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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La bici de Rousseau

Este plan andaluz nos acerca algo a Europa, tan lejana en la intención de voto como en la sensibilidad común

Las bicicletas son para el verano, pero también para la transparencia del aire democrático. Se puede desmontar un discurso político desde los pedales, engrasando el rigor del freno y las cadenas, convirtiendo el transporte en su respiración. Algo de eso hay en la propuesta de la Junta a 10 Ayuntamientos andaluces, todos gobernadas por el Partido Popular, para la construcción del carril bici. Así se hizo en Sevilla, con 120 kilómetros de pistas verdes que ya han acumulado el 9% de los desplazamientos, 2,5 puntos por encima de la media europea, donde las bicicletas son paisaje natural sobre los bulevares, con hileras pausadas en la acera y la salpicadura de la lluvia deslumbrante en las yantas.

La bicicleta es mucho más que el deporte y su estética: es la metáfora móvil de todo un pensamiento democrático, que enlaza el desarrollo sostenible con la oxigenación pulmonar, el medioambiente, el recorte en la inhalación de gases tóxicos, un nuevo disfrute en los jardines y la calma del césped. Se empieza defendiendo el carril bici y se acaba pidiendo listas abiertas, regeneración política y democracia real, porque este movimiento armónico y ligero se conduce a sí mismo hacia el progreso humanista y ciudadano. La gente no quiere obras mastodónticas, con aparcamientos caros que nadie podrá comprar, bajo el pavimento en carne viva, sino que se levanten los adoquines del mayo del 68, para ver si hay arena de playa debajo del cemento, como canta Ismael Serrano, mientras se aparcan bicicletas en la calle de todos. La iniciativa, impulsada por Elena Cortés, consejera de Fomento, junto con el viceconsejero José Antonio García Cebrián, que ya desarrolló el carril bici de Sevilla, tiene un simbolismo soterrado de limpio pedaleo, de una depuración hilada en las corrientes de una vida pública que podría ser mejor.

La Junta de Andalucía cubrirá el 75% de las obras. Este plan andaluz de la bicicleta nos acerca algo a Europa, tan lejana en la intención de voto como en la sensibilidad común. He escuchado críticas muy disparatadas a la implantación del carril bici: que si nadie lo usa, que si quita calzada, que si es caro. Con ese razonamiento, ninguna transformación podría llevarse a cabo: normalmente cuesta, al principio, convertir en costumbre cualquier iniciativa novedosa, y siempre habrá quien prefiera invertir el dinero en un aparcamiento subterráneo, como ha ocurrido en Gamonal, no porque los ciudadanos lo requieran, sino para satisfacer oscuros intereses. Creo en el poder de las comunidades para regenerarse en la autocrítica que nos hace circular, nos exige y también nos ennoblece. Todo esto está en la bicicleta, está en la ecología: un socialismo utópico, todavía roussoniano, que trata de encontrar lo mejor de nosotros.

Dice Muñoz Molina que la literatura se ocupa de los matices: también la política, que es una épica cotidiana con sus opacidades y sus brillos. Quizá las transformaciones más profundas tengan que ver con gestos muy sutiles, que desbrozan su hondura al llevarse a la práctica. Las ciudades habitables, con carril bici y con parques, ágoras más plenas en libertades públicas, no son las que aparecen en la espléndida novela Crematorio, de Rafael Chirbes, sobre las corrupciones urbanísticas que tanto conocemos en Andalucía. Del mismo modo que el mayor compromiso de cualquier escritor es su libertad de expresión convertida en estilo, la sociedad que parecemos demandar, no sólo en Gamonal, necesita inventarse otras maneras, para pedalear en la corriente de unas nuevas conquistas democráticas.

Joaquín Azaustre es escritor.

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