, debieron de preguntarse los listos. ¿Para qué convencer en un mitin si es posible retratarse con figurantes? Es la picaresca de siempre: a poco que te descuides, te cuelan un Ferrari falso, y a poco que te descuides, se cuela un presidente fulero.

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