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Música rusa y española en el concierto de la Orquesta Sinfónica

Slobodeniouk tiene perfectamente interiorizada “Las Campanas”, con un dominio absoluto de la partitura y una versión llena de poesía

Dima Slobodeniouk durante el concierto
Dima Slobodeniouk durante el concierto XURXO LOBATO

El nuevo titular de la Orquesta Sinfónica de Galicia, Dima Slobodeniouk afrontó este fin de semana un programa con dos obras españolas por autoría o inspiración y una rusa inspirada en un poema del estadounidense Edgard Allan Poe. Todo ello, en la línea de programación que anunció cuando se presentó la de esta temporada. La acentuación y precisión de los pizzicati iniciales de la Alborada del gracioso, de Ravel, tuvieron como consecuencia un fraseo lleno de eso que se define como garbo: literalmente, gracia y perfección que se da a algo. Este, junto a un gran rendimiento tímbrico y musical de la Sinfónica, continuó a lo largo de toda la obra; curiosamante, la OSG la interpretaba por primera vez.

Tal rendimiento continuó en las Noches en los jardines de España, de Falla, como característica más destacada en la interpretación de la obra junto al pianista Iván Martín. El primer movimiento, En el Generalife, se atacó con un tempo algo lento, lo que no impidió crear la adecuada atmósfera sonora. Esta estuvo por momentos en los límites del peligro por el cuidado que hubieron de poner en no tapar demasiado el sonido del pianista canario. La personalidad musical de este se manifiesta en unas versiones de gran delicadeza pero algo faltas de fuerza interior, incluso acusando a veces una pulsación algo blanda. Fue como una segunda vuelta del concierto que celebró el martes 28 en el Teatro Rosalía para la Sociedad Filarmónica, cuando estas características se manifestaron especialmente en las obras con momentos de gran demanda dinámica, como la Gran polonesa brillante de Chopin.

Cuando se presentó la programación de esta temporada, Slobodeniouk citó Las campanas, de Rajmáninov, como una obra fetiche de su juventud. Tal como la dirigió el viernes, se ve a las claras que la tiene perfectamente interiorizada. De ahí, su dominio absoluto de la partitura y su versión llena de poesía; los ambientes sonoros creados por orquesta y coro, como el aire jovial del Allegro, ma non tanto inicial, lleno del impulso algo ingenuo de la niñez. La casi imposiblidad de oír al tenor, Danill Shtoda, resultó como un mal momento en un bello sueño.

El ambiente nocturno creado al inicio del segundo movimiento por orquesta y coro y precioso fue casi mágico. El canto nupcial fue interpretado con dulzura y una casi misteriosa devoción por la soprano Victoria Yastrebova. Su timbre aterciopelado fue instrumento adecuadísimo manejado con idoneidad. En el tercero, Presto, director, orquesta y coro crearon la sensación de inquietud y urgencia del toque a rebato.

En el cuarto, Lento lúgubre, el solo de corno inglés de Scott MacLeod creó el ambiente y Serguéi Aleksashkin pintó con su voz la sensación de dolor propia de las campanas doblando a muerto. Su voz tiene el carácter y color de los grandes bajos rusos y, con su gran potencia y proyección, pasa por encima de orquesta y coro en forte. Su canto fue un toque de dura emoción, secundado y multiplicado por director, orquesta y coro, este perjudicado por la acústica del Palacio de la Ópera en una obra de tan amplio rango dinámico. El solo de trompa de David Fernández Alonso añadió el reflejo del bronce al final de la obra. Esta resultó un gran descubrimiento para quienes no la conocían y muchos la han incorporado a su repertorio personal de escucha.

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