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crítica | teatro
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Allanando el Siglo de Oro

‘El Quijote’ de Ron Lalá, un afortunado juguete cómico, lírico y metateatral para todos los públicos, con intérpretes excelentes

Javier Vallejo
El actor Miguel Magdalena, en el papel de barbero, de la obra 'En un lugar del Quijote'.
El actor Miguel Magdalena, en el papel de barbero, de la obra 'En un lugar del Quijote'.KIKE PARA

Un afortunado juguete cómico, lírico y metateatral para todos los públicos, en el que Ron Lalá lucubra sobre las circunstancias en que se escribió Don Quijote de la Mancha, reinterpreta alguno de sus episodios, establece analogías entre aquella época pretérita (presuntamente) y la nuestra, y alude a la actualidad reciente. Con su desparpajo e ironía proverbiales, la compañía madrileña convierte molinos en ventiladores, vizcaínos en requetés y al Cide Hamete en morito de Lavapiés. Siguiendo la senda formal abierta con Siglo de Oro, siglo de ahora, espectáculo más político e incisivo donde reinventaron a la manera barroca entremeses y mojigangas, los ronraleros han reescrito diálogos de la novela en octosílabos y en redondillas heptasílabas, y hasta se han permitido completar con una estrofa certera el célebre ovillejo de Cardenio.

En El Quijote de Ron Lalá, su malhadado protagonista cabalga como en los western mientras le promete ínsulas a Sancho, vuelve a emocionarnos con su evocación de la Edad de Oro en esta Edad del Coltán recién arribada y, cuando su escudero le intenta hacer ver que el supuesto yelmo de Mambrino es una bacía de barbero, recibe una jocosa lección semántica cantada (“una bacía es una palangana/ con una abertura semicircular…”) cuyo destinatario último es el jovencísimo público que abarrota el teatro pero también el espectador adulto que de inmediato recuerda la perplejidad con que de niño descubrió ese vocablo, la explicación que hubieron de darle y las mil palabras de sentido oscuro con las que sigue encontrándose al zambullirse en los clásicos.

En un lugar del Quijote

A partir de la novela de Cervantes. Versión, composición musical y arreglos: Ron Lalá. Intérpretes: Juan Cañas, Íñigo Echevarría, Daniel Rovalher, Álvaro Tato y Miguel Magdalena. Vestuario: Tatiana de Sarabia. Luz: Miguel A. Camacho. Escenografía: Curt Allen Wilmer. Dirección musical: M. Magdalena. Dirección literaria: Álvaro Tato. Dirección: Yayo Cáceres. Teatro Pavón, hasta el 5 de enero.

Yayo Cáceres, director de Ron Lalá, y su magnífico quinteto de intérpretes, muestran con nitidez el abismo que hay entre las cosmovisiones de Sancho y de su señor, rompen la cuarta pared, solucionan con humor límpido los duelos a espada, transmiten una energía positiva contagiosa en cada uno de los temas que cantan, y bromean e ironizan ingeniosamente sobre toda materia, aunque se les escape algún chiste del tenor de los que prodigaban Els Joglars en sus obras cervantinas.

Curt Allen Wilmer cierra el campo visual con un telón de hojas librescas que, metafóricamente, es también cota de malla de caballero andante; Tatiana de Sarabia crea un vestuario de asimétrica fantasía sobre cortes y motivos áureos, y Daniel Rovalher, Juan Cañas, Álvaro Tato, Miguel Magdalena e Íñigo Echevarría (cuyo rostro y figura son un calco de los del Alonso Quijano de Doré) completan un quinteto protagonista flexible pero compacto, que brilla notoriamente en los números musicales. Con la amplificación algo más baja se apreciaría mejor la calidad de todos. En la fantástica propina a pie de página, donde hacen relación pormenorizada de nombres y de episodios omitidos, los Ron Lalá dan la dimensión auténtica de sus posibilidades.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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