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De polizón a aprendiz de camarero

Un proyecto intenta que jóvenes excluidos encuentren trabajo en restaurantes Sus jefes se comprometen además a ejercer de tutores vitales

Mounir Rakkas en el restaurante Nimú.
Mounir Rakkas en el restaurante Nimú.carlos rosillo

Mounir Rakkas es un chaval tímido y sonriente que pone cafés en el restaurante Nimú del hotel Adler. Mounir Rakkas es un chaval que cruzó el Estrecho con 16 años escondido en los bajos de un camión. Mounir Rakkas es uno de tantos menores sin acompañar que llegan a la Comunidad de Madrid y uno de los afortunados a los que la Fundación Raíces ha podido dar una oportunidad a través del programa Cocina Conciencia.

El proyecto se centra en jóvenes que están solos en el mundo. Muchos son extranjeros, pero también hay españoles huérfanos o con familias desestructuradas que se han pasado media vida bajo la tutela de la Administración. El programa pide a restaurantes, generalmente de alto standing, que no solo den trabajo a estos chicos, sino que se impliquen personal y, a poder ser, emocionalmente, y se conviertan en su referente adulto. En Madrid ya se han adherido 15 establecimientos y en el resto de España hay otros ocho.

Todo empezó en 2010 cuando una periodista que estaba haciendo un reportaje sobre menores extranjeros no acompañados habló con un chaval que estaba en la calle porque acababa de ser expulsado del sistema de protección tras cumplir los 18 años. Se puso en contacto con el chef Andoni Luis Anduriz y este le ofreció trabajo en su restaurante en Gipuzkoa. “A partir de ahí hemos intentado hacer extender la iniciativa para dar la oportunidad a otros chicos que están en la misma situación”, cuenta Lourdes Reyzábal, presidenta de la Fundación Raíces, que desde 1996 lucha para apoyar a niños y jóvenes en exclusión social y a sus familias.

A Mounir Rakkas, que ya tiene 18 años, le da apuro hablar de su llegada en 2010 como polizón desde su Tánger natal a Algeciras. “No podía bajar en ningún momento, porque si me descubrían me devolvían a casa y le ponían una multa al conductor del camión”, comenta. Tenía el dinero justo para comprarse un billete a Madrid y de ahí la policía le llevó a un centro de menores.

“Como llegan indocumentados, para determinar su edad les someten a diferentes pruebas”, explica la presidenta de la fundación, que también tiene un proyecto de asistencia jurídica especializada para menores. Les hacen radiografías de las muñecas, les miden los huesos de la mandíbula o les observan los genitales para constatar su desarrollo. Se establece una edad aproximada e ingresan en centro de menores hasta el día de su 18º cumpleaños en el que pierden la asistencia. Esta circunstancia la comparten con los jóvenes españoles, pero el agravante de los extranjeros es que no tienen la documentación necesaria para trabajar y se encuentran en un limbo en el que difícilmente pueden sobrevivir.

Hace unos cinco meses, Mounir y otro joven marroquí empezaron a trabajar en el restaurante Nimú del hotel Adler de cinco estrellas, en el número 33 de la calle de Velázquez. “Era la primera vez que acudíamos a una fundación cuyo propósito era ayudar, y no sabíamos si los chicos iban a funcionar”, explica el director del restaurante, Luis Méndez Anton, pero “ahora ya trabajan como uno más de la plantilla y estamos muy contentos con ellos”.

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En función de las necesidades, en algunos restaurantes los chicos están en la cocina o como camareros en la sala. Otros establecimientos que participan en este proyecto en la Comunidad de Madrid son, entre otros, Ramón Freixa; la Gabinoteca, que tiene cuatro jóvenes contratados; Muñoca, que tiene tres; y La Villa del Mentidero, con dos.

Sadou Diallo tiene 21 años, es de Guinea Conacri y llegó a España en patera en 2009 cuando todavía era menor de edad. Él está a punto de entrar a trabajar en el restaurante Lúa en el número 5 del paseo de Eduardo Dato. Ya ha conocido a sus compañeros y está a la espera de trámites burocráticos. “Para conseguir un permiso de trabajo es necesario aportar mucha documentación. Eso demuestra el nivel de compromiso que tienen los dueños de los restaurantes que participan en el programa”, cuenta la responsable de la fundación. Diallo lo sabe y no pierde ni una sola oportunidad para agradecerle todo lo que ha hecho por él: “he sufrido mucho y si no fuera por las asociaciones no estaría aquí”.

En total hay 31 jóvenes trabajando a través de Cocina Conciencia, pero más de 50 están en lista de espera, algunos ya tienen toda su documentación en regla a la espera de que algún nuevo restaurante se implique en su causa. El proyecto también pretende emanciparse de la hostelería y está abierto a colaboraciones en otros ámbitos.

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