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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Consultar no es decidir (¿o sí?)

Manuel Cruz

Reconozco que me sorprendieron las primeras reacciones de los defensores de la pregunta acordada por las fuerzas políticas que componen el bloque soberanista. Pensé que en algún momento de lo que llevamos de proceso se había producido, en relación con los planteamientos iniciales de dicho bloque, un cambio o desplazamiento que me habría pasado inadvertido en el estruendo incesante de declaraciones y noticias con que nos vemos abrumados desde hace meses.

Me sentía algo confundido porque creía recordar que uno de los argumentos más utilizados por los partidarios de la consulta era lo inobjetable que resultaba desde el punto de vista democrático preguntar a la ciudadanía para conocer su opinión respecto al tipo de encaje de Cataluña en España. El argumento daba por descontado que violentaría incluso al mismísimo sentido común que pudiera haber ley o Constitución alguna que impidiera preguntar al pueblo para saber lo que quiere.

Pero, si de apelar al sentido común se trata, parece obligado plantearse: ¿Por qué razón los defensores de la consulta la presentan como un ejercicio del derecho a decidir? ¿Quién ha dictaminado que ser consultado sea lo mismo que tomar una decisión? ¿Acaso no se da por supuesto, cuando le decimos a alguien “quiero consultarte algo”, que su opinión no nos compromete a nada? Si importa señalar la interesada confusión por parte de algunos es porque de la misma se siguen confusiones de segundo grado, igualmente interesadas, que tras el anuncio de la pregunta se han hecho patentes.

En la consulta, la cuestión nunca fue saber que piensa la ciudadanía sino construir una “autopista hacia el sí”

Dejemos de lado, aunque no sean consideraciones en absoluto menores, que algunos de quienes manifestaban tener tanto interés en conocer la opinión de la ciudadanía catalana parecían hablar como si hasta el presente esta no hubiera tenido ningún medio a su alcance para expresarla, o como si, por señalar otro aspecto de lo mismo (el del déficit de legitimidad de origen denunciado por Javier Pérez Royo), alguna causa de fuerza mayor hubiera impedido a Artur Mas en las últimas autonómicas llevar en su programa un mensaje inequívocamente independentista que hubiera permitido calibrar con exactitud el respaldo con el que contaba. Lo que de veras resulta relevante es que aquellos mismos defensores de la consulta han actuado, al diseñar la pregunta de noviembre del 2014, de una forma que invita a pensar que no era obtener conocimiento de lo que piensan los ciudadanos lo que en realidad más les importaba.

En efecto, su actuación a la hora de fijar el contenido de lo que eventualmente se habría de preguntar arroja dudas retrospectivas sobre la sinceridad de sus manifestaciones anteriores. Su resistencia a aceptar que en una consulta se pudiera formular una pregunta que admitiera varias respuestas, claramente expresivas de la real pluralidad de la sociedad catalana, revela en este momento, a la luz de lo que han terminado proponiendo, motivos diferentes de los declarados. Si se hubiera tratado realmente de dar a los ciudadanos catalanes la oportunidad de expresar sus preferencias, qué hubiera resultado más fácil que plantear una pregunta que admitiera tantas respuestas como opciones del arco político catalán con representación parlamentaria existen (si no me equivoco, se reducen a tres: autonomismo, federalismo, e independentismo, ya que el confederalismo de Unió requiere previamente la independencia).

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Los defensores de la consulta han actuado de una forma que invita a pensar que obtener conocimiento de lo que piensan los ciudadanos no era lo que les importaba

¿Por qué no se hizo así? ¿Por qué consideraban tan tontos a los catalanes que temían que si les daban a escoger entre más de dos opciones acabaran haciéndose un lío? No parece que sea la hipótesis más probable, a la vista de la enrevesada pregunta presentada por el President, pregunta que ha conseguido poner en un brete la inteligencia de los más acreditados académicos. ¿Será entonces que temían que el resultado de una pregunta con varias opciones de contenido bien definido hiciera saltar por los aires la imagen unanimista que llevan largos meses construyendo? Caliente, caliente.

Cuando en estas semanas post-pregunta he interrogado a algunos comentaristas afines al soberanismo por la razón por la que se había descartado un planteamiento tan sencillo y fácil de entender como el antes mencionado (sobre todo si se le compara con el propuesto finalmente) la respuesta ha dejado en claro el escamoteo: “Es que el resultado que hubiera salido de ahí no se hubiera podido gestionar”. Sintomática respuesta, ciertamente.

Ahora resulta que la consulta era en realidad un referéndum y que la cuestión nunca fue conocer lo que piensa la ciudadanía sino construir una genuina “autopista hacia el sí”, por decirlo con la gráfica expresión de José Juan Toharia. Un sí absolutamente inducido, por no decir manipulado (en Canadá esta pregunta sería denunciada, ha declarado Stèphan Dion), pero para el que luego se confiaba en poder reclamar el mismo valor político refrendario que el que se concede en la Constitución al resultado obtenido cuando se somete al veredicto ciudadano una propuesta normativa precisa, articulada. No se trata por tanto, de que, como me respondía mi interlocutor soberanista, un resultado complejo no se hubiera podido gestionar, sino de que solo hay una decisión del pueblo de Cataluña que los actuales gobernantes y sus aliados tengan interés en gestionar.

Manuel Cruz es catedrático de Filosofía Contemporánea en la UB.

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