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La Filarmónica de A Coruña estrena año con un gran concierto de Prjevalskaya

El público del Rosalía premió su actuación con una larga, sonora y muy merecida ovación.

La pianista Marianna Prjevalskaya ha interpretado el primer concierto de la Sociedad Filarmónica de A Coruña en este año recién estrenado con un programa de notable dificultad, en el que demostró su técnica impecable, su versatilidad y rigor estilísticos y su soberbia musicalidad. La pianista presentó antes de cada parte del concierto las obras programadas, mostrando no solo un notable dominio escénico sino también un gran temple cuando, antes de la primera parte, hubo de hacerlo de viva voz al fallar la prevista megafonía.

La Sonata Hob. XVI de Haydn, salió de sus manos con una sonoridad llena de aromas a clavicordio y su interpretación tuvo la claridad y sobriedad más idóneas. Cerraban esta parte seis piezas del segundo libro de Preludios de Debussy, una compañía algo inhabitual para Haydn, que sirvió a Prjevalskaya para mostrar su precioso sonido. En Brouillards se pudo sentir la impresión de una luz velada sobre un cendal de estratos de niebla; una serena nostalgia hecha sonido en Feuilles mortes; la España más imaginada que descrita de La puerta del vino; el brillo como de luciérnagas sobre el oscuro fondo sonoro de Les fées sont d’exquises danseuses; el carácter de juego de Ondine o, con un legato de brillantez inusitada, el resplandor de sus Jeux d’artifice.

Y en la segunda parte, dedicada por entero a Rajmáninov, toda la paleta de sentimientos reflejados en los dos Etudes-tableaux (tremenda dureza en la escritura en el op. 33 nº 8 e inmensa su resolución por Prjevalskaya) y los dos Preludios con que cerró el programa. En las variaciones sobre un tema de Corelli -que la pianista aclaró que están basadas realmente en el tema español Folía- demostró toda su complejidad técnica y musical. Y, como en todo el recital, brilló su gran capacidad de dar a cada pieza el carácter más adecuado, desde la más dura serenidad a la ironía con un cierto aire desesperado. El público del Rosalía premió su actuación con una larga, sonora y muy merecida ovación.

 

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