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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La letra pequeña

Los disidentes del PSC aspiran justamente a demostrar con su gesto que no son lo mismo, igual que ha hecho ICV

Jordi Gracia

Hay pocos mensajes tan turbadores hoy en Cataluña como escuchar a Rajoy (o a Pérez Rubalcaba) repetir que la independencia no va a producirse ni hoy ni nunca. Es un absurdo democrático: si en las próximas consultas electorales (a saber de qué tipo) sale una abrumadora mayoría de votos a favor de un programa literal y expresamente de independencia, España se quedará sin Cataluña y Cataluña se quedará sin España.

Como mensaje político tiene un efecto movilizador de independentistas alucinante, y no atrae a nadie nuevo al sector escéptico o contrario. Si es un mensaje ideológico, solo repite y multiplica la misma prepotencia y la misma visceralidad del sector más encendido de la clase política independentista. Y en medio, desde hace ya unos cuantos años, bracea la izquierda socialdemócrata del PSC y de ICV.

Bracea para salir a flote pero no avanza. La tormenta perfecta de hace dos años sigue calando a lo bestia y en forma cruel, seguramente porque beneficia a las dos partes enrocadas —las dos en los respectivos Gobiernos en Madrid y Barcelona— y únicamente perjudica a las posiciones menos ideologizadas, es decir, las posiciones que no han renunciado a la política como modo lento y latoso de resolver problemas, que no creen que exista situación de emergencia que obligue a todos a correr hacia una votación inaplazable ni creen que haya causa mayor —de opresión, de sumisión, de maltrato, de vejación institucional— que explique una carrera de infarto.

Creo que la disidencia vivida en el PSC hace un poco más angosto el espacio político de estas opciones, reduce todavía más el posible margen de maniobra porque introduce una suerte de frontera simbólica. La estrategia de la ejecutiva del PSC parece pasar por obviar la ilusión colectiva, es decir, escapar como sea a la dinámica absorbente del proceso por la vía de rechazar, en la forma en que lo promueve el Parlament, el proceso de consulta. Porque, se mire por donde se mire, el Parlament no plantea esa consulta o ese referéndum como una forma de averiguar qué opina la gente sino como mecanismo para la aclamación de la independencia: no es juego limpio en términos políticos pero no lo es tampoco en términos ideológicos.

El gesto disidente en el PSC ha sido leído por el PP y el Gobierno central como una realidad cantada: entre los socialistas catalanes hay independentistas camuflados

En la estructura vital, biológica, del proceso, y en el uso político magistral que el PP y CiU-ERC están haciendo del proceso, hay un corazón que bombea feliz y tiene forma de equivocidad buscada y explotada: cuando se defiende el derecho a decidir se está defendiendo quieras que no el independentismo. Las sutilezas son para la letra pequeña del mercado mediático, porque en mayúsculas lo único que sale es la obvia equivalencia entre derecho a decidir e independencia.

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Por supuesto, no son lo mismo. No solo eso sino que los disidentes del PSC aspiran justamente a demostrar con su gesto que no son lo mismo, igual que ha hecho ICV desde hace más tiempo. Pero el análisis político desmiente esa pretensión, que quizá es ilusa o quizá es voluntariosa, pero que en todo caso tiene efectos sorprendentes e incluso depresivos en términos de izquierdas. Intento explicarme.

El gesto disidente en el PSC ha sido leído desde el PP y el Gobierno central como una realidad cantada: entre los socialistas catalanes hay independentistas camuflados y acaban de salir del armario. Ya están ahí, y eso es una gran noticia en términos de política española porque ofrece munición de última generación para aumentar la debilidad del PSOE, incapaz de controlar a los catalanes, además de la debilidad de Pere Navarro, incapaz de expulsarlos mientras dinamita con su pasividad la unidad sacramental de España.

Pero desde Cataluña el resultado puede ser incluso peor. Igual que en Madrid, la distinción entre derecho a decidir y proceso independentista es parte de la letra pequeña. El significado simbólico del gesto refuerza el mensaje general, fortalece al Gobierno de la Generalitat (porque araña diputados a un enemigo clásico) y sigue favoreciendo el crecimiento de ERC y el desconcertante proceso de autodestrucción de CiU. Estoy seguro de que nada de esto está en la intención política de los disidentes. Mejor aún, estoy convencido de que la voluntad de todos ellos es rearmar una tradición de catalanismo socialista y federalista que sienten desaparecida o volatilizada del mapa. Pero el efecto mediático que ha tenido su gesto no ha sido ese, ni se ha leído como renovación socialista sino como adhesión tímida o indirecta al proceso de independencia.

El efecto colateral más hondo, sin embargo, es el debilitamiento político y mediático de una opción que, paradójicamente, todos ellos comparten. Su gesto degrada la consistencia política de quienes creen que el dret a decidir que promueve la Generalitat, tal como lo plantea, se parece demasiado a un proceso de aclamación de una decisión ya tomada y me parece que nadie ha entendido el gesto precisamente como una defensa de un proyecto federal, que es lo que dicen los programas del PSC y de ICV (y hasta de la confederal Unió).

Jordi Gracia es escritor y ensayista.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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