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Música clásica

Una bella voz

La voz de la austriaca Angelika Kirchschlager gustó este sábado más que la anterior vez

La voz de la cantante austriaca gustó este sábado bastante más que cuando se escuchó, en la misma sala, hace poco más de una año. En primer lugar, porque su instrumento parecía encontrarse en mejores condiciones, con una homogeneidad de registros mucho más palpable y casi ninguna tirantez. En segundo, porque ofreció los lieder en la versión original para voz y piano, mientras que en 2012 sirvió el programa en transcripciones con acompañamiento orquestal, alterando con ello, en buena manera, el espíritu genuino de varias partituras. En ambas ocasiones, sin embargo, lució una bella voz de mezzosoprano lírica, de timbre carnoso y algo oscuro.

Angelika Kirchschlager

Jean-Yves Thibaudet (piano). Obras de Brahms y Liszt. Palau de la Música. Valencia, 18 de enero de 2014.

En esta sesión estuvo acompañada por Jean-Yves Thibaudet, un compañero sensible y perfectamente alineado en cuanto al carácter de las obras y la concepción del fraseo. Tocó en solitario el Intermezzo op. 118 de Brahms, así como la Consolación núm. 3 de Liszt. Las dos piezas se mostraron con una noble delicadeza, una ejecución cuidadosamente planeada, y un uso del rubato tan eficaz como recatado. Thibaudet ya ha actuado otras veces en Valencia, y su sonoridad, mullida y sumamente personal, se aleja del standard, hoy tan corriente, que –en alguna ocasión- convierte lo cristalino en hueco. Sólo cabe reprocharle, en la primera de las canciones de Brahms, un volumen algo excesivo, sobre todo para acompañar a una voz que, al iniciarse el recital, estaba, lógicamente, un poco fría.

La mezzo fue expresiva en todo momento, pero sin cargar las tintas, especialmente en Brahms. Del compositor alemán combinó obras poco conocidas con otras que sí lo eran, y mucho: así, Von ewige Liebe, de los Cuatro cantos op. 43, hizo planear peligrosamente por la sala el recuerdo de la incomparable Kathleen Ferrier, que lo incorporó en uno de sus discos más conocidos. Peligrosamente porque empequeñece a cualquiera, incluso a una voz tan atractiva como la de Kirchschlager. La segunda parte estuvo dedicada íntegramente a Liszt, cuyas canciones no se programan ni se graban todo lo que se debiera. Muy conocida le resultó al público O lieb so lang du lieben kannst, pero sólo porque es la versión original del Sueño de amor que, trasladada al piano –entonces sí-, se ha convertido en un verdadero clásico popular. Cantante y pianista dejaron ver en estas canciones el halo misterioso y dramático que recorre muchas de ellas, con momentos donde la emisión es casi declamada. A destacar, por otro lado, el encantador Die drei Zigeuner, fascinante panegírico de la libertad gitana.

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